La nieve en mi ventana

Esto es lo que se ve ahora mismo en mi ventana.

No sé qué tiene la nieve que cada vez que la ves es como si fuera la primera. Quizá por eso te hace sentirte inconsistentemente feliz y optimista, como cuando eras niña.

Ademas, la nieve tiene la particularidad de que cuando la ves, haces una pausa, como si pasara un ángel.

La infancia también tiene momentos duros. Recuerdo perfectamente que una vez me puse a llorar en medio de educación física porque no sabía atarme los cordones de las zapatillas. Y recuerdo otra ocasión en la que me puse una batidora en la cabeza, y otra en la que casi me atraganto con una cucharada bien colmada de cola cao en plan comando, sin leche ni agua ni nada. Estuve lanzando nubes de polvo marrón hasta que mi amiga A. me dió un vaso de agua. A A. le debo mucho, ya que también desenchufó la batidora. (Que conste que ocurrió en dos días distintos.) Otra gran hazaña de mi niñez fue hacer un Hi 5 espectacular con una plancha. Mi madre me metió la mano en hielo y no pasó nada.

La primera vez que vi la nieve estaba en la guardería. Los niños nos peléabamos por ocupar unos cajones de plástico azul con los que deslizarnos por el patio.

En aquel momento, la nieve bastaba para hacerme feliz.
Ahora la nieve, no se por qué, me inspira una especie de esperanza traicionera que no sé ni de dónde viene.
Desde arriba, eso seguro.