David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


A Sastre le hacen un traje

Una de las pocas alegrías que me he llevado en esta historia de las elecciones europeas es el batacazo que se ha llevado Iniciativa Internacionalista, apellidado Solidaridad de los Pueblos, pero que debería llamarse «Solidaridad entre los de pueblo», para que se entendiera mejor su fondo ideológico de boinas y txapelas. Al frente de esta formación abertzale se encuentra el bueno de Alfonso Sastre, dramaturgo nacido en Madrid, para demostrar que los vascos nacen donde les da la gana.

Confieso que he leído muy poco de Sastre, y que lo poco que he leído me gusta más bien poco. Vi en su día La taberna fantástica y me pareció un coñazo con mucho de taberna y poco de fantástica. Leí también dos libros suyos donde quería renovar el género de terror, Las noches lúgubres y El lugar del crimen, una arriesgada mezcla entre humor y horror que daba más bien pena. Eso sí, no hay que confundir nunca literatura y política. Si su literatura resulta más bien flojita, debo decir que sus ideas políticas me parecen una soberana mierda. En el prólogo a El lugar del crimen, Sastre se permitía este chiste a costa de su militancia etarra:

Admirador de E.T.A. -de Ernesto Teodoro Amadeo- Hoffman (que quede bien claro, señor juez), uno también escribe sus Nachtstücke, sus obras nocturnas…

¡Admirador de E.T.A. Hoffman! Para partirse la caja, Alfonsito. Este hombre es la monda. Me recuerda a otro comunistoide convencido que, en medio de una discusión, aprovechó que hablábamos de una mujer checa para hacer un chiste sobre la Cheka, la policía secreta soviética, el espejito sanguinario donde se han mirado todas las organizaciones asesinas que en el siglo XX han sido. No sé por qué no hizo uno sobre las S.S. o sobre la Gestapo, si al fin y al cabo son exactamente lo mismo.

El caso es que el pobre Alfonso Sastre se ha quedado sin su sillón de eurodiputado, pobrecito. Dejando aparte la diferencia abismal entre uno y otro, la historia de Sastre recuerda un poco la aventura equinoccial de Mario Vargas Llosa, cuando se presentó a unas elecciones en Perú convencido de que iba a ganar de calle y perdió con un chino. Vista la trayectoria criminal de Fujimori y cómo les fue a los pobres peruanos bajo sus zarpas, está claro que deberían haber votado al escritor.

Sin embargo, sospecho que en la masa (la masa de votantes, me refiero) existe una  desconfianza atávica hacia el intelectual, al hombre de letras, y esa desconfianza explicaría el cero patatero que se ha llevado Sastre tanto como el que en su día se llevó Vargas Llosa. La gente desconfía de los letrófagos y prefiere ver en el espejo mágico de la política una versión más verosímil de uno mismo, por la misma razón que los debates del corazón, la telemierda, Buenafuente y José Luis Moreno desbancarán siempre a una buena película, un buen documental o a cualquier otro programa que lleve el signo de la inteligencia bajo la solapa. El caso de Vaclav Havel es casi, casi, la excepción a la regla. Esta teoría explicaría el éxito biológico de Zapatero, de Aznar, de Zaplana, de Bibiana Aído y prácticamente de quien se les ocurra.

Un gran error de Otegui haber usado de muñeco a un señor barbudo con gafas. Si llega a coger cualquier camarero de herriko taberna o cualquier camionera anónima con camisa de mantel, lo mismo arrasa.