David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Palabra de humo

Los escritores y el tabaco siempre han mantenido relaciones íntimas. Josep Pla decía que fumaba para rebuscar adjetivos entre el humo. Mientras hablaba a cámara, el venerable patriarca de las letras catalanas liaba un cigarrillo, afilaba sus recónditos ojos de jugador de mus y armaba una sonrisa de payés internacional al tiempo que le sacaba la lengua a la muerte. Eran otros tiempos, cuando ministros, ministras y menestras de verdura al menos no metían las narices en la vida privada y se dedicaban a censurar textos, como es su obligación. Hoy, en cambio, se dedican a censurar actitudes personales, los textos salen libres de humo y así nos va.

El coqueteo entre la literatura y el humo viene de muy antiguo, casi desde los tiempos de Drake. Uno de esos estudios perfectamente imbéciles que abarrotan la prensa diaria aseguraba hace bien poco que Shakespeare fumaba marihuana. No hace falta tener una cátedra en Cambridge para concluir que ninguno de los millones de fumadores de marihuana que en el mundo han sido y serán ha alumbrado jamás una línea como ??Veo mejor si cierro más los ojos?. Bob Marley incluido.

Durante años yo fui fiel a este fetichismo del humo, durante años yo intenté ser el mejor novelista del mundo: Anthony Burgess. Me consuela el hecho de que jamás he encontrado su marca de puritos favorita: Schimmelpennincks (miento: mi amigo Javier Blanco me trajo una cajita de Holanda) y a cambio tengo que conformarme con Meharis (sin filtro, gracias). En casi todas las fotos, Burgess aparece con un purito encendido en su mano, una antorcha de metáforas. La primera foto que recuerdo de Cortázar, la edición de los Cuentos completos en Alianza, también llevaba un cigarro humeante. Sólo a un ministro, ministra o menestra de Sanidad (palabra que, no sé por qué, siempre asocio con retretes desguazados) se le ocurriría censurar esa portada.

Por lo demás, Burgess es el autor de varios de los libros más grandes del siglo. En uno de ellos, Fin de las noticias del mundo, aparece Hubert Frame, físico genial, octogenario y fumador impenitente. Tanto que para acudir a una reunión con el presidente de los Estados Unidos en un espacio libre de humos, tiene que inyectarse nicotina en vena. Un médico contempla una radiografía de sus pulmones y comenta: ??Según esto, usted está muerto?. Burgess remata: ??Se alegraba de haberse matado a fuerza de fumar?. No se podía esperar menos de un tipo que tituló sus memorias: Ya viviste lo tuyo.