David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Salinger en familia

Salinger ha muerto. Más precisamente, en palabras de Onetti, ha dejado que su muerte deje de ser un asunto privado. Hace tres o cuatro años escribí esto para el suplemento UVE de El Mundo. Por desgracia para sus lectores no hay mucho más que añadir, salvo una fecha en una lápida.

Hay una cosa que tienen en común todas las ediciones de los libros de Salinger en cualquier idioma: carecen de introducción, prólogo, texto de solapa o de contraportada. No incluyen foto ni dato biográfico alguno del autor, excepto el nombre, y la portada no puede ir adornada con imágenes ni ilustraciones de ninguna clase: únicamente el título y el nombre del autor. Tal austeridad draconiana no es más que la metodología expresa de un escritor que ha decidido presentarse a sus lectores tan sólo como la voz de un fantasma. Desde hace décadas, Salinger se ha retirado completamente de la escena literaria. Horrorizado, tal vez, por la forma en que su personalidad pública ha usurpado la obra de algunos de sus contemporáneos (Capote y Mailer, sin ir más lejos), Salinger ha decidido desaparecer, no dejar a sus lectores más hilo de comunicación que la tinta de sus libros. Tampoco concede entrevistas, ni permite acercarse ni a lectores ni a periodistas. Esa paranoica reducción del ego ha dejado a la literatura todo el campo libre.

 

 Aparte de la que ilustra esta página (tomada a la salida de un supermercado) hay alguna otro foto perdida de Salinger, pero pertenecen a su período de juventud, cuando estudió en la academia militar Forge Valley de Pennsylvania, o a su estancia en el ejército, es decir, cuando aún no había decidido esfumarse. En su obsesiva persecución de cualquier rastro del pasado, Salinger no ha dejado mucho campo de trabajo a sus estudiosos. Con él, casi todo son teorías y conjeturas. El célebre relato Para Esmé, con amor y sordidez, incluido en los Nueve cuentos pudiera estar basado (o no) en experiencias traumáticas del propio Salinger durante la Segunda Guerra Mundial. Se dice que participó en el desembarco de Normandía y que alcanzó el grado de sargento. Que fue un estudiante remolón a quien, en sus primeros años, sólo le interesaba escribir y que no cejó hasta ver publicados algunos de sus relatos en la célebre revista The New Yorker. Al parecer, el joven Salinger buscó la fama con americana determinación para luego esconderse en la que resultó una operación de marketing literario perfectamente americana. Otros escritores, como Pynchon, rehuyen las apariciones públicas y persiguen con saña su propia imagen, pero continúan publicando. Otros, como Rulfo, dejaron de escribir, pero no tuvieron ningún problema en seguir asistiendo a conferencias y congresos. ?nicamente Salinger reúne, en su conducta y en su figura, todos los atributos del fantasma.

La publicación, en 1951, de El guardián entre el centeno, lo lanzó de lleno a la celebridad. El libro ??que cuenta en primera persona la historia de un adolescente, Holden Caufield, en su escapada a Nueva York?? posee un encanto irresistible que, sin embargo, se resiste al bisturí de los análisis. Su inocencia y frescura, y su extraña mezcla de ternura y cinismo han cautivado a generaciones enteras de jóvenes lectores. Sin embargo, también posee un aura macabra: según ciertas estadísticas, es el libro favorito de casi todos los asesinos psicópatas, y Chapman lo llevaba en el bolsillo el mismo día en que mató a John Lennon. Probablemente esta leyenda negra viene avalada por la propia fama de la novela, que es texto de lectura obligatorio en muchos institutos estadounidenses. En los siguientes libros, Salinger demostró que su fabulosa capacidad para introducirse en la mente infantil iba mucho más allá de la mera destreza literaria. Los niños, y los diálogos de adultos con niños, forman la columna vertebral de muchos de sus mejores relatos, empezando por el espléndido Un día perfecto para el pez plátano.

En 1953 Salinger alcanzó la cúspide de su maestría literaria con la publicación de Nueve cuentos y en 1955 se casó con Claire Douglas, con la que tuvo dos hijos, Margaret y Matt. A comienzos de los sesenta dio a la luz Franny y Zooey, y poco después, en 1963, su último libro publicado hasta la fecha: Levantad, carpinteros, la viga maestra. Ambos volúmenes están dedicados a las tribulaciones de una familia de genios con serios trastornos psíquicos: los Glass. Franny y Zooey, que dan título al tercer libro de Salinger, son los benjamines de la familia, Buddy Glass es otro de los hermanos (que suele adoptar el papel de narrador) y Seymour, el hermano mayor, una especie de poeta visionario, estudioso zen y casi santo que ya aparecía (y de qué modo) en el célebre primer relato de los Nueve cuentos.

Desde entonces Salinger se refugió en Cornish, New Hampshire, y no ha vuelto a publicar nada más. La leyenda dice que, en 1965, entregó a The New Yorker una larga carta, firmada por Seymour Glass, y titulada Hapsworth 16, 1924. Nunca ha sido publicada y algunos de los críticos que la leyeron la consideraron indigna del hombre que había escrito los Nueve cuentos. De hecho, en comparación con los dos primeros, sus dos últimos libros resultaban narraciones planas, estáticas, llenas de diálogos cansinos y lastradas por multitud de reflexiones místicas, parábolas zen y fábulas taoístas. En el epígrafe de El guardián entre el centeno ya aparecía aquel célebre koan de cómo sonaría una palmada de una sola mano, y Salinger, con su silencio, no ha hecho más que perfeccionar la imagen del sabio budista retirado del mundo y sus espejismos.

En su fuga dejó atrás cuatro libros: una de las novelas más perfectas del siglo y nueve relatos magistrales. Durante años, el temor paranoico de Salinger a que alguien forzara su intimidad, bloqueó cualquier tipo de investigación biográfica. Ian Hamilton únicamente pudo ver a su admirado autor en los tribunales, cuando los abogados de Salinger desautorizaron una biografía del escritor que citaba cartas personales pertenecientes a los fondos de bibliotecas públicas. Hamilton cambió entonces la mira del fusil y convirtió su bloqueada biografía en un libro delicioso: En busca de J. D. Salinger.

Paul Alexander y una de sus amantes, Joyce Manard, también escribieron sendos libros sobre su vida. Pero lo peor estaba por llegar: la traición definitiva tomó forma con la publicación, a finales de los noventa, de El guardián de los sueños, obra de su propia hija, Margaret. En ella, los lectores ávidos de cotilleos podían descubrir al genio en paños menores, asistir a las palizas que propinaba a su esposa, Claire, descubrir su adicción a los programas televisivos o la costumbre de beber su propia orina. El libro era la pesadilla de Salinger hecha realidad, puesta por escrito y firmada por carne de su carne.  

Pero lo verdaderamente imperdonable de la traición de Margaret es que la familia es el centro del universo literario de Salinger. Cuento a cuento, página a página, los Glass usurparon la totalidad de su universo literario. Sin embargo, tampoco su propia familia quedaba fuera de juego. Por expreso deseo suyo, la dedicatoria de Levantad, carpinteros, la viga maestra, está dividida entre cuatro: su esposa y sus hijos. En la de Franny y Zooey aparece el pequeño Matt Salinger jugando con un amigo. Más aun, en la segunda frase del celebérrimo El guardián entre el centeno, Holden Caufield advierte: ??A mis padres les daría un ataque si yo me pusiera a hablarles aquí de mi vida privada?.

Salinger jamás pudo explicar las contradicciones de los Glass, esa familia destinada a la santidad y sin embargo envuelta en las perplejidades e infortunios del mundo. Se recluyó con ellos, a vivir con y para ellos, en una pequeña casa que valló con una cerca legendaria. Quizá para no ver cómo su propia familia, imperfecta e infeliz, se caía a pedazos, canjeó el mundo y la gloria por los Glass, su familia perfectamente infeliz, mientras oía el sonido de una palmada con una sola mano.