�ltimos sueños cumplidos
La muerte es la putada definitiva, la puerta que se cierra, el sumidero negro por el que resbalan todas las ilusiones y todos los anhelos. A mediados de diciembre me llamó mi amigo Jesús Urceloy y le noté en su recia voz de contraalmirante la pesadumbre espesa, el chirrido de una puerta al cerrarse. Un amigo se le morÃa, se le estaba muriendo. A Julio César Navarro, uno de sus alumnos de poesÃa, le acababan de diagnosticar un cáncer de páncreas y los médicos apenas le daban unos meses de vida. Me preguntó si me acordaba de él, que fue a alguna lectura mÃa y que se quedó después a tomar unas cañas con nosotros. Un chaval alto, dijo, con cara de buena gente. Le respondà que no lograba ponerle cara y no lo hice hasta que no me llegó al correo pocos dÃas atrás una foto, esta foto.
A Urceloy (que, aparte de un poeta como una catedral, es un cacho pan con forma humana) se le habÃa ocurrido un regalo maravilloso para despedir a su amigo. El último o el penúltimo sueño que le quedaba a Julio antes de morir era publicar un libro de poemas con su nombre. TenÃa ahorrado un poco de dinero y le pidió a Urceloy si podÃa gestionarle la publicación de ese poemario que querÃa dedicar a su madre. Pero Urceloy le dijo que no se preocupara por el dinero, que lo pagarÃan entre todos sus amigos y que él se moverÃa lo más rápidamente posible para tener el libro entre las manos cuanto antes.
Urceloy me preguntó si Román Piña estarÃa dispuesto a editar el libro. Le respondà que sà sin dudarlo. Todos se pusieron a trabajar contra reloj: Julio y Urceloy corrigieron los textos, Antonio Romar escribió un prólogo, Román preparó la edición y Luis Felipe Comendador se encargarÃa de la tirada. Es decir, que todo quedaba entre poetas. En la cena de Navidad Urceloy le comunicó a su amigo que la cosa estaba en marcha, que el libro estarÃa en la calle en cuestión de dÃas.
Las fiestas y la inoportuna nevada retrasaron la publicación apenas un dÃa, unas horas. A mediodÃa del viernes 9 de enero, Urceloy llamó a Julio para decirle que el libro acababa de salir de la imprenta, que ya iba a Béjar para recogerlo y llevarle unos cuantos ejemplares a Guadalajara. Tuvo que conformarse con esa última alegrÃa porque no pudo llegar a verlo entre sus manos. El sábado Julio entró en coma y murió el domingo a las nueve de la mañana. TenÃa 38 años.
Queda el dolor terrible de la pérdida y el consuelo de esos pocos versos que reunió bajo el tÃtulo de Todo sigue asÃ.  Está editado en La Guantera, la editorial de Román Piña, y será presentado en Madrid, el 11 de febrero, en la Asociación Colegial de Escritores (Leganitos, 10) a las ocho de la tarde. Al acto asistirán, entre otros, Jesús Urceloy y Luis Alberto de Cuenca, junto a un montón de familiares y amigos.
Esta historia se me ha atrancado ahÃ, en ese estante del corazón donde quedan las cosas que no se alcanzan. Recuerdo como si fuera ayer el dÃa en que me llegó a las manos un ejemplar de mi primera novela, Nanga Parbat. Lo habÃa anhelado tanto, durante tanto tiempo, que pensé que se trataba de un hrön, uno de esos objetos materializados por el puro deseo de los que habla Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Apenas una semana después me llegó un ejemplar de mi primer libro de relatos, Donde no irán los navegantes, y luego, a lo largo de una década, he tenido la fortuna de ver publicados casi una docena de libros mÃos. Pero nada se parece a la felicidad de ese primer vástago, esa criatura de palabras que de repente ha echado a andar para iniciar una andadura secreta por librerÃas y bibliotecas, y volver a levantar su precario armazón de vida tras el telón de unos ojos anónimos.
Qué lástima que no llegaras a verlo. Todo sigue asÃ, Julio, todo sigue asÃ.