Tropezando con melones – Blog de David Torres » Blog Archive

David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


�ltimos sueños cumplidos

La muerte es la putada definitiva, la puerta que se cierra, el sumidero negro por el que resbalan todas las ilusiones y todos los anhelos. A mediados de diciembre me llamó mi amigo Jesús Urceloy y le noté en su recia voz de contraalmirante la pesadumbre espesa, el chirrido de una puerta al cerrarse. Un amigo se le moría, se le estaba muriendo. A Julio César Navarro, uno de sus alumnos de poesía, le acababan de diagnosticar un cáncer de páncreas y los médicos apenas le daban unos meses de vida. Me preguntó si me acordaba de él, que fue a alguna lectura mía y que se quedó después a tomar unas cañas con nosotros. Un chaval alto, dijo, con cara de buena gente. Le respondí que no lograba ponerle cara y no lo hice hasta que no me llegó al correo pocos días atrás una foto, esta foto.

A Urceloy (que, aparte de un poeta como una catedral, es un cacho pan con forma humana) se le había ocurrido un regalo maravilloso para despedir a su amigo. El último o el penúltimo sueño que le quedaba a Julio antes de morir era publicar un libro de poemas con su nombre. Tenía ahorrado un poco de dinero y le pidió a Urceloy si podía gestionarle la publicación de ese poemario que quería dedicar a su madre. Pero Urceloy le dijo que no se preocupara por el dinero, que lo pagarían entre todos sus amigos y que él se movería lo más rápidamente posible para tener el libro entre las manos cuanto antes.

Urceloy me preguntó si Román Piña estaría dispuesto a editar el libro. Le respondí que sí sin dudarlo. Todos se pusieron a trabajar contra reloj: Julio y Urceloy corrigieron los textos, Antonio Romar escribió un prólogo, Román preparó la edición y Luis Felipe Comendador se encargaría de la tirada. Es decir, que todo quedaba entre poetas. En la cena de Navidad Urceloy le comunicó a su amigo que la cosa estaba en marcha, que el libro estaría en la calle en cuestión de días.

Las fiestas y la inoportuna nevada retrasaron la publicación apenas un día, unas horas. A mediodía del viernes 9 de enero, Urceloy llamó a Julio para decirle que el libro acababa de salir de la imprenta, que ya iba a Béjar para recogerlo y llevarle unos cuantos ejemplares a Guadalajara. Tuvo que conformarse con esa última alegría porque no pudo llegar a verlo entre sus manos. El sábado Julio entró en coma y murió el domingo a las nueve de la mañana. Tenía 38 años.

Queda el dolor terrible de la pérdida y el consuelo de esos pocos versos que reunió bajo el título de Todo sigue así.  Está editado en La Guantera, la editorial de Román Piña, y será presentado en Madrid, el 11 de febrero, en la Asociación Colegial de Escritores (Leganitos, 10) a las ocho de la tarde. Al acto asistirán, entre otros, Jesús Urceloy y Luis Alberto de Cuenca, junto a un montón de familiares y amigos.

Esta historia se me ha atrancado ahí, en ese estante del corazón donde quedan las cosas que no se alcanzan. Recuerdo como si fuera ayer el día en que me llegó a las manos un ejemplar de mi primera novela, Nanga Parbat. Lo había anhelado tanto, durante tanto tiempo, que pensé que se trataba de un hrön, uno de esos objetos materializados por el puro deseo de los que habla Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Apenas una semana después me llegó un ejemplar de mi primer libro de relatos, Donde no irán los navegantes, y luego, a lo largo de una década, he tenido la fortuna de ver publicados casi una docena de libros míos. Pero nada se parece a la felicidad de ese primer vástago, esa criatura de palabras que de repente ha echado a andar para iniciar una andadura secreta por librerías y bibliotecas, y volver a levantar su precario armazón de vida tras el telón de unos ojos anónimos.

Qué lástima que no llegaras a verlo. Todo sigue así, Julio, todo sigue así.