David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


¿No quieres caldo? Tres tazas

Ayer alguien me pegó la bronca por subir un artículo escrito para otro medio en el blog. Ignoraba que no podía hacerse, yo pensaba que el blog era un espacio para la libertad y que la libertad admite de todo: poemas, fotografías, ensayos, fragmentos de novelas, relatos, lo que fuera. Es curioso porque uno de mis blogs favoritos (http://blog.diariodemallorca.es/alazar) consiste únicamente en los artículos que el gran Matías Vallés escribe para el Diario de Mallorca. Pensé que como a algunos de ustedes, quienes entran aquí, les interesará lo que yo escribo (no sé si no para qué iban a entrar, digo yo), y lo que yo escribo muchas veces no es fácil de encontrar, pues el hecho de colgarlo aquí les facilitaría el acceso, y así, de paso, me ahorro yo el engorro de escribir algo en esos días tontos en que no tengo ni tema ni ganas de escribir.

En fin, el hecho es que llevo colgando artículos casi desde el primer día que inauguré el melonar pero, ahora que me he enterado que está prohibido, voy a hacerlo más a menudo, con mucho más gusto y más a conciencia.

CUANDO LOS DINOSAURIOS IBAN EN METRO

En el Metro de Madrid, concretamente en la estación de Carpetana, se han descubierto fósiles de más de 13 millones de años de antigüedad. Mastodontes, rumiantes y rinocerontes prueban que la fauna madrileña iba mucho más allá de los chulapos. Hay también trazas de la existencia de un oso-perro, predador y carroñero, que tiene toda la pinta de ser el auténtico novio del madroño. Sin embargo, hoy lo que nos queda de toda esta espléndida heráldica es el zoo de la Casa de Campo y las sedes de los partidos políticos, donde se guardan algunas de las más vistosas antiguallas sacadas de las ideologías marchitas del pasado siglo. En Madrid hay optimistas que aún llevan en la solapa la hoz y el martillo como si almorzaran todos los días celacanto, y también gente que cree que el Valle de los Caídos era como el parque de atracciones Warner de la época: el parque Jurásico clonado a partir de una gota de sangre del Caudillo.

Si se han encontrado todo eso en Carpetana, da pánico pensar lo que pueden encontrar picos y palas si se ponen a remover los cimientos de la estación de Alonso Martínez. Creíamos que el fósil de Fraga marcaba el año cero del PP, pero en los aledaños de Génova se están levantando especies que creíamos extinguidas: partidarios de Cristo rey y zombis extirpados del Concilio de Trento. Toda una recua de nostálgicos de los autos de fe que, como el arzobispo de Canterbury, echan de menos el desparpajo con el que sus colegas musulmanes conjugan tranquilamente la sharia con la administración del buen gobierno. Nos ha costado siglos quitarnos de encima las casullas, casi tanto como andar sobre dos pies, pero en el PP aún quedan especimenes antediluvianos que ansían regresar a la charca primordial, a las hogueras inquisitoriales y a las branquias. Aunque son una evidencia viviente de la conjetura de Darwin, casi todos provienen de los teocom estadounidenses, esa gente que niega la teoría de la evolución y prefiere enseñar ciencias naturales con catequesis.

Para ello se han sacado de la manga una teoría científica denominada diseño inteligente, que ni es científica ni es inteligente: una puesta al día de las enseñanzas bíblicas que da casi tanta vergüenza ajena como ese intento patético de aparear liberalismo con el catolicismo más charcutero y retrógrado. La estación de Carpetana es la prueba fehaciente de que todas las formas de vida tienen fecha de caducidad, y de igual modo que los ideólogos de IU están pensando seriamente en dedicar todos sus esfuerzos al arte de la verbena, los dinosaurios del neofranquismo deberían abandonar Génova y fundar una reserva biológica en un ala del Museo de Ciencias Naturales, al lado justo de los trilobites, para enseñar a las nuevas generaciones que el pasado de España, aparte de imperfecto, es, sobre todo, pasado.

(Publicado originalmente en el suplemento M2 de El Mundo el martes 27 de mayo de 2008)