EL MONARCA DE LAS SOMBRAS, DE JAVIER CERCAS

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«El Monarca de las Sombras», la última novela de Javier Cercas, narra la búsqueda del rastro de Manuel Mena, tío abuelo del autor, un joven que falleció, cuando solo contaba diecinueve años, en la batalla del Ebro combatiendo en el bando fascista.

La biografía de Mena, tejida con tenues datos, y su retrato, presidieron la infancia de Cercas y el salón de la casa de sus padres en el pueblo de Ibahernando, (Cáceres), de donde es oriundo. El autor, quien confiesa haber estado siempre subyugado por la incógnita de su historia y tentado por la posibilidad de buscar su esencia, la esencia de Manuel Mena. Sabía que, de no ponerle remedio, de no escribir ese libro, Manuel siempre sería una fotografía inquietante, un misterio que quedaría para siempre sin resolver en su memoria.

Afirma Cercas que no quería indagar en Manuel Mena, porque de algún modo eso le conducía a enfrentarse al hecho de que sus padres, a los que denomina «patricios» del pueblo de Ibahernando, estaban del lado erróneo de la historia. Pero, según avanza la reflexión, se da cuenta de que no se avergüenza de ellos- sino que se avergüenza de sí mismo por haber sentido eso por su familia.

Como en otras novelas suyas, (p.e. «El Impostor») utiliza la técnica de la investigación sobre la vida ajena para llegar al conocimiento de sí mismo. Acompañado por David Trueba, o en otras ocasiones solo, avanza, a menudo en coche, por los senderos del pasado,  por la noche del recuerdo, a la caza del dato, del certificado, del testimonio, que le permita ir dibujando la personalidad y la honda e íntima verdad sobre Manuel Mena que a su vez le permita conciliar sus resquemores sobre su identidad en relación a la de su familia.

Como esboza en su ensayo «El Punto Ciego», explicado en sus propias palabras, en la ficción literaria “se formula una pregunta, y el resto de la novela consiste, de forma más o menos visible o secreta, en un intento de responderla, hasta que al final la respuesta es que no hay respuesta”. Por tanto, la respuesta al enigma de la vida y la verdad de Manuel Mena, no es única, no es clara, ni siquiera existe como tal. Pero el camino que sigue Cercas, en cada pisada desdibujada por los años, ahonda en las profundidades de su individualidad y también en la historia de nuestro país, donde, por mucho que se abunde en el tópico del hartazgo de la guerra civil y sus relatos, sigue habiendo muchas vidas ocultas, demasiadas muertes sin motivo y esqueletos en busca de sentido y significación.

Con el rigor casi periodístico al que acostumbra en la parte de investigación que detalla los hechos en la vida de Manuel Mena, y las brillantes reflexiones y el ágil ritmo en la parte biográfica (cuya mezcla confieso que me hace comprar y leer todos sus libros), la novela desemboca en un emocionante desenlace en el que Cercas identifica la identidad propia y de su familia, quizá la de esta sociedad, como un poderoso torrente que nunca se detiene y
sin  cuyo recorrido seríamos incapaces de comprender la realidad.

ANA, DE ROBERTO SANTIAGO

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Es difícil describir «Ana», la primera novela para adultos de Roberto Santiago. Esta obra, de 860 páginas, tiene muchos atractivos, como por ejemplo, una trama trepidante, una fascinante descripción de ambientes de los que apenas había leído, un montón de personajes muy interesantes, pero sobre todo para mí su mayor atractivo es el propio personaje principal, Ana.

No quiero destripar mucho la novela. Ana Tramel es una abogada que conoció tiempos mejores, con un presente de ansiedad y adicciones, que se enfrenta a un imperio a sabiendas de que sus fuerzas están mermadas y de que su mayor enemigo es ella misma.
La historia comienza cuando su hermano Alejandro es detenido por el asesinato del director del Casino Gran Castilla, y pronto, Ana se ve inmersa en una espiral repleta de secretos, violencia, caos… a los que hace frente con escasísimos recursos y con la única certeza de que sabe encajar golpes como nadie.

En estas páginas se descubre el mundo del juego y cómo afecta a las vidas de las personas normales, casi siempre a oscuras, casi siempre en secreto. Desde las moquetas de los suntuosos casinos, hasta el humo que flota sobre las partidas ilegales, y se describe con extremada crudeza cómo los adictos al juego se convierten en marionetas de unos amos codiciosos e insaciables. También se viaja al corazón de la justicia, donde Ana, cada vez más debilitada por sus rivales, nunca renuncia a llegar hasta el final, aunque sea a costa de su propia vida, de sus propias energías. Del mismo modo, los ambientes policiales, la investigación sobre el crimen que se atribuye a su hermano Alejandro, también es fruto de una meticulosa investigación que hace que nos metamos aún más en la historia.

Sin embargo, a pesar de su argumento, de su descripción de ambientes, de la tensión de la narración, lo que más me gusta de «Ana» es Ana, un elogio de la imperfección, un retrato del heroísmo de la persona que demuestra que el fracaso es la forja de los rebeldes, que la auténtica valentía nace del miedo más profundo y que, incluso pedaleando sobre el abismo, siempre es posible aguantar y seguir peleando.

LA MANO IZQUIERDA DE PETER PAN

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«La mano derecha es luminosa e intrascendente; la izquierda, un vendaval». Silvia Herreros, «La Mano izquierda de Peter Pan».

Me apresuré a comprar la novela «La mano izquierda de Peter Pan», porque el tema, una mezcla de realidad y ficción, en un entorno académico y literario, me gustó desde el primer momento. Leí cincuenta páginas, y ya estaba enganchadísima al libro. Esto es especial porque en los últimos meses he abandonado lecturas de todo pelaje, muchas de ellas avaladas por prestigiosos galardones, algunas de escritores predilectos… Así que volver a leer una novela larga (470 páginas) me demuestra que no hay nada malo en mi capacidad lectora. O quizá sea mérito de esta estupendísima novela.

Entrelaza a Moira y David, dos estudiosos de la obra de Barrie, condenados a compartir su destino y sus papers, primero en Yale y luego en un congreso sobre el autor de Peter Pan en Escocia, con la vida de James M. Barrie y Cynthia Asquith. Difícil definir con una palabra las relaciones de ambas parejas. Pero de esa complicidad literaria, múltiple y complementaria, en ocasiones amorosa y en ocasiones simbiótica, surgen dos historias que hacen que la palabra amor se quede pequeña; al menos, el amor romántico tal y como lo conocemos.

A través de ambos relatos, el del pasado (apoyado en Asquith) y el del presente (dividido entre Moira y David) emergen los temas pulsados por Barrie pero también por Asquith: la dualidad del individuo, el miedo al envejecimiento, la añoranza por la inocencia perdida y la duda perenne de los escritores por conocer qué lugar les deparará la historia. Además, el relato de Cynthia aporta facetas propias de la mujer que un siglo después siguen con total vigencia: la crueldad de la belleza que se marchita, la identidad al margen de la pareja o la familia, el menosprecio a la autoría femenina.

Acertadamente, y como no podría ser de otra manera en una obra con esta temática y este título, Moira, David y Cynthia sufren extraordinariamente al crecer, o dicho de otro modo, al madurar. Es también un relato sobre la adaptación, o sobre la falta de ella. Historia de la diferencia, de los vaivenes vitales que antes o después nos hacen naufragar a todos. Pero no es una mirada trágica, sino vital, irónica a veces, divertida y lúcida, que impulsa la lectura compulsiva de las páginas, que me ha hecho pensar en mi maduración- o en la falta de ella.

Y por último, me cautivan esas heridas de David y Moira, a través de las cuales respiran, como si aún estuvieran vivos, Cynthia Asquith y James M. Barrie; leer muchas veces implica buscar sentido en nuestra vida en las vidas y en los pensamientos de otros. Larga vida a Peter Pan. Y larga vida a los que siguen su estela.

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ANOCHECE EN LOS PARQUES

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Desde el día 17 de Noviembre está a la venta mi última novela, «Anochece en los Parques, editado por Montena y con la que tuve la suerte de ganar el Premio Jaén de Narrativa Juvenil. Estos días desde que salió el libro han sido muy intensos: desde la emoción de recibir los ejemplares en casa, el rondarlos el primer día que los ves es una librería, ir a recoger el premio a Jaén en compañía del editor Alex Fernández, y después, presentarlo con Holden Centeno y Carlos García Miranda en Tipos Infames.

Mamá, salgo en la prensa.

Ahora, con algo más de sosiego, os puedo contar algo más sobre la novela. Es la cuarta que publico y la segunda en solitario, y sin embargo, hay algo indescifrable en la emoción de ver tu libro terminado, y la expectación que te genera pensar si le gustará a los lectores y a las lectoras es idéntica a la de la primera vez. Me encanta mi trabajo de guionista pero pocas emociones se pueden comparar a publicar una historia enteramente personal, que en sí misma es una obra acabada.

Como guionistas solo disponemos de acciones y palabras; en las novelas tenemos más libertad, formal y temática, supongo que también. Es un lenguaje más libre y menos pautado; por supuesto encontrar cada palabra, la voz y el estilo de la obra es un reto, y una actividad muy exigente. Llenar las páginas en blanco en ocasiones resulta divertido, otras, frustrante. Pero en la escritura de novelas siempre encuentro un refugio y una terapia; curiosamente, me sucede algo parecido cuando leo un libro muy absorbente. Desde luego, me gusta mucho más que hacer cortos; también creo que se me da mejor.

Carlos G. Miranda (izda), yo y Holden Centeno (dcha.)

Carlos G. Miranda (izda), yo y Holden Centeno (dcha.)

Estas semanas me dedicaré a patrullar las tiendas, sacar los ejemplares que estén de canto y colocarlos para que os miren a los ojos; me vais a perdonar, pero bordearé amorosamente el tostón habitual de los escritor@es en promoción en las redes sociales. Sobre la novela, diría que, más que juvenil, es crossover, y así me lo han dicho muchos adultos que la han leído; que no han tenido la sensación de que solo fuera para adolescentes.

Es una historia de dos jóvenes, cada uno en un laberinto del que no encuentran modo de salir. Dos niños perdidos que, cogidos de la mano, quizá puedan escapar a un entorno triste y abrumador. Podéis leer aquí la sinopsis y los primeros capítulos. Y aquí está en Amazon, aunque creo que es mucho mejor que lo compréis o lo pidáis en vuestra librería más cercana.

Gracias a la fundación Cajagranada y a la editorial Montena por lo bien que me han tratado. Gracias también a las personas que a mi alrededor siempre me animan a seguir escribiendo. Espero que os guste, y que si os gusta, lo recomendéis. Este año próximo podría plantar un árbol, pero como soy un poco manazas, mejor me pongo a pensar en mi próxima novela.

Enlaces:

ENTREVISTAS

La noticia en el diario La Vanguardia

Crónica de la presentación, en Rincón de Libros y Música

En la web de Me gusta leer

Entrevista en Voz Populi

Entrevista en Paseando a Miss Cultura

Entrevista en Todoliteratura

Entrevista en Aragón Radio

Entrevista en RNE Andalucia

Entrevista en El Placer de la Lectura

Entrevista en las Provincias

Entrevista en Biblioteca Pública – Manuel Sollo

Entrevista en Historias de Papel- Manuel Pedraz

Entrevista en Entre Comillas – Marta Robles

Entrevista en La Aventura del Saber (RTVE 2)

RESEÑAS

Opinión en Paseando a Miss Cultura

Recomendación en el blog de Winston Manrique

Recomendación en el blog de Nuria Vidal

Recomendación en «Consultorio de la lectora Francis» en Carne Cruda Radio (a partir de 27:40)

Reseña en Tacape Memories

Vídeo reseña en Tacape Memories

Reseña en Mi vida en hojas de papel

 

EMILIANO EN LA CUEVA

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Gracias al programa «Clásicos de nuestro cine» en la 2 el otro día vi por primera vez «Mambrú se fue a la guerra», dirigida por Fernando Fernán Gómez, y escrita por Perico Beltrán, uno de los mejores guionistas de España, que firmó además «El extraño viaje» y también era actor. A Beltrán le conocí cuando vino a la Ecam a dar una charla. Vestía con ropas agujereadas y nos pedía a los alumnos cigarrillos y aspirinas.

«Mambrú se fue a la guerra» empieza el mismo día que muere Franco. En un pueblo, la mujer de Emiliano, un republicano que lleva cuarenta años escondido en una cueva debajo de su casa, se lo dice a su marido, le comunica a su familia que su marido está vivo y que ahora por fin pueden sacarle de la cueva.

Sin embargo, tras emerger de las profundidades y volver a ver a su hija (Emma Cohen) y a su yerno (Agustín González) y conocer a sus nietos, su familia se da cuenta de que ahora puede cobrar la pensión de viudedad de todo ese tiempo y cambian su estrategia; el abuelo debe permanecer escondido. A pesar de que todos desean aparentemente que Emiliano pueda pasear por las calles, se dedican a ir comprando todo lo que la pensión de viudedad les permite para mejorar su vida a cambio de que el abuelo siga en la cueva, intentando entender qué sucede, haciendo remedios (porque era boticario además de músico del ejército republicano), y dialogando con un retrato de Manuel Azaña.

Como afirma Carlos F. Heredero, la película habla de la realidad de muchos hombres que, oficialmente muertos, se escondieron para evitar ser represaliados por el gobierno franquista, hecho que sucedió frecuentemente en el ámbito rural. Según afirma el historiador del cine en la presentación de la película, «A pesar de que la película sucede tras la muerte de Franco, en realidad termina proyectando una imagen extremadamente crítica de la sociedad de España de los 80, es decir, de la España en la que se hace la película. (…) Termina siendo una metáfora muy crítica y muy dura sobre los valores que sustentaban la falsamente próspera sociedad española de los años 80.»

Viendo cómo la familia va prosperando materialmente a costa de mantener encerrado y oculto al abuelo se hace inevitable pensar en las dificultades de la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, aprobada en 2007 en el gobierno de Zapatero y abandonada posteriormente por el de Rajoy en 2013 y 2014 al quedar fuera de los presupuestos. Por desgracia, el tema sigue siendo vigente. Ejemplos como el ninguneo a las asociaciones de los republicanos que sobrevivieron al campo de concentración de Mauthausen, que fueron liberados hace 70 años, evidencian el desdén de nuestras autoridades por las víctimas, por los desaparecidos y los represaliados. Otro tema que parece no agotarse nunca son las críticas incesantes al cine español por producir películas cuya temática esté relacionada de forma directa o indirecta con la guerra civil. ¿No es acaso eso una manera de mantener oculto a Emiliano en la cueva?

La conclusión positiva que sería deseable de este mirar hacia otro lado debería haber sido la reconciliación o la naturalización de la vida política en España, 30 años después del estreno de «Mambrú…» En la película, la nieta mayor de Emiliano se enamora del hijo del alcalde (del bando nacional, lógicamente) y la grieta entre ambos bandos les dificulta vivir su amor. Así, planteaban Beltrán y Fernán Gómez el deseo de que en el futuro las nuevas generaciones pudieran vivir libres de la carga del pasado. No hace falta ser analista político para darse cuenta de que el frentismo y las trincheras políticas siguen más abiertas que nunca.

Según progresa en el metraje de la película se anticipa inevitablemente, con una mezcla de expectación y temor,  el momento en el que Emiliano saldrá a la luz. Acaba paseándose de noche por el pueblo desierto, tocando el tambor, suplicando a sus vecinos que digan su nombre, tratado como un marginado social y despreciado por su propia familia. Es un momento de una gran ternura que refleja, de manera visionaria, el olvido a los damnificados de nuestra historia más reciente. Por supuesto, en ambos bandos, pero sin olvidar quién usurpó la legalidad en 1936 y abocó al país a una dictadura que duró cuarenta años. A lo mejor la falta de entendimiento del presente tiene que ver con la falta de reconocimiento y empatía con las víctimas de nuestro pasado.

 

UN MONSTRUO VIENE A VERME

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Conociendo el argumento de «Un Monstruo Viene a Verme», dirigida por J.A. Bayona, me preguntaba ¿qué sentido tiene someterse a un viaje por los peores miedos que puede tener una persona? ¿merece la pena sumergirse en un sufrimiento ficticio que alude a trances que, en mayor o menor medida, todos (y más cuanto mayores nos hacemos) ya conocemos? Yo siento más resquemor ante las películas de personas enfermas que ante el más cruel de los slasher o de tragedias apocalípticas. Al final me decidí. Fui el último día de la Fiesta del Cine, y acabé en primera fila, en una sala llena a reventar, y por supuesto, en versión original.

Ya conocía la novela, publicada por Nube de Tinta, y me pareció en su día brutalmente triste y también hermosa. El autor de la novela, basada en una idea de Siobhan Dowd, Patrick Ness, es también el autor del guión. En cuanto a la adaptación, sin recordar los detalles, diré sencillamente que creo que no se puede hacer mejor. Parece algo sencillo y fácil, pero adaptar la propia novela seguramente es más difícil de lo parece, en cuanto la objetividad es casi imposible de lograr en tanto en cuanto se trata de transformar la propia obra a un lenguaje distinto.

Espoilers a continuación.

Al poco tiempo de comenzar la película mis temores se difuminaron porque me atrapó desde el primer plano. No solo por la tensión o por la narrativa, sino por la emoción, y fue así hasta el final. Admito que hubo momentos de «un soponcio viene a verme», pero me tranquilizaba que la mujer a mi lado, sollozaba con la misma contenida emoción que yo y estuve a punto de ofrecerle un kleenex; y que la experiencia compartida en la sala, quizá algo que las nuevas generaciones no sepan apreciar, es pura magia.

Pero al salir del cine y perderme en las calles, en ese momento de aturdimiento tan agradable, me quedé pensando en cuál era el significado fundamental de «Un Monstruo viene a verme». Muy obvia para algunos, para mí no resultaba tan claro, porque como pasa más a menudo en las novelas que en las pelis, hay más de un tema, más de una conclusión, más de una tecla que sigue haciendo música o a veces ruido cuando ya se ha abandonado la sala.

La conclusión que está más cercana a la superficie en «Un Monstruo…» , que emerge a través de las historias del monstruo y la historia final de Connor es que la realidad es engañosa, que las cosas no son lo que parecen; que hay que aprender a vivir en la incertidumbre y aprender a perdonarse para poder seguir viviendo.  El relato comienza en lo formal haciéndonos creer que lo que está en juego es la curación de la madre, cuando en realidad el objeto dramático es la curación del niño. El viaje de la ira de Connor (interpretado por Lewis Macdougall de forma sobrecogedora) hasta su aceptación es el recorrido de verdad, y el monstruo ejerce de psicólogo, lo cual no deja de ser una premisa original e interesante. El cierre de este tema en concreto tiene un epílogo (la madre también era «paciente» del mismo terapeuta) pero no aporta una conclusión feliz en el sentido clásico del término: aparece la paz donde antes hubo dolor, y con una historia así quizá el cese del sufrimiento, o el inicio de la curación, es la única conclusión posible.

Otro tema evidente es la fugacidad de la vida y lo frágiles son los materiales sobre los que construimos nuestros días. Es un tema sabido y universal, pero tan pronto lo sabemos como lo olvidamos. Quizá nuestra mala memoria forma parte de lo que tenemos que perdonar, de nuestra lucha inconsciente por la supervivencia y la adaptación a las circunstancias. ¿Realmente necesitamos que nos recuerden esto? En todas partes hay enfermedad, injusticia, dolor, muerte y aflicción. Pero la realidad no es la verdad. La ficción es la realidad sublimada, organizada de forma que hasta el daño tiene sentido, el viaje implica una lección. Sin embargo, la realidad en la historia de Connor y Lizzie es peor que la pesadilla. El monstruo es el amigo y la realidad es el monstruo. Aceptar y convivir con una realidad monstruosa es la maduración definitiva para cualquier niño y para cualquier persona. Se trata, también, de una verdad que emerge, como en los relatos del árbol; y esta verdad otorga perspectiva a todos los hechos que nos rodean… Por eso el monstruo habla continuamente del poco tiempo que tiene Connor. Él lo sabe.

Y por último, está el tema que más me interesa: las historias como criaturas salvajes, capaces de desatar el caos cuando son liberadas de sus cadenas. Las historias pueden cambiar tu vida; las historias son fuerzas de la naturaleza y muchas veces escapan a nuestro control, incluso como creadores. Siempre las hemos necesitado y siempre las necesitaremos. Para Connor, la ficción funciona como un bálsamo, como la escucha de su angustia, como espejo que le consuela de un sufrimiento casi insoportable. La realidad, cuando muestra su rostro más crudo, deja pocos resquicios a la poesía y a la belleza. Por fortuna, el arte complementa nuestra visión, nos hace sentir más acompañados y, en ocasiones, nos ayuda a combatir el dolor.

En resumidas cuentas, ¿ha merecido la pena exponerse a vivir tantas emociones sola, en público y en primera fila? Sí, tanto que quizá repita.