David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Romances portátiles

Como la música, la literatura, el cine o la nouvelle cousine, como cualquier otra ficción, el amor se ha vuelto portátil. En el pasado, un romance, para existir, necesitaba de planteamiento, nudo y desenlace, pero desde que se inventó el móvil Romeo y Julieta, Dido y Eneas, Tristán e Isolda, caben enteros en un SMS. Antes se necesitaban meses, barcos, tramoyas wagnerianas, dramas isabelinos para que un beso alcanzara la otra orilla. Hoy los besos vuelan vía satélite, sin necesidad de palomas, y las cartas cruzan continentes en un solo parpadeo de la pantalla. Una ópera italiana ya se nos hace demasiado larga, así que mejor una cancioncilla tonta, o mejor un politono. Hemos pasado de Shakespeare, Lope o Neruda a las abreviaturas con faltas de ortografía incluidas. Escribir únicamente las siglas del amor puede parecer una ordinariez, pero en el arrebato de la pasión no hay tiempo para buscar rimas.

 

Aunque mínimas y frías, en las tripas de un móvil también hay sitio de sobra para el temible monstruo de ojos verdes. Aquel moro celoso que requería un pañuelo perfumado como prueba no tiene ya más que hurgar con el pulgar y encontrará codificada en la lista de llamadas, en los mensajes extraviados, la cifra exacta de su desdicha. Vivimos más que nunca aunque no tengamos tiempo para nada, mucho menos para apalabrar abrazos y concertar citas. Hay gente que se despide por fax, pero la tecnología naufraga en el olvido: no hace falta una tarjeta de memoria para catalogar fracasos. Para almacenar todo un cementerio de novias muertas nos basta esa vieja víscera, ese móvil llamado corazón.