David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Bill Naughton: Alfie

Hace unos días cayó en mis manos Alfie, de Bill Naughton, en una vetusta y entrañable edición de Bruguera, marcada a fuego en la contraportada con 40 pesetas. La novela obtuvo un éxito resonante en Inglaterra y logró una rápida adaptación al cine que supuso la confirmación definitiva de ese extraordinario actor llamdo Michael Caine. Básicamente, tanto el libro como la película narran en primera persona las aventuras sexuales de un ligón sin escrúpulos que va trotando de cama en cama y que no tiene el menor empacho en tratar a las mujeres como ganado erótico.

El libro, pero más aun la película, fueron vendidos en clave de comedia. En parte, no les faltaba razón porque Alfie tiene pasajes divertidísimos. Las ocurrencias de este Casanova contemporáneo, ubicado en el Londres de mediados de los sesenta, componen todo un muestrario de críticas y observaciones sociales envueltas en un asombroso recital de cinismo.

Naughton se mete en territorios poco transitados por la novela con un escalpelo mojado en humor británico y suele salir más que airoso. Por ejemplo, al principio del libro, Alfie está en el coche con una chica. Acaban de terminar un acoplamiento amoroso pero la mujer vuelve a echarse en sus brazos. Gracias a la brillante prosa de Naughton, Alfie (que nunca deja de ronronear mentalmente, como un filósofo epicúreo a ras de piel) sortea con elegancia la incomodidad de la postura y la amenazadora sombra del gatillazo:

‘No es que me preocupasen mis articulaciones sino la chaqueta. No quería que se me estropeara. Ya sé que debería habérmela quitado, pero era demasiado tarde. Desembrague usted en un momento así y comprobará que puede estropearse todo lastimosamente, si es una persona sensible como soy yo. Ella inició su actuación. Debo decir que tiene un hermoso busto. Nunca he conocido otra con semejante teclado, o como quiera usted llamarlo. Eso por hablar de prominencias y no de canales… Es como el túnel de Rotherhithe. Esta chica es Jayne Mansfield en la superfice y Mick McManus en el interior’.

Con todo, la novela (y también la película) juega un partido de tenis a cuatro manos en un extraordinario contrapunto temático. Aunque era muy fácil que siguiera esa dirección, Alfie no es un simple colección de encuentros amorosos contados por un canalla sin escrúpulos. Alfie tiene un hijo pero renuncia a él porque no quiere ver su libertad coartada por el matrimonio. Pasado el ecuador de la novela, la sonrisa de decanta definitivamente hacia el humor negro. En muy pocos libros puede encontrarse un pasaje como éste, donde el protagonista reflexiona con su sinceridad brutal sobre el tema de la paternidad imposible:

‘Es muy rara la sensación que produce contemplar por primera vez la cara arrugada y rojiza de un bebé de quien te están diciendo que eres el padre. Experimentas una sensación curiosa, igual que si hubieras vuelto una esquina y te encontrases de pronto ante una banda militar’.

La escena del aborto, sórdida hasta en sus más mínimos detalles, probablemente no tiene parangón en la literatura contemporánea. Al final queda un regusto amargo, penoso, inolvidable, donde la soledad esencial del donjuan entona con tristeza su penúltimo canto del cisne.

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