Ideologías de bote
Decía Raymond Chandler que para descubrir a una rubia auténtica no había más que examinar la raíz de los cabellos: cuánto más oscuros eran, más rubia resultaba la mujer en cuestión. Del mismo modo, entre los opinadores profesionales españoles de derechas (esa variopinta fauna de liberales conversos, neocatólicos rebautizados y forofos del franquismo que abarrotan televisiones y periódicos) abundan los melenudos del comunismo, es decir, maoístas que cambiaron la hoz por la billetera, trotskistas que cambiaron el martillo por la cruz e incluso terroristas que filosofaban a martillazos y después filosofan a españazos. Son equilibristas consumados que han ido de la extrema izquierda a la extrema derecha de sopetón, sin detenerse un segundo a reflexionar y sin pasar antes por el medio. Con el mismo desparpajo con que en el siglo pasado negaban a Dios, en éste reniegan de Mao Tse Tung, no tanto por una cuestión de honradez intelectual como de biología. Se probaron las greñas y las chanclas revolucionarias en la juventud pero en la vejez comprendieron que les sentaban mejor la calva y la corbata.
Curiosamente algunos de sus actuales adversarios realizaron la metamorfosis a la inversa: fueron del franquismo al socialismo sin vergüenza y sin paradas intermedias, reemplazando unas ideas por otras como el que transborda de borrico. Abandonaron los pesebres de la dictadura justo en el momento en que la pana empezaba a ponerse de moda para vestirse aquel pasado mugriento que acababan de abandonar esos otros tránsfugas del pensamiento con quienes ni siquiera llegaron a cruzarse por el camino de Damasco. La operación fue indolora, inodora e insípida porque no se trataba de mudar de piel sino de camiseta. También porque las ideas de uno y otro bando, llevadas al extremo, dejan de ser ideas para transformarse en pinchos. Más que de pensar, se trata de ensartar al rival y de asarlo vivo. Hubo incluso cantantes que le dedicaron versos juveniles a Franco con el mismo fervor con que luego se los dedicarían a Fidel Castro, sin caer en la cuenta de que lo suyo era la misma adoración boba y fetichista que ciertas mujerzuelas sienten por ciertos vejestorios poderosos y uniformados.
Muchos de los denominados intelectuales de este país han sufrido en sus carnes estas excitantes metamorfosis sin despeinarse y sin que les tiemble un recuerdo. Una conversión mucho más radical e incomprensible que pasar del Madrid al Barca, del ajedrez a la lucha libre o de la prostitución al convento de monjas. Las mejores ideas son de bote y se venden en la peluquería.