Pesimismo del método
Los discursos más célebres de Churchill, aquellos en que prometía ??sangre, sudor y lágrimas?, y proclamaba eso de ??lucharemos en las playas?, no los pronunció en realidad el propio Churchill sino Norman Shelley, un actor que también había puesto voz a Winnie the Pooh. Christopher Hitchens, en una crítica demoledora que deja la estatua del héroe mítico reducida a gravilla, aventura la hipótesis de que quizá el premier británico iba demasiado borracho como para no tropezar con los micrófonos. La historia universal está trufada de recauchutados.
Empeñado en seguir el ejemplo churchilliano, Rajoy no sólo pinta el futuro de negro sino que además ha puesto al mando de la brocha a Luis de Guindos, un auténtico especialista en desastres que ya presidió la hecatombe española de Lehman Brothers. Zapatero, a quien le gustaba jugar con peligrosas comparaciones retóricas entre trasatlánticos y témpanos a la deriva, jamás se hubiera atrevido a pasar de las palabras a los hechos nombrando almirante a uno de los fogoneros del Titanic. O peor: al iceberg. Se conformaba con que las malas noticias las diera Winnie the Pooh. Antes teníamos al mando a un optimista incorregible y ahora a un cenizo profesional cuyo éxito reside en el fracaso de su antecesor. Para estar a tono con su jefe, Guindos ya ha anunciado que el apocalipsis maya, previsto para finales de 2012, podría ser la mejor opción. Este hombre monta un consultorio de tarot y a la primera tirada de cartas le sale jaque mate.
Aunque expresó en un inglés crudo y teñido de latín los días duros que se avecinaban, Churchill nunca dudó de la victoria, alternativa blandengue que de momento no contemplan ni Guindos ni Rajoy, demasiado ocupados descifrando las entrañas del Ibex como para perder el tiempo en esperanzas. La diferencia entre un optimista y un pesimista es una suscripción a un periódico, pero Rajoy debería dejar de exagerar y regresar un poco a los tiempos alegres del Prestige, hilillos a la mar, cuando un naufragio era una fiesta.
Más allá de los augurios chungos, del gusto por los puros y del humor atlántico, ambos líderes también comparten cierto aire postizo, acentuado en el gallego por la barba y las gafas. A Churchill le escribían los discursos y a Rajoy las ocurrencias. Si en sus mejores momentos, Churchill requería de un actor, Rajoy debería contratar un doble para los peores, un pesimista del método en vez un metódico del pesimismo. Saza está ya muy mayor pero con esa voz y esa dicción anunciaría el fin del mundo en vez del fin de año y pediríamos más uvas.