El gusto de los Otros

Hay algo que encuentro particularmente molesto en algunos de los comentarios sobre el post anterior en el que cuento mi opinión sobre la boda de Vanesa y José Carlos. Me molesta que haya personas que crean que si no te conmueve su demostración de amor es porque lógicamente tú eres infeliz. Así es como nacen los prejuicios, y estirando del hilo, ese silogismo chungo e irracional (no te gusta lo mismo que a mí, ergo no puedes ser normal/bueno/feliz) está detrás de muchas de las injusticias que se cometen en nombre de grandes valores como la religión, la moral o la paz.

No voy a andar presumiendo de felicidad ni de infelicidad, si queréis un blog masturbatorio los hay a patadas ahí fuera. Si necesitáis presumir de lo bien que os lo montáis, colgad las fotos de vuestra boda/cámping/tarde de shopping en facebook para reconcentrar las envidias de vuestros amigos.

Yo creo que es fantástico que haya gente a la que le conmueve y a la que no. Yo no voy a pensar nada (nada; ni malo ni bueno) del hecho de que haya gente que lo encuentre enternecedor. Eso es lo bonito: comprender que el gusto de los otros es tan respetable como el nuestro, ni mejor ni peor.

Y si después de todo seguís pensando que a los que nos partimos el culo de la risa a costa del vídeo es porque nos pasa algo, bien que somos más infelices que el perrito tristón, que hemos escuchado mucha música grunge, que tenemos el síndrome premenstrual, que nos han roto el corazón demasiadas veces, que somos cortos, que nuestros padres nos pegaban, que no nos alimentamos bien, que no leemos el periódico que deberíamos… pues os sugiero que veáis «El gusto de los otros», una maravillosa película de Agnes Jaoui. Sentiréis como entra en vosotros, poco a poco, un relajante caudal de tolerancia. Y si no os gusta, no me enfadaré. Ja, ja.

Quiéreme

Este vídeo lleva más de un millón de visitas en Youtube. El resumen es muy elocuente. «Esta fue la sorpresa que Vanesa le dio a Jose Carlos y al resto de los invitados en su boda. No quedó nadie sin llorar.» Yo no sé si lloraron de alegría o de pena, pero el caso es que este vídeo es como Prince; no deja indiferente a nadie, o bueno, igual que Prince cuando Prince le importaba algo a alguien. En estos tiempos debería decirse, «Es como Belén Esteban; no deja indiferente a nadie».Por favor, vedlo, y luego hablamos.

Antes de debatir, os confieso que antes de escribir sobre el vídeo he sentido un prurito de pudor, ya que es algo muy íntimo y personal de José Carlos y Vanesa. Pero luego me he dado cuenta de que ya lo han visto un millón de personas y se me ha pasado, porque el alcance de este blog es ridículo comparado con esa cifra estratosférica. Asomarme a esta demostración de amor me provoca una sensación de estar viendo un documental sobre las costumbres de los masais. Vamos, que al parecer esto es un epítome del romanticismo español y yo pues soy más de la escuela del novio, que cuando ella se arranca la mira con una sonrisa congelada, y que según transcurre se va rascando la nariz, la oreja, de pura incomodidad, como si pensara, «Vale, yo te quiero, pero cállate, por favor», que mira hacia un lado, y hacia arriba en el minuto tres, en plan «Que me caiga un rayo y me fulmine». He de decir que me conmueve especialmente la cara que pone Vanesa en las transiciones, mientras aguarda su siguiente estrofa y el coro arrecia a sus espaldas dándolo todo. Su felicidad, combinada con un encantador mohín de timidez, me enternece, al tiempo que toda la situación me provoca una mezcla de fascinación, terror, extrañeza y vergüenza ajena. Pero esa es únicamente mi opinión. En los comentarios, queda claro que la sorpresa que Vanesa le dio a Jose Carlos tiene muchísimos fans, y vamos a ver, ¿quién soy yo para decir que esto no es algo maravilloso? Lo es, sin duda. Igual que llevar anillos de oro aprisionando el cuello y discos de madera en el labio inferior. La diversidad cultural es algo maravilloso, y el amor, más aún.

¿Y a vosotros qué os parece romántico? Yo para concluir diré que preferiría que me arrancaran los pelos de las piernas a tirones con cera caliente (espera, eso es algo bastante común en el planeta Tierra, ¿verdad?) a que mi pareja empezase a cantar en el día de nuestra boda «Quiéreme» a voz en grito, sobre todo porque utiliza el modo imperativo, sin por favor ni nada, y sería lógico pensar, «Ya nos estamos casando, ¿quieres tomarte un valium, por favor?» o «Tú a mi no me hablas así».

Aunque bien pensado, si Jose Carlos se mantuvo al lado de Vanesa, intentando parecer arrollado por el camión de 18 ruedas de la felicidad rociera, es que el muchacho la adora.

Que sean felices (y que graben más vídeos.)

Flashforward (Sin spoilers)

La sorpresa, estos días, va muy cara, al menos en la tele. Por eso me sentí tan feliz cuando ví el primer episodio de «Flashforward». Tanto, que me ví el segundo a continuación. Sólo pienso desgranar aquí la misma información que habréis podido leer en cualquier artículo de prensa sobre su estreno, y aún diré más, puede que no «desgrane» esa información, puede que simplemente la escriba.

La premisa de Flashforward es tan ambiciosa como sencilla. La humanidad sufre un desmayo colectivo que dura poco más de dos minutos. Al despertar, la mayoría de los seres tienen visiones de dónde estarán el 29 de Abril de 2010, en seis meses. Es decir, que han visto un retazo de su futuro. Y, aunque sólo han tenido acceso a un instante, eso condiciona su realidad, y van observando como el futuro se va instalando paulatinamente en el presente. Futuros dramáticos, pero también felices, sorprendentes o inexistentes.

Y eso es lo que me parece magistral (o bueno, igual no me parece magistral, pero bien podría ser «cojonudo») de Flashforward, la transformación, la esclavitud que supone para sus personajes el haber entrevisto el día de mañana. Todos vivimos, en mayor o menor medida, muy condicionados por nuestras experiencias pasadas. Por lo que aprendimos, por los palos que nos llevamos, la experiencia nos hace más libres, pero también nos llena de miedos y de asunciones erróneas. En otras palabras; si no teníamos carga suficiente con el pasado, en esta serie se añade el futuro a nuestro equipaje vital.

Con este argumento, Flashforward se convierte en una habílisima (por no decir que muy buena) propuesta que mezcla géneros, desde el thriller apocalíptico, a la intriga, al melodrama y por supuesto, con grandes dosis de acción. Y por si fuera poco, creo que esta serie es especial porque al margen de entretener, a mí me ha generado algo parecido al desasosiego.

Veremos si en seis meses sigo pensando lo mismo. Prol ha tenido una visión y entre otras cosas, dice que acaba guay.

Cómo perder la cordura con la televisión digital

Por fin me he pasado a la televisión digital y que tengo un montón de canales que antes no tenía. No sólo veo canales del servicio que he contratado, sino que también veo (por fin) la Sexta, varios canales autonómicos y teletiendas extrañas.

Dado que me encantan las pelis y las series, sí que hay ventajas evidentes. Sé que siempre hay algo que ver, y si me apetece lo puedo ver en versión original (eso sí, sin subtítulos.) Hacer zapping se convierte en una experiencia tan absorbente como agotadora. Hay algo de ese refrán de «mejor lo malo conocido…» porque con sólo seis canales es fácil tener rutinas de ver programas o dejarlos de fondo, aunque sean una basura infame.

Sin embargo, tiene su lado oscuro. Se supone que la libertad es tener varias posibilidades u oportunidades de elección. Pero cuando tienes tantas opciones, la libertad se convierte en coacción. Te coaccionan para que te quedes sentado, pero al mismo tiempo no ves nada, porque eres incapaz de elegir y cada repaso por la parrilla puede durar media hora.

Primera forma de perder la razón con la tele digital.
Hacer zapping.

Segunda forma de perder la razón:
Elegir un programa, serie o película. Si lo consigues, tendrás la sospecha de que hay algo mejor en otro sitio.

Tercera forma de perder la razón:

Mientras ves tu tele digital, escucha una tele analógica en el mismo canal, y oirás el desfase de varios segundos entre ambas. ?ste es uno de los caminos más rápidos.

Cuarta forma de perder la razón:

Buscar una forma eficaz de controlar la programación. Si alguien conoce una web fiable y completa, que me lo diga.

Quinta forma de perder la razón:
Averiguar qué capítulo es ese que están echando de Miénteme o de Prison Break, ya que en Fox los repiten, y van a su aire, y luego los echan en la Primera o en la Sexta, o en Cuatro. Es como meterse en un cine de sesión continua del que no sales nunca.

Sexta forma de perder la razón:
Intentar ver todas las series que merecen la pena, cueste lo que cueste, amigos, hobbies, luz solar y paseos incluidos. Yo de momento me estoy preparando para el advenimiento de la séptima temporada de «Curb Your Enthusiasm», con reunión del reparto de Seinfeld incluida. No somos dignos.

Prometo que en la primera noche que pasé con el TDT me desperté a las seis de la mañana con un ataque de ansiedad que solucioné viendo un documental de National Geographic. Pero no pienso dejar que la presencia de tantos nuevos retos me amilane, pienso lanzarme a la experiencia, y por qué no, disfrutar de la televisión. Otra cosa que llama la atención es que la mayoría de las series españolas se ofrecen en horarios nocturnos y alevosos. Admitámoslo, era una necesidad oculta y latente ver «Médico de Familia» a las seis de la mañana.

Ya sé que dije hace poco que cada vez veía menos la televisión. Pero esto no es la televisión, amigos, es el futuro, y yo personalmente no tengo muchas cosas mejores que hacer.

Y de regalo, una minimalista season preview de la esperada séptima de CYE.