LA VIDA DE ADÈLE: CONTAR LA VERDAD

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Admito que ver pelis cuya duración ronda las tres horas es algo que suelo evitar. Así se me pasa ver en el cine pelis como esta, pero lo importante es verla, aunque sea a destiempo, meses después de su paso por las salas y de su Palma de Oro en Cannes.

La vida de Adèle, inspirada en el cómic «Blue is the warmest color», dirigida por Abdellatif Kechiche y escrita Julie Maroh (autora del cómic) cuenta la vida de Adèle desde sus últimos años de instituto a sus primeros pasos laborales, desde los diecisiete hasta los veintipocos. En este tiempo muestra su iniciación al sexo, la realización de su preferencia por las mujeres y su primer gran amor, encarnado por Emma, una joven pintora lesbiana.

La peli se apoya en dos actrices increíbles, Adèle Exarchopoulos y Lea Seydoux, en una historia construida con paciencia y naturalidad y contada del mismo modo, sin escatimar un ápice de fuerza y emoción. Al parecer el rodaje fue un infierno, Lea Seydoux no quiere trabajar más con el director, y también la guionista se quejó de ciertos aspectos de la adaptación, pero esa es otra historia.

Me ha conmovido porque cuenta el amor de forma realista y visceral, y porque evita los clichés que podríamos esperar en una peli con este argumento. Mediante elipsis obvia algunas escenas que cualquier espectador esperaría (la salida del armario; el enfrentamiento con los padres) y muestra otras mucho más originales pero mucho más comunes. Las concesiones que se hacen con cualquier pareja, la soledad dentro del amor, el aislamiento que parece implicar cierto tipo de felicidad; la distancia, las dificultades que llevan a una pareja las diferencias de ambición, aspiraciones o entorno cultural.

La vida de Adèle es una peli sobre la verdad, pero también sobre el arte. Lo que separa a Adèle de Emma es que Adèle es una chica sencilla y transparente que es feliz a través del amor de Emma y Emma, en cambio, necesita su trabajo, de sus aspiraciones artísticas y de un entorno más intelectual para sentirse completa. Pero no es una visión complaciente con el mundo del arte. Muestra a las claras el esnobismo, la poca trascendencia de la charlatanería intelectual, y dignifica la visión de la chica «normal» que dice lo que piensa y actúa según siente. Sin embargo, el magnetismo de Emma es brutal. Por la actriz y por el personaje, entiendes la fascinación de Adèle por esta lesbiana segura de si misma que vive sin complejos; y también entiendes, sin hacer espoilers, el daño que ambas sienten por haber compartido una pasión tan grande. «La vida de Adèle» rescata la grandeza y la tragedia del primer amor, y es casi como ver la vida a través de un agujero en la pared, como viajar en el tiempo, sentir una empatía total con las dos chicas.

Pasan los días y sigo pensando en la película. Yo, ya lo sabéis, soy muy defensora de la teoría, de los puntos de giro y de los cánones dramáticos, quizá estén en esta película (no los he buscado porque estaba demasiado metida en la historia) pero soy más fanática aún de contar la verdad. Por supuesto no sé cómo se hace, pero si sé reconocerla cuando la veo, como cualquiera.

La verdad, experimentada de esta manera, en cualquier obra artística, es el mayor logro que creo que puede conquistar alguien que cuenta historias. Por eso me gusta tanto «La vida de Adèle.»

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