Hay algo que encuentro particularmente molesto en algunos de los comentarios sobre el post anterior en el que cuento mi opinión sobre la boda de Vanesa y José Carlos. Me molesta que haya personas que crean que si no te conmueve su demostración de amor es porque lógicamente tú eres infeliz. Así es como nacen los prejuicios, y estirando del hilo, ese silogismo chungo e irracional (no te gusta lo mismo que a mí, ergo no puedes ser normal/bueno/feliz) está detrás de muchas de las injusticias que se cometen en nombre de grandes valores como la religión, la moral o la paz.
No voy a andar presumiendo de felicidad ni de infelicidad, si queréis un blog masturbatorio los hay a patadas ahí fuera. Si necesitáis presumir de lo bien que os lo montáis, colgad las fotos de vuestra boda/cámping/tarde de shopping en facebook para reconcentrar las envidias de vuestros amigos.
Yo creo que es fantástico que haya gente a la que le conmueve y a la que no. Yo no voy a pensar nada (nada; ni malo ni bueno) del hecho de que haya gente que lo encuentre enternecedor. Eso es lo bonito: comprender que el gusto de los otros es tan respetable como el nuestro, ni mejor ni peor.
Y si después de todo seguís pensando que a los que nos partimos el culo de la risa a costa del vídeo es porque nos pasa algo, bien que somos más infelices que el perrito tristón, que hemos escuchado mucha música grunge, que tenemos el síndrome premenstrual, que nos han roto el corazón demasiadas veces, que somos cortos, que nuestros padres nos pegaban, que no nos alimentamos bien, que no leemos el periódico que deberíamos… pues os sugiero que veáis «El gusto de los otros», una maravillosa película de Agnes Jaoui. Sentiréis como entra en vosotros, poco a poco, un relajante caudal de tolerancia. Y si no os gusta, no me enfadaré. Ja, ja.