Una de Guionismo

Los guionistas, como cualquier otro gremio, tenemos nuestros lugares comunes. Nos gusta reunirnos y homenajear a todos los tópicos en torno a nuestra profesión. A ratos, una reunión de mequetrefes con Underwood (siempre he querido decir eso: mequetrefes… mequetrefes…) parece una convención de adictos a una sustancia muy barata y extremadamente perniciosa (como el pegamento, pero ya no en barra, que olía bien y era limpio, sino… bueno, es igual), o un asociación de animales domésticos maltratados por sus dueños; no nos gusta la frecuencia del paseo y por lo general la comida apesta, pero siempre es mucho mejor que la perrera. Nos gusta contar qué director o qué productora nos hizo la envolvente más parabólica, quién nos engañó con el contrato más maquiavélico, quién emite en el horario más absurdo (yo, sin duda), y quién nos vendió la moto de mayor cilindrada. A pesar de nuestra tendencia al victimismo, y más aún ahora que corren tiempos de incertidumbre para todos, una cena de guionistas es, casi siempre, una excusa para reírse, escuchar un puñado de historias bien contadas y esnifar todos juntos del mismo bote. Además, en el grupo, aparte de otras personalidades singulares, estaban los cuatro jinetes del apocalipsis bloguero-guionístico: en riguroso orden aleatorio, Pianista en un Burdel, Escrito Por, Guionista Hastiado y Guionista en Chamberí, quienes, con permiso de Miss Julie y Santamano, tienen en mi humilde opinión los mejores blogs de la profesión. (Si no los conocéis, os recomiendo que los visitéis. Si encima leeis lo que escriben, la diversión promete ser casi ilimitada.)

Además, admitámoslo, es un orgullo poder contar que se ha esnifado el mismo Blu tack que la Ministra de Cultura. (Sí, es una metáfora.) Ayer estuve rodeada de gente que bien tenía su móvil (aplauso), había estado con ella en el extranjero en una escuela (aplauso) e incluso le había roto una uña de un pisotón (aquí aplauden los de sindescargas). A pesar de las dificultades, a un grupo de llorones con la vanidad maltrecha a perpetuidad como nosotros, nos sentimos orgullosos de que uno de los nuestros lleve una cartera de cuero y no por ser trabajadora de correos. Al llegar las sentidas confesiones de descargas, enseguida nos pusimos «¡A la ministra que vas!», «¡Mira que llamo a Angelines!» y así. Luego, por supuesto, nos fuimos a tomar una copa y allí llegaron los chistes de actores.

«Dos actores se encuentran. Uno le pregunta al otro, ¿Qué estás haciendo? y el tío le responde, «Hamlet». «Ah, Hamlet. ¿De qué va eso?» Y el otro actor responde: «Mira, es la historia del vigilante de un palacio…»

Aproveché la coyuntura para contar otro que me hace muchísima gracia.

«Se encuentran dos actores. Uno le dice al otro, «Por cierto, el otro día te ví salir del metro de Plaza de España», y el otro le responde, complacido. «¿Ah, sí? ¿Y qué tal estuve?»

Estábamos cacareando, riéndonos, felices, sorbiendo nuestras copillas como unos piojos, cuando de repente empezamos a oír una voz jupiterina que exigía, «Miradme, miradme, he dicho que me miréis». Se trataba de un conocido actor de cine y televisión «Eh, que me miréis, cojones» y no paró «Miradme, miradme» hasta que los once le miramos con atención. Entonces, se situó en el centro del corro y dijo, solemnemente: «Y ahora, a escribir.» Tal y como había venido, se fue, dándonos material para otro chiste de actores.

Fue una cena estupenda y me alegro mucho de haber visto a viejos colegas, y de haber conocidos a algunos nuevos. Y es que, en una cena de guionistas, donde hay pena hay alegría. Vivan los mequetrefes.