EL PERIODISTA COMO H?ROE

Will McAvoy, en el plató.

Por la redacción de «The Newsroom», la nueva serie de Aaron Sorkin que trata sobre el día a día de un informativo, pululan varios personajes, casi todos ellos periodistas. Salvo los «mandamases malos», todos están impregnados de buenas dosis de idealismo, profesionalidad, rigor, valentía y compromiso con la verdad. Esta es la deslumbrante escena inicial de la serie:

Y quizá estamos tan acostumbrados al hecho de consumir prensa que no caemos en las dificultades que conlleva hacer bien ese trabajo. Sorkin expone  los dilemas que enfrentan estos trabajadores, cuestiones que resultan muy emocionantes en tanto en cuanto suponen que el periodista exponga su integridad laboral, física o la de terceros con tal de contar la verdad. También reflexiona sobre el mal periodismo, de la codicia por ser el primero, de generar información a partir de la basura, de ceder ante las presiones o de la manipulación. Pero lo que más me gusta es que nos hace ver que no sólo los bomberos o los deportistas son figuras heroicas. También lo son los médicos, los maestros, los periodistas y casi cualquier persona que se comprometa para aportar con su trabajo algo de valor a la sociedad. Para mi gusto, «The Newsroom» está lejos de ser una serie perfecta, pero tiene una enorme virtud: logra conectar con el espectador a través de lo mejor que hay en nosotros.

Los que hayáis visto la primera temporada podréis completar la frase: «América no es el mejor país del mundo. Pero…»

William L. Shirer, en la oficina.

Ahora mismo estoy terminando de leer los «Diarios de Berlín (1934-1941)» de William Shirer. Es un libro muy recomendable. A pesar de ser una crónica periodística sobre la Europa de pre-guerra y de la guerra, está escrita con la misma pasión y tensión que cualquier novela, con el añadido de que en este caso los hechos son reales y conservan el pulso dramático de aquella intensa época.

Berlín, 7 de Marzo de 1939

La reunión del Reichstag, la más tensa de cuantas yo he tenido noticia, (…) comenzó puntualmente al mediodía. (…) Hitler inició una larga arenga, como las que suele pronunciar y nunca se cansa de de repetir acerca de las injusticias del Tratado de Versalles y del carácter pacífico de los alemanes. Después su voz, que había sido grave y ronca al principio, se transformó en un chillido agudo e histérico al arremeter contra el bolchevismo: «¡No toleraré que la horripilante dictadura del comunismo internacional contagie al pueblo alemán!
(…)
Ahora los seiscientos diputados, todos nombrados personalmente por Hitler, hombrecillos entrados en carnes, de cuellos hinchados, cabellos cortos, abultadas barrigas, uniformes pardos y pesadas botas -dúctiles hombrecillos de arcila en sus hábiles manos-, se ponen de pie como autómatas, con los brazos derechos alzados y extendidos haciendo el saludo nazi, y prorrumpen en vivas, los dos o tres primeros un tanto espontáneos, los siguientes al unísono, como en un griterío escolar. Hitler levanta la mano pidiendo silencio. Se hace despacio. Se sientan los autómatas. Hitler los tiene ahora en sus garras. Parece darse cuenta. Y entonces truena con voz profunda, resonante: «¡Hombres del Reichstag alemán!» El silencio es extremo.
«En esta hora histórica, cuando en las provincias occidentales del Reich tropas alemanas marchan en este mismo instante hacia sus futuras guarniciones en tiempos de paz, nos unimos todos para pronunciar dos sagradas promesas.»

No puede seguir. Para esta histérica plebe parlamentaria es toda una noticia que haya soldados alemanes dirigiéndose a Renania. Todo el militarismo de su sangre alemana se les sube de pronto a la cabeza. Saltan, gritan, lloran poniéndose en pie. (…) Tienen las manos abiertas para reproducir el saludo servil, los rostros deformes por la histeria, las bocas abiertas de par en par, gritando, gritando, y los ojos, enardecidos por el fanatismo, fijos en su nuevo dios, en su mesías. Y el mesías interpreta su papel maravillosamente: agacha la cabeza como la viva imagen de la humildad, aguarda pacientemente a que se haga silencio. Solo entonces, con la voz aún grave pero casi ahogada por la emoción, enuncia las dos promesas:

«La primera, que juramos no ceder ante ninguna fuerza a la hora de restaurar el honor de nuestro pueblo, prefiriendo sucumbir con honor bajo las más severas dificultades antes que capitular. La segunda, que nos comprometemos, ahora más que nunca, a luchar con todas nuestras fuerzas por un entendimiento entre los pueblos de Europa, y en especial por un acuerdo con nuestras vecinas naciones occidentales… ¡No tenemos ninguna exigencia territorial en Europa! …Alemania jamás romperá la paz.»

Al igual que Sorkin, Shirer habla de la censura, de los peligros de informar, de la manipulación y de la integridad moral del periodista. Sacrifica su vida personal (en un momento en el que acaba de ser padre) y su seguridad por poder contar lo que está pasando. Viaja continuamente, de Berlín a Praga, de Londres a París, de Ginebra a Viena, trabajando estrechamente con Ed Murrow para organizar ruedas de corresponsales desde los lugares más cercanos a la noticia. Viendo ambas series se ve que los tiempos han cambiado muchísimo: hoy en día con una webcam chunga puedes contar cualquier cosa, pero entonces emitir para EEUU desde un país europeo en guerra requería una enorme logística, aparte de tener cierta facilidad para torear o amoldarse a las exigencias de la censura. Y así vivió el periodista aquellos años: alejado casi todo el rato de su mujer y su hija, saltando de una ciudad a otra, frecuentemente amenazado y vigilado, conviviendo con el desvergonzado relato que de la guerra hacían los medios alemanes mientras intentaba contar la verdad.

Tanto el ficticio Will McAvoy como el real William Shirer aportan algo más que un relato veraz de unos determinados hechos: un espejo no de lo que somos, sino de lo que podríamos ser.

EL TRAILER: LOOPER

Looper llega hoy a los cines. Han maquillado a Joseph Gordon Levitt para que se parezca a Bruce Willis (su yo del futuro) y tiene una pinta bastante bizarra, pero por lo demás, parece que puede ser un peliculón.

Os recuerdo que el miércoles 24, o sea, ya, comienza el curso de Bloguionistas en Madrid. Si deseais información o estáis interesados escribidnos a bloguionistas@gmail.com. ¡Daos prisa!

EL PRIMER CAPÍTULO DE «ALEXANDRA Y LAS SIETE PRUEBAS»

La primera norma es que sólo puede quedar uno.
La segunda norma es una prueba al día.
La tercera norma es que el domingo a medianoche
acaba todo.
La cuarta norma es que quien cruza la línea roja
queda eliminado.
Y la quinta y última norma es que nadie puede entrar y nadie puede salir.

Descárgate el resto AQUÍ.

 

EL TRAILER: HITCHCOCK

El biopic sobre la vida de Alfred Hitchcock, con Sir Anthony Hopkins interpretando al genial director y Helen Mirren haciendo de su mejor aliada y esposa, Alma Reville, tiene una pinta buenísima. Puedes consultar la ficha completa aquí. El film narra la época en la que Hitchcock aborda el proyecto «Psicosis».

ALEXANDRA Y LAS SIETE PRUEBAS

Cada vez que alguien me pregunta qué es eso de que he escrito una novela la primera frase que me viene a la mente es «You know, for Kids», como en esta mítica escena de esta peli infravalorada de los Coen: «El Gran Salto.»

La novela que he escrito con mi amigo y compañero de letras Roberto Santiago es para niños y niñas a partir de 9 años, aunque creo que cualquiera puede encontrarlo interesante, porque pasan muchas cosas y hay suspense, amor, aventura, acción, humor…

Habla de la aventura de Alexandra, una niña que participa en un concurso que se celebra en su colegio. 100 niños concursan con ella, durante una semana, con el centro cerrado, sin padres, sin profesores, nadie puede entrar y nadie puede salir. Todos juegan y compiten contra todos, porque sólo puede haber un ganador.

Solo puedo decir que ha sido genial, que ha sido difícil a ratos, que me he estrenado en la escritura de novelas en la mejor compañía y forma posible, que me siento muy afortunada y que me gustaría escribir más. Recuerdo lo mucho que me gustaba leer de pequeña, libros como «El Superzorro», «Matilda», o «El pequeño Nicolás» y lo feliz que me hacían estas lecturas. No pretendo comparar estos títulos tan geniales con nuestra novela, solo desear que encuentre, con un poco de suerte, un lugar en el corazón de alguna personita, como el que estos libros encontraron en mí cuando yo era una mocosa.

Gracias a todos los que me habéis apoyado y os habéis interesado por este libro.

«Alexandra y las siete pruebas» ya está en las tiendas.