David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


A vueltas con el Papa

A Angel Pintado, diputado del PP por Huesca, le molestó muchísimo mi artículo sobre el Papa, Hablando de condones. En una carta publicada en El Mundo de hoy dice que vulneré la libertad de expresión, que insulté a todos los católicos y que puede que me esté ganando una demanda. Con un ramalazo de matonismo muy propio de su secta, me amenaza con el refrán «quien siembra vientos, recoge tempestades» y me acusa de azuzar el «odio entre españoles», como si yo volviera a pedir que quemaran iglesias y ahorcaran curas. Me llama resentido y me supone algún tipo de problema de índole personal.

Me encanta cuando una columna da en el blanco. Esta vez, al parecer, he dado en plena línea de flotación:

Dice el Papa que usar el condón en según qué casos puede estar justificado. Por ejemplo, la prostitución. Es un alivio para esos millones de católicos a los que no les quedaba otro remedio que ir de putas temblando, con la perspectiva de pasar después por el confesionario o arder para siempre en el infierno. Y todo por culpa de un mísero globo de plástico.

La insistencia del Vaticano en tratar una y otra vez temas de sexo ya apenas nos sorprende: sabemos que, en ciertas parafilias y aberraciones, hay cientos de curas mucho mejor preparados que el más avezado actor porno. Cuando empezaron a circular algunos de los opúsculos de Sade, un confesor francés se echó a reír ante lo que consideró poco más que una tontería adolescente. ?l conocía historias mucho más terribles que aquellas absurdas violaciones múltiples y torturas gratuitas sólo de oírlas en el confesionario. Hoy sabemos que además están las experiencias de primera mano.

El sexto mandamiento se habría quedado en un mero juego de tornillo y tuerca de no ser por el empeño y la imaginación febril de los clérigos católicos. Hace nada descubrieron en el disco duro de un sacerdote español una versión del Kamasutra con niños de diez años. Más o menos yo tenía esa edad cuando fui a confesarme por penúltima vez y el cura de mi barrio, aburrido por mis torpes faltas de crío, me dio la primera aproximación a pecados mucho más excitantes que yo ni había imaginado. ¿Me había hecho tocamientos? ¿Solo o en grupo? ¿En familia quizá? Ignoraba yo entonces que por ??tocamientos? aquel hombre de Dios no se refería precisamente a hurgarse las narices. Supongo que debo estarle agradecido porque me puso sobre la pista de la masturbación, pecado del que no tenía ni idea, y mucho menos aún de que pudiese practicarse en grupo y en familia.

De manera que cuando Ratzinger habla de condones debemos suponer que sabe de lo que está hablando. Es un tema sobre el que tiene línea directa con Dios, igual que cuando habla sobre la familia y la mejor manera de educar a los hijos. Se supone que carecen de experiencia en estas cosas pero quién sabe. Cuando el Papa viajó a Londres también se permitió el lujo de dar lecciones de Historia, anudando el lazo que, según él, hay entre nazismo y ateísmo, aunque pasó por alto que la inmensa mayoría de los criminales nazis escaparon del castigo a través del Vaticano y que la mayor matanza de judíos, gitanos y ortodoxos fuera de la maquinaria nazi fue obra exclusiva de los ustashi, los católicos croatas. Unas 700.000 almas tirando por lo bajo.

Sí, casi mejor que hable de condones.  

Es obvio, para cualquiera que sepa leer y tenga dos dedos de frente, que aquí no hay un solo insulto ni una descalificación ni una llamada al odio. Todo lo que cuento en esta columna es la pura y simple verdad, punto por punto. Es verdad que el Papa no para de hablar de sexo. Es verdad que habló de condones y prostituciones. Es verdad que hay cientos de curas pederastas. Es verdad lo del cura español y el disco duro de su ordenador (yo me refería a otro, pero hay tantos criminales con sotana que en el intervalo entre escribir el artículo y entregarlo trincaron a uno más).

Lo que le reconcome a Angel Pintado, pobrecito, no es tanto que todo esto sea verdad (cualquier católico con dos dedos de frente sabe que su iglesia no está libre de pecado, por decirlo suavemente) sino el barniz de ironía y mala leche con el que hablo de estas cosas. También es verdad, punto por punto, la escena del sacerdote calentón que intentó sonsacarme en el confesionario. Y no menos verdad, por desgracia, es la historia de la ustasha, del campo de exterminio de Jansenovac y de los criminales nazis que escaparon a través del Vaticano. Encender otra vez la llama del odio es insultar públicamente a los ateos, que nada tienen que ver con el nazismo, desde el púlpito de Pedro. Eso, señor Pintado, no sólo es una conducta de mal católico, de ignorante y de mentiroso. Católico era Hitler, que fue bautizado y que jamás renunció a su bautizo, que escribió varias veces sobre su fe cristiana en Mein Kampf y que fue aupado por la iglesia católica alemana. Líbreme Dios de decir que el catolicismo y el nazismo son lo mismo, pero que momentáneamente fueron aliados, no lo dude usted.

En vez de excusarse por estos crímenes (y por otros miles de ellos cometidos a lo largo de la Historia, desde la quema de herejes hasta la pederastia más atroz), este soplapollas con tiara (atención, señor Pintado, esto sí es un insulto, lo digo para que vea la diferencia y vaya aprendiendo a leer) se dedica a dar lecciones de moral. El mismo botarate que aparece en la foto con su vestidito de primera comunión y después, en pleno éxito laboral.

Entiendo que la libertad de expresión joda mucho, señor Angel Pintado, sobre todo cuando es verdad. Si le pica, rásquese.