Tropezando con melones – Blog de David Torres » Blog Archive » El discreto encanto de la república

David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El discreto encanto de la república

Un enfermo mental fue detenido la semana pasada por intentar acercarse a la princesa Letizaia al grito de «¡Muerte al rey!» Dejando aparte el supuesto intento de agresión física y la cercanía de un miembro de la realeza, su grito es virtualmente idéntico al proferido por Joan Tardá en un acto público el año pasado. Sin embargo, en virtud de sus respectivos fonadores, el mismo mensaje puede ser interpretado en clave de reivindicación política o en clave de grave daño cerebral.

         

Esto nos lleva al viejo debate epistemológico de si hay que juzgar a las personas por sus actos o a los actos por las personas que los cometen. Aunque en teoría todo el mundo se decantaría por la primera, normalmente se escoge la segunda posibilidad, de ahí que el hecho de que un artista multimedia hurgue en su propia mierda con un palito y luego pinte la pared de una habitación se considere una obra de arte. El mismo acto ejecutado por el paciente de un hospital psiquiátrico se considera una muestra de retraso mental.

«Por sus hechos los conoceréis» afirma el Evangelio, pero antes preferimos fiarnos más del carné, la corbata y el certificado de sanidad. El alarido de Tardá era una formidable y explícita invitación al asesinato (al magnicidio para ser más exactos) pero él se escurrió entre las finas líneas de la hermenéutica. Entre otras cosas, explicó que su exabrupto quería decir que la monarquía era un obstáculo insalvable para conseguir una democracia plena. �nicamente un indocumentado, un ignorante asilvestrado o un tipo con camisa de fuerza podría soltar una burrada semejante. Porque a nadie en sus cabales, ni siquiera con un dedo de frente, se le ocurriría decir que Gran Bretaña, Noruega, Dinamarca, Suecia o Japón (cinco de los países más adelantados del globo y cinco monarquías parlamentarias) no son ejemplos pluscuamperfectos de juego democrático.

En su defensa Tardá también aseveró que él jamás le había deseado la muerte a nadie. Es decir, que para él, el «borbón» no era más que un concepto caduco, un muñeco de feria, un plato con el que tirar al blanco. Pero ni al concepto ni al muñeco ni al plato se les puede adjudicar la muerte. Esta confusión entre la persona y el símbolo que representa es muy propia también de mentes desequilibradas, febriles y/o poéticas. Por cosas como ésta, Platón alejó a los poetas para siempre de la república. La cual no es exactamente el paraíso político que se figura Tardá y si no, que viaje algún día a México, Haití o Ruanda.  

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