LA VIEJA EUROPA: SISSI

Ver el primer retrete privado del mundo conocido (o al menos, de occidente) es algo que te causa una emoción bastante duradera, sobre todo si tiene forma de delfín y si fue el lugar en el que la mítica Sissi colocó sus firmes muslos. Viena es el corazón del Imperio Austrohúngaro y los dos motivos que más se repiten en sus tiendas de souvenirs son la emperatriz y Gustav Klimt.

Visitamos tres palacios de los Habsburgo: Hofburg, en el centro de la ciudad, Schonbrunn, algo así como la Pedriza para ellos, su segunda residencia en Viena, y el Palacio Belvedere, convertido en museo. A mí el barroco no me gusta especialmente y tanto oro y tantos angelotes acaban por cansar, pero si me resultó interesante conocer la vida de la emperatriz. Al principio, viendo el gimnasio que tenía en la habitación (anillas y espalderas incluidas), sabiendo de sus ayunos, que tardaba un día en lavarse el pelo con una mezcla de clara de huevo y cognac, y viendo que tenía una vajilla distinta para cada ocasión (para viajar en tren, para viajar en barco, para estar en Capri…) me cayó bastante mal. Me pareció una especie de adelantada a su tiempo en el mal sentido: vigoréxica, anoréxica, consumista, superficial, vanidosa, irresponsable, puesto que descuidaba a su familia y sus obligaciones. Pero también fue una niña a la que casaron con quince años, que dedicó sus ratos libres a viajar por toda Europa y conocer la cultura clásica, que aprendió húngaro para hablar con sus súbditos, que escribió encendidas poesías sobre el sinsentido de la vida (soñada por muchos) que ella llevaba, que ansiaba tanto la libertad como, en ocasiones, su propia destrucción; era una amazona experta y según dicen, a veces se iba con su caballo y hacía locuras, buscando desafiarse a sí misma y al peligro. Además, tuvo que sobreponerse a la muerte de su primera hija cuando ésta contaba dos años y al suicidio de uno de sus hijos. Después de intentar complacer a todos y cumplir con el papel de emperatriz, se sintió exhaustada y deprimida y se dedicó a hacer lo que le apetecía en cada momento, pasando cada vez más tiempo fuera de la corte, en ocasiones meses y meses, huyendo de su vida y de la jaula de oro de los Habsburgo. En su época fue duramente criticada pero también adorada por su belleza y aureola trágica, y por su larga melena que le llegaba, según muestran los cuadros, hasta los tobillos. Según iban pasando los años, sus depresiones eran cada vez más prolongadas y profundas, y desde la muerte de su hijo, no llevó otro color en su ropa que no fuera el negro; además se hizo un juego de joyas negras para el luto, puesto que era una chica muy sencilla. Francisco José estaba muy enamorado de ella, (¿cómo si no habría podido tolerar una consorte deprimida, poetisa y ausente?) pero nadie sabe muy bien qué opinaba Isabel de su marido. En su cámara en Hofburg no tenía demasiadas fotos de su familia, pero sí tres retratos del poeta alemán Heine.

Murió asesinada en Ginebra, cuando iba a darse un tratamiento. Un anarquista italiano estaba en la ciudad con la intención de matar a uno de los herederos al trono de Francia, pero al saber que la emperatriz estaba allí, fue a su búsqueda y le clavó un abrecartas en el pecho. Solo en el barco la emperatriz se dio cuenta de que estaba herida. Su barco regresó y ella murió. Al enterarse Francisco José le dijo a su ayuda de cámara: «Nadie sabe cuánto he amado a esta mujer.» Varios cuadros representan al emperador, desconsolado ante el féretro. Muchísimas estatuas, tanto en Praga como en Budapest como en Viena, muestran a la emperatriz.

Ironías del destino, la mujer que más atención recibió en su tiempo acabó asesinada por un hombre que ni siquiera quería matarla a ella. Nadie querría ser segundo plato de un terrorista armado con un punzón ridículo. Tenía 61 años.

Y así nació la leyenda, que ha llegado hasta nuestros días en forma de servilletas, postales, llaveros, joyas, películas, posavasos, novelas… Una vida trágica ejemplarizante, un clásico «los ricos también lloran», o simplemente una mujer hermosa, rebelde, infeliz y sofisticada que ha inspirado y enternecido a muchas generaciones.

Y cuya palangana estás a tiempo de ver en el Hofburg en Viena.

DESDE EL AIRE

Por encima de nuestras ciudades, de las calles, de las casas, del ruido y la velocidad, los trenes, los coches, los luces y los colores, por encima de nuestros problemas y triunfos, por encima de los niños y de los adultos, de las personas felices y de las melancólicas, del dolor y de la alegría, del amor y de la indiferencia, la Tierra sigue girando en el espacio con ausente perfección.

GENE KELLY (1912-1996)

El pasado día 23 se cumplieron cien años del nacimiento del actor, bailarín y coreógrafo Gene Kelly, (1912-1966). Por eso hago una pausa en mi «turra europea» para rendir un sencillo homenaje a uno de los artistas que más sonrisas han conseguido en la historia del cine, a través de los años, los países, el blanco y negro y el color. Comparado siempre con Fred Astaire, dijo que Fred en la esfera del baile era la aristocracia, y él, el proletariado; que Fred Astaire era el Cary Grant de la danza y él, el Marlon Brando. Parecía tener envidia de Astaire «Yo trabajo más a lo grande, su estilo es más íntimo. Siento muchos celos cuando le veo en la pequeña pantalla; me encanta verle bailar en televisión. Me gustaría poder ponerme un frac y parecer tan delgado como él, pero estoy construido como un bloque de cemento.»

No lo creo. Quizá no fuera tan etéreo como Astaire, pero desde luego Gene Kelly era atlético, muy masculino, ágil, con estilo, y sobre todo muy alegre. Y la alegría es contagiosa.

Algunos vídeos:

Este baile con Leslie Caron a la orilla del Sena de «Un Americano en París.»

-Esto es asombroso (pieza de «Summer Stock», 1950.)

-Si Astaire bailaba (maravillosamente bien) con un perchero, él lo hacía con una escoba. Aquí.

Y por supuesto, por muy sobada que esté la escena, por muy vista que esté la película, esto es patrimonio de la humanidad. Imposible verlo sin sonreír.

Y qué guapo era el muy bandido. Hablando de todo un poco.

¡Te queremos, Gene!

Aprovecho para mandar un saludo cariñoso a la pareja de Singapur que conocí este verano. Ella se llama Gene y su marido Kelly. Y no estoy de broma.

LA VIEJA EUROPA: BUDAPEST

Después de Praga llegamos a Budapest; el Danubio une las ciudades de Buda y Obuda y la de Pest, y de su unión el nombre de la capital húngara. Si pensaba que con el idioma checo no me enteraba de nada, el húngaro es más incomprensible aún. Palauydvar quiere decir estación. Kijarati, salida. El metro, bastante viejo, está excavado en el centro de la tierra. Y allí empiezas a mirar a los nativos mientras esperas a sacar un billete de metro (o quizá sea una chocolatina lo que va a salir de la máquina) y empiezan a desfilar una cantidad increíble de mujeres altas, delgadas, de piel pálida, pelo oscuro y ojos claros. Los tíos no son así, pero ellas son guapísimas; y te preguntas cómo son así si comen tanto goulash y tanto Dobos torta (yo me comí uno en Gerbaud, un sitio precioso.)

Al igual que Praga, Budapest también tiene una historia movidita. Primero estuvieron allí los romanos, luego los hunos, ávaros, y los búlgaros; posteriormente Carlomagno les dio para el pelo. Sus sucesores crearon unos ducados en la zona hasta que llegaron las siete tribus magiares que crearon Hungría; On-gur, que significa diez flechas, es la palabra que dio lugar al nombre del país.  Más tarde llegarían los turcos, con quienes siempre han estado a la gresca pero cuya influencia es aún visible en el país, los Habsburgo, que llevaron el barroco y la industrialización a Budapest, convirtiéndolo en una ciudad espectacular. Sissi aprendió húngaro y se los metió a todos en el bolsillo.

Hoy Budapest es una ciudad con edificiosos majestuosos que recuerdan a Gotham, la ciudad de Batman; pero también están derruidos y llenos de suciedad, y ante tanta monumentalidad te pones a pensar dónde está el espíritu magiar entre toda esta sofisticación cultural y arquitectónica. Está en la Plaza de los Héroes:

Esas esculturas, de las siete tribus, dejan a los chavalotes de Juego de Tronos en un panda de gañanes. Ese caballo con la cornamenta de un ciervo encajado en la brida es la prueba de una naturaleza orgullosa y distinta detrás de todos los colonizadores.

De lo que más me ha gustado en esta ciudad: el Parlamento, el Templo de San Matías y el Bastión de los Pescadores, que se alza majestuosamente sobre el río. El castillo de los Habsburgo es tan rimbombante como todo lo que ellos hacían, de dicho recinto lo que más me gusta es la escultura del ave Turul, una criatura de leyenda que, según dicen, vivía en la cima del árbol de la vida y cuidaba de las almas en forma de pequeños pájaros que también habitaban allí. El ave era, además, mensajero entre los dioses y los humanos y el garante del equilibrio universal. (¿Dónde tiene el plato para el alpiste?).

Y desde luego mi visita favorita fue al hospital que hay excavado en la roca de Buda y que sirvió tanto como centro sanitario en la II GM y como búnker en la Guerra Fría. No me dejaron hacer fotos pero este es el enlace. Algo que sin embargo no hay que hacer es coger un barco para cenar y que te paseen dos horas y media por el mismo trozo del Danubio hasta que entren ganas de tirarte por la borda.

Me perdí los baños de Geller y la ciudadela, y ya andaba camino de la estación de tren cuando me tope con esta preciosa localización de «Tinker, tailor, soldier, spy». ¿La recordáis?

Siguiente y última parada: Viena.

 

LA VIEJA EUROPA: PRAGA

Praga es como una puta y los hoteles y comercios son su chulo. Eso es lo que me ha dicho mi S.O. al llegar a Budapest. Y tiene razón. Praga es como ese guapo que se sabe guapo y que no tiene que esforzarse en mostrar su atractivo natural, perdiendo así -sin saberlo- buena parte de su encanto.

El lema de Praga podría ser «espera por todo, paga por todo» y sería fantástica si no estuviera colonizada por esa raza abundante, gritona y pesada que somos los turistas. Probablemente, sería una ciudad distinta sin las hordas que abarrotan las calles a todas horas, jaleando las monerías del reloj astronómico o acercándose más y más a los guardias que esperan inmóviles a las puertas del Castillo el cambio de guardia. Los hoteles son caros y malos. La comida no es mucho mejor. Los camareros son bastante antipáticos. Pero no es el presente lo que ha convertido a Praga en uno de los destinos inevitables del turismo mundial, sino su pasado. Un pasadizo temporal que une a eslavos, austríacos, alemanes, nazis, comunistas y finalmente multinacionales hoteleras. Un entramado de calles en el que el barroco, el gótico, el art noveau se dan la mano con las sinagogas, los cafés cosmopolitas y los mazacotes comunistas. Si Praga es una puta, supongo que eso me convierte en el cliente cándido y bienintencionado que piensa que en otra época, en otra circunstancia, podría llevar a su amada (o amado) por el buen camino. Por eso he fantaseado con volver en invierno o cuando se extinga la raza humana.  Lo que me hace pensar mucho en cómo ruedan las pelis, especialmente las escenas que transcurran en el Puente Carlos. Probablemente llegan unos tanques y tiran a todo el mundo al Moldava mientras vallan los accesos. Es lo que yo haría.

Sin embargo, y a pesar de estas cositas que me han gustado menos, Praga es una maravilla y he visto lugares y objetos bellísimos (¿acaso no es esa la razón por la que salí de casa en primer lugar?), y de todo lo que he visto me quedaría con los barrios de Stare Mesto, Nove Mesto y Malá Strana; con la encantadora Plaza del Pueblo Viejo, con el reloj astronómico, y la Iglesia de Nuestra Señora de Tyn. También me encantó la Catedral de San Vito, la Sinagoga Española, el Cementerio Judío, el Museo Mucha y los edificios Art Nouveau de la ciudad.

LA VIEJA EUROPA

Mañana me voy de viaje a una ciudad que tengo muchísimas ganas de conocer: Praga, ciudad en la que se desarrolla uno de los mejores libros que leí el año pasado: HHhH, de Laurent Binet, una novela histórica con un twist metalingüístico francamente genial. La novela habla de la épica Operación Antropoide, en la que un checo y un eslovaco llevan a cabo la misión de acabar con la vida del carnicero de Praga, Reinhard Heydrich, uno de los peores nazis (y eso es mucho decir) del Tercer Reich. Curiosamente, ahora estoy leyendo «Praga Mortal» de Philip Kerr, y aunque no va de Antropoide, Heydrich también es uno de sus personajes importantes, ya que fue Reichsprotektor de Praga… hasta que murió a causa de las heridas que le causaron los héroes y protagonistas HHhH Kubis y Gabcik.

También es la ciudad de Kafka, de la primera parte de Mission: Impossible dirigida por Brian de Palma, del reloj astronómico, de los Diarios de Praga y de tantas otras novelas, pelis e historias que no conozco (pero que me encantaría.) Mientras me peleo con los miles de visitantes del Puente Carlos, aquí tenéis algunos posts sobre la vieja Europa, por si os aburrís.

La historia detrás de Lili Marleen

Fritz, Thea y Gerda (en el museo del cine de Berlín)

El corazón del Temple