David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Destrucción más IVA

En un zulo subterráneo de Nevada o de por ahí, los científicos están desmontando un monstruo nuclear capaz de dejar la bomba de Hiroshima convertida en un petardo de feria. Por lo visto alguien ha caído en la cuenta de que la Guerra Fría ya se enfrió y ahora esos artefactos increíbles con los que americanos y rusos jugaban a ver quién la tenía más larga no sirven ni como macguffin en una película de 007. Las bombas H, los misiles intercontinentales y toda la parafernalia atómica han ido a parar al museo del ejército junto con el maúser, la bombarda de pared, la maza y el sable de caballería.

Esos explosivos infernales ilustran la estrategia de terror que mantuvo en vilo al mundo durante décadas. Fueron los ases en la manga con que Kennedy y Krushev jugaron al póker, pero el tiempo pasa, ahora la partida va por otros barrios, se llevan otras cartas, aviones lanzados estilo tirachinas, bombas en trenes, virus de laboratorio, en fin, el progreso. En la guerra ya no se juega al póker sino al parchís (mato uno y cuento veinte) y si hasta el ejército ha tenido que modernizarse, sustituyendo el apocalipsis por la gripe, cuesta entender que la banca no haya sabido adaptarse a los nuevos tiempos y que mantenga las mismas armas de destrucción masiva con que acojona al personal desde el siglo XIX.

Lo cierto es que a la banca no le hace falta inventar nada porque funcionan los mismos miedos que siempre han funcionado. ¿Se acuerdan de la bomba de neutrones? Era una patente de la guerra fría que podía matar a toda la población pero dejando los edificios intactos. Parecía algo impresionante pero Benny Hill apostilló: ??Bah, los ingleses conocemos esa bomba hace mucho. Se llama hipoteca?. En efecto, la hipoteca sigue ejerciendo su terrible poder de destrucción, centrifugando vidas, echando familias enteras a la calle, dejando las casas vacías en poder de los banqueros.

Hoy que la posibilidad de una destrucción nuclear da risa, como ya advirtió Kubrick, la amenaza de que las finanzas engullan el mundo no es una amenaza: es un hecho. Países y gobiernos han caído en manos de los bancos, que se los juegan al Monopoly con la frialdad de un Fu Manchú con gomina. John Steinbeck podría escribir otra vez Las uvas de la ira sin cambiar una coma y también quedaría intacta la pregunta de aquel granjero desesperado que lo ha perdido todo y al que explican que la culpa no la tiene nadie:  ??Entonces, ¿a quién hay que matar??