Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Cruzar en rojo

Sí, es bastante gordo ese libro que estoy leyendo. Más que el que lee mi hija (que es uno de Federico Moccia):

Cuando hice la foto acababa de disfrutar de esta soberbia descripción del paisaje norteamericano:

Por la mañana salieron a los campos que se extendían hasta el horizonte, el Mar Interior Americano, donde las gallinas se movían en bancos, como arenques, los cerdos y las vaquillas buscaban comida y ramoneaban como meros y bacalaos, y los tiburones solían trabajar fuera de Chicago o de Kansas Cyty; las granjas y las ciudades emergían a lo largo del trayecto como islas, con chicas en todas y cada una de ellas […] Las chicas de las islas, esas que ahora veía subidas a las líneas de tranvía […], trabajando de camareras en cafeterías a las que se bajaba por unas escaleras de ladrillo rojo, mirando a través de mosquiteras en Cedar Rapids, chicas en vallas ante largos campos bajo una luz amarillenta, Lizas y Chastinas, chicas de las llanuras y de primaveras pródigas en flores que tal vez nunca existieran […] con ojos radiantes siempre en movimiento, en el patio de Ottumwa sacudiendo una alfombra, esperando en las noches espesadas de mosquitos del sur de Illinois, esperando junto al poste de la cerca a que regresara por fin a casa un hermano díscolo, asomándose por una ventana en Albert Lea mientras los trenes pasaban pitando a coro.

Es Contraluz, de Thomas Pynchon.

Al leer esas páginas no pude dejar de recordar el cuadro de Andrew Wyeth, Christina’s World (El mundo de Cristina). Esa desolación estremecedora, esa belleza áspera, ese escalofrío.

Cuando trabajé durante un año en Columbia, Missouri (Columbia, Misery, decían los lugareños), mi novia de entonces tenía una reproducción de este cuadro. (Será costumbre de la casa eso de ir poniendo postales a la vista para leer y escribir, y cambiándolas cada cierto tiempo).

Como el de Pynchon, el de Wyeth es más un paisaje moral que físico. A mi novia le producía malestar, cierta ansiedad, un vacío repentino en el interior, como si se acabara de soltar el punto de una media y estuviera abriendo una carrera ya imparable, un vórtice que se lleva todo por delante, del muslo al tobillo, del talón a la ingle, hasta exponerla desnuda como el que en un sueño cae a oscuras, sin saber a qué distancia está el fondo.

Este es el cuadro, que es de 1948:

Lo de la fecha no lo digo (sólo) por pedantería, sino porque era materia de conversación.

Entre las varias sensaciones que nos provocaba este cuadro estaba, ya digo, una cierta perturbación, como si hubiera una amenaza, un peligro oculto.

-¿No da un poco de miedo? -decía yo-. Miedo a pleno día, que es el peor.

-Sí, y la pintura es del 48. Se nota en seguida: fíjate que en la vivienda no hay una sola antena de televisión.

-Es verdad. Si fuera ahora, habría una parabólica y esa casa estaría conectada a internet.

-Pero entonces ahora daría mucho más miedo, ¿no te parece?

(¿Te acuerdas de cuánto hablábamos de pintura entonces?)

Lo pensé un momento y tuve que darle la razón: el mismo paisaje, la misma Christina recostada en la ladera de la colina, y al fondo la misma casa con sus padres… ¡navegando por internet!

Como para echarse a temblar, ¿verdad?

De eso creo que trata la novela de Pynchon: de por qué da mucho más miedo ahora.

La chica del cuadro sin duda es una auténtica sirena varada del Mar Interior Americano del que habla Pynchon. Una náufraga de Norteamerica. O se ha tirado por la borda de la granja de sus padres.

Esa chica, Christina, es un típico personaje de Pynchon. Su padre, cuya pata de palo resuena cuando pasea por el piso de arriba de la casa, es el capitán Ahab, por supuesto. Su madre, no hay duda, es the mad woman in the attic (la loca del desván).

La gran contribución de Philip K. Dick (a quien yo considero el antecedente de Pynchon) fue el cableado: incorporó a la vivienda las nuevas tecnologías, esa moderna metafísica que, como toda metafísica, no es más que el ejercicio del poder.

Debo confesar que a mí nunca me ha entusiasmado Pynchon,le considero posmoderno y, en cierto sentido, el posmodernismo me parece una forma de manierismo. Disfruté con La subasta del lote 49, por ejemplo, pero me aburrió solemnemente El arcoiris de la gravedad (aunque es verdad que lo leí en California, en UCLA, donde hacía mucho sol y las chicas estaban demasiado buenas como para entregarse a la lectura mucho rato seguido).

Es la primera vez que lo leo en español, así que vaya por delante un aplauso para Vicente Campos (a quien de nada conozco): la traducción es impecable, elegante y suena muy bien en español. Conociendo el difícil, alambicado y sutil inglés de Pynchon, me parece que ha hecho una maravilla.

La novela recorre la historia americana, desde el IV Centenario del Descubrimiento, en 1892, hasta la segunda guerra mundial o así. Creo. Porque sólo llevo unas trescientas páginas. Y me está encantando.

¿Que es largo? Bueno, sí, ¿y qué?

Parece aquello de Mozart, que un tipo le dijo tras oír un cuarteto: «Tiene demasiadas notas».

«¿Ah sí? ¿Conque demasiadas notas, eh?», dijo el compositor y le entregó la partitura: «Pues ahí tiene: ande, tache las que sobren, por favor».

Pues ídem de lienzo: puede que tenga demasiadas páginas, de acuerdo, pero ¿tú te atreverías a tachar alguna? ¿Distinguirías tú cuáles son las que sobran?

Por lo que llevo leído el libro se resume como una impugnación general del capitalismo.

Nunca, me parece, Pynchon ha sido más explícito y contundente. El sueño americano es el capitalismo y lo que está escribiendo es el envés de la trama. Tras la guerra civil, dice, viene una guerra secreta, que es sólo lucha de clases. Ahora se entiende el por qué de la paranoia de Pynchon. Como decía Freud: también los paranoicos tienen enemigos de verdad.

Lo que lastra a la novela es lo mismo que la engrandece, como suele suceder: su ambición de ser esa Gran Novela Americana que en realidad ya está escrita (es Moby Dick, en efecto, como afirma Edu Vilas).

Pynchon detecta los nervios centrales del organismo que ha puesto en su tubo de ensayo. En primer lugar, el hambre metafísica, la persecución de la ballena blanca. Ese hambre no es, pese a las apariencias, espiritual, sino voluntad de poder. La ballena blanca, en Scott Fitzgerald, es verde, tiene el color del dinero. En Pynchon es blanca: tiene el color de las batas de laboratorio.

Lo que muestra Pynchon es la transformación de la metafísica en ciencia o pseudociencia: la búsqueda de una explicación holística, totalizadora (y por consiguiente cabalística, hermética, secreta). La novela está llena de eteristas, aeronautas, magnetistas, devotos de la electricidad, etc.

¿De dónde viene todo esto? Obviamente, de Philip K. Dick (para mí, uno de los grandes), de su esfuerzo por mostrar la ciencia-ficción, o la ciencia sin más, como una forma de metafísica. Pero en realidad hablamos también de tecnología. La tecnología es, al final, poder y explotación.

Dick y Pynchon lo ven igual. Dick creía (al parecer de verdad: recomiendo su biografía Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuelle Carrere) que el universo visible era una cáscara, toda la democracia americana era un caparazón: por debajo seguíamos viviendo en el imperio romano,con esclavos y crucifixiones. O en otras versiones: la II guerra mundial la ganó Hitler, pero ha montado una farsa para hacernos creer lo contrario y así explotarnos mejor.

¿Instrumento de liberación o herramienta del poder? El punto de ataque es, como en Dick, poner en entredicho la distinción entre ciencia y pseudociencia. Dick, ya se sabe, era medio ocultista.

-Si se fija en la historia, verá que la química moderna sólo empieza a sustituir a la alquimia casi al mismo tiempo que el capitalismo se pone en marcha definitivamente. Extraño, ¿verdad? ¿Qué le parece?

Webb asintió mostrando su acuerdo.

-Tal vez el capitalismo decidió que ya no le hacía falta la vieja magia. ¿Por qué preocuparse? Inventó su propia magia, y les va bien, gracias; en lugar de transformar el plomo en oro, podían exprimir el sudor de los pobres y convertirlo en billetes de banco, y así se guardaban el plomo para mantener el orden.

Cuando Pynchon habla de los pioneros de la electricidad, ¿no resuena la historia de internet? Escucha, ya verás que sí:

Invertir dinero para la investigación de un sistema de energía gratuita sería como tirarlo, y violar, qué mierda, traicionar la esencia misma de lo que se supone que debería ser la historia moderna.

La deuda de Pynchon con Dick es enorme, porque el otro nervio de la novela de Pynchon, la geminación, también es uno de los recursos clásicos de Dick.

La geminación implica la posibilidad de un universo alternativo, lateral, un mundo gemelo y paralelo: el sueño de la libertad y la justicia, quizá.

Eso es el espato de Islandia de la novela, un mineral que produce birrefracción.

Por lo demás, lo que tiene Pynchon, quizá más que nunca en esta novela, es humor. Parodia géneros literarios (aventuras, novelas del Oeste, espias, novela de terror, etc.) y crea personajes cómicos con más fuerza (creo yo) que en otras obras suyas.

El héroe de la primera parte es el minero Webb Traverse (el villano es el millonario Scarsdale Vibe). Traverse, cada vez que puede, les enseña a sus hijos su posesión más preciada, y les dice:

-Mirad. Esto es lo más precioso que poseo. -Sacó de la cartera el carnet del sindicato y se lo enseñó, uno por uno-. Estas palabras de aquí -añadió señalando el lema escrito en el dorso del carnet- resumen a lo que se reduce todo; no las escucharéis en la escuela, donde a lo mejor os hablan del Discurso de Gettysburg, la Declaración de Independencia y cosas así, pero si no aprendéis otra cosa, aprendeos al menos esto de memoria, lo que aquí reza: «El trabajo produce toda la riqueza. Por tanto, la riqueza pertenece al productor». Palabras sencillas y directas. Nada de dobles sentidos como las de los plutócratas, porque con ellos siempre tenéis que entender lo contrario de lo que dicen. Que dicen «libertad», pues entonces es el momento de que os andéis con más cuidado.

Etcétera.

Hay un universo paralelo en el que la verdad no es la Declaración de Independecia sino el carnet del sindicato.

(Otro día hablamos de la ambigüedad, de por qué hoy en día, en literatura, la ambigüedad es un valor positivo. Como me comentaba mi amigo Costantino Bértolo: qué narices, ser ambiguo siempre ha sido una forma de nadar y guardar la ropa, ¿qué tiene eso de bueno?)

La paranoia, la sospecha, la suspicacia, la convicción de que el discurso público es el discurso del poder y por lo tanto es interesado y falso, y deliberadamente ambiguo, la creencia de que la verdad está en otra parte, es el centro de las novelas de Pynchon, pero nunca hasta ahora lo ha expresado con tanta claridad, me parece a mí.

Una impugnación general del capitalismo requiere también una impugnación de la cultura. Incluso de lo que llamamos literatura.

De ahí, por supuesto, el interés por los subgéneros o las canciones, la cultura popular. O esas canciones absurdas («stupid songs«, dijo Pynchon en el resumen del libro) con las que sus personajes interrumpen de pronto los momentos decisivos de la trama.

Cultura popular, qué término tan complejo.

Si hay una contracultura, no estará en las mochilas de boutique o en los alternativos zapatos Camper de más de cien euros, sino en los calcetines blancos.

Si hay una contracultura, una cultura popular, no estará en el jazz o en esos grupos de culto que cita mi amigo Fernández-Mallo: estará más bien en David Bisbal, digo yo.

O dicho de otra forma: leída por Vargas Llosa, Corín Tellado deja de ser cultura popular. Lo que se propone Pynchon, creo yo, sería (para entendernos) leer a Corín Tellado tal y como lo lee la asistenta.

O algo más difícil y peligroso: leer a Vargas Llosa tal y como se lee a Corín Tellado o a Marcial Lafuente Estefanía. Es decir: leer el discurso del poder con suspicacia, desde abajo. De ahí la paranoia. Leer a Vargas Llosa como el hereje de El queso y los gusanos (el clásico de Ginzburg) leía la cultura dominante de su época.

Leer la cultura dominante desde abajo.

Vale, pues ahora vuelve a mirar el cuadro Wyeth: ¿a qué te suena?

¿No está Christina mirando la casa del padre desde abajo? En una postura, además, bastante incómoda. ¿A que sí?

Para mirar hacia arriba desde abajo, en contrapicado, a menudo es necesario enfrentarse al deslumbramiento del poder: mirar a contraluz. Intentar ver un cuerpo opaco por el contraluz, por el foco del poder.

Against the Day es el título original. De inmediato pensé en la expresión que se usa corrientemente para decir que alguien cruza con el semáforo en rojo, Against the Light: contra la luz, uno cruza against the light, contra la luz del semáforo que se lo impide.

De eso se trata, de cruzar por donde no te dejan, sin pedir permiso, por donde está prohibido.

Pynchon busca, para decirlo a su estilo, la invariante de la historia norteamericana.

Es el capitalismo, por supuesto.

El capitalismo es una forma de canibalismo, repite Pynchon: «nos utilizamos los unos a los otros, a menudo hasta la muerte, con la misma anulación del sentimiento, de la conciencia…, sabedores todos de que, en cierto momento, nos llegará también el turno«.

Traverse y sus compañeros de las minas quieren despertar al país de la pesadilla (el sueño americano) con dinamita, poniendo bombas: «el único modo en que los trabajadores conseguirán jamás un trato justo en este mezquino sistema económico… ¡gracias a las maravillas de la química!»

Por supuesto, estos tipos eligen no ser inocentes. Ponen bombas. Muere gente.

Pynchon se enfrenta así a otro de los grandes mitos norteamericanos: el de la inocencia.

Los mineros terroristas no son inocentes, pero lo saben, han decidido pagar el precio, entregar su inocencia a cambio de la justicia. El hijo de Traverse, en cambio, acaba trabajando para Scarsdale Vibe casi sin saberlo, sin preguntar, con toda inocencia.

?se es el problema, tal y como yo lo veo.

Puede que la novela se haga un poco larga.

Más largo de leer se hace este post.

Pero al fin y al cabo: más se perdió en Cuba ¡y venían cantando!

Comments (19)

Crisagosto 31st, 2010 at 9:15

Joder, lo has clavao, Rafael.

Besos.

la loliagosto 31st, 2010 at 9:46

A mi me parece que a la chica del cuadro la acaban de violar y cuando llegue a esa casa triste hará la maleta y escapará de ese ambiente y se irá a la ciudad. Y a los mineros espero que les den whisky del bueno que se les haga más corto el tiempo de estancia en la mina,si por mi fuera ya lo tendrían. Feliz verano a todos.

Bartlebyagosto 31st, 2010 at 11:51

A mi el cuadro me recuerdo claramente a los decorados de ‘Dias del Cielo’ de Terrence Malick.

Contenedor Amarilloagosto 31st, 2010 at 12:06

De pequeño, cualquier tipo de explotación agrícola, me porducía agorafobia. Era oír Koljós o Kibutz, por ejemplo, y ponerme a hiperventilar como un loco.

Fran G. Matuteagosto 31st, 2010 at 12:19

Yo he acabado de leer «Mason y Dixon», que me ha parecido espectacular.

http://mypoorrheumaticback.blogspot.com/2010/08/vicios-ocultos-thomas-pynchon.html

Aunque todo hay que decir, yo sí soy fan de «El Arco Iris de Gravedad»…

Eugenio Sánchez Bravoagosto 31st, 2010 at 13:19

No se hace largo en absoluto. Es un post brillante: un ejercicio de crítica literaria sobresaliente. Gracias.

Todo la teoría estética que atribuyes a Pynchon podría también aplicarse a tus novelas. Philip K. Dick (via Emmanuel Carrere), Lafuente Estefanía y Corín Tellado, la paranoia y el poder, canibalismo-capitalismo…

Me ha encantado el cuadro de Wyeth y la interpretación freudiana que haces de él. Mira desde abajo, a contra luz.

Una objeción: ¿dónde nos lleva una lectura de Corín Tellado hecha por la asistenta? La nota distintiva de esta época es la complejidad, la simulación. Hay muchos ídolos que desenmascarar y derribar. No la veo capaz. A la asistenta.

Un saludo.

marcosseptiembre 1st, 2010 at 9:32

Gracias, Rafael.

El artículo me ha hipnotizado, pero no he entendido la tesis (si la hay). Eso sí; estoy de acuerdo con la conclusión cubana.

Y del cuadro a mí lo que más me inquieta es la chica. Creo que hay un contraste deliberado entre un trasero rotundo, espléndido, y unos brazitos de coleóptero que sugieren desnutrición o anorexia, ¿no?

Sobre el tabaco seguiremos discrepando.

Abrazos.

Más claro, aguaseptiembre 1st, 2010 at 9:51

Hoy, uno de septiembre, mi actitud también es de cruzar «against the day». Y leer este brillante ensayo tuyo me está ayudando mucho.

¿Vargas Llosa lee a Corín Tellado? ¿Javier Marías lee a Vargas Llosa? ¿Es Javier Marías Corín Tellado?

¿No será todo un enredo de Vila-Matas?

Pues ahí sigo, against the day 😉

Salud!

yo mismaseptiembre 1st, 2010 at 10:24

Creo, simplemente, que apenas existen palabras que puedan expresar la variedad tan enorme de sensaciones y pensamientos generados a partir (y a través) de tu lectura. En concreto de ésta. Ha sido arrolladora, fuerte. Sublime. Concentrada. Casi como la lectura que se hace después de «leer» el cuadro al que haces referencia y que sirve como espejo -reflejo-, punto de partida, de llegada y visión de la fabulosa descripción, ilustración y paralelismo de (y entre) las obras y menciones varias que citas tanto de escritores como de allegados tuyos.

Mucho que aprender. Quizás me quede con esto después de leerte sobre todo por la irremediable envidia sana que se genera en mí de inmediato. O quizás sea el mensaje: mucho que leer.

El caso es que curiosamente, leyéndote, me he sentido por momentos como la chica -sirena- del cuadro: perdida en un océano y observadora atenta de la realidad que se pinta claroscura de luces y sombras, de penumbras, que esperan o adivinan el próximo acontecimiento de un algo escondido y que permanece al acecho. De un movimiento planificado, frío y sigiloso y al que sin duda, debe estar del todo alerta puesto que quizá en un determinado momento y después de su aparición tenga que levantarse súbitamente y echar a correr.

Mi enhorabuena. Pienso que esta ha sido una de tus grandes entradas de blog. Dan ganas de leer y leer. Y leer, por supuesto. Y después de esto, cómo no, seguir leyendo.

Un fuerte abrazo, compañero.

cãosemdonoseptiembre 1st, 2010 at 21:39

Reig, te hacía más en la línea lafarguiana de la reivindicación de la pereza que en la de la ética del trabajo marxiana, con su correlativa estética de austeros y orgullosos sindicalistas. Necesito aclaración sobre ese extremo, si a bien lo tuviéreis.

tu nombre me sabe a hierbaseptiembre 1st, 2010 at 21:59

¿dónde nos lleva una lectura de Corín Tellado hecha por la asistenta? …..

!donde quiera el señoriiiitooooooooooo! que diría la chacha del cine franquista más conocida y «querida» por el populacho!!!!

Carlosseptiembre 2nd, 2010 at 17:43

Si estaba detrás de comprarme el libro de Thomas Pynchon, ahora lo tengo más claro después de leer su post.
Un genio de la literatura vivo.

yo mismaseptiembre 2nd, 2010 at 17:58

Y sí, coincido enteramente contigo y con tu escueta y simple conclusión y veo el problema justo allá donde tú lo ves: en la comodidad de la inocencia y en el no querer saber más de la cuenta para no suponer un peligro que atente contra el sistema establecido. Supongo que es algo así como «querer hacerse la vida más fácil» y así, escurrir el bulto, la responsabilidad para con una mejora social.

El hecho es que siempre, cualquier mejora ha venido acompañada y precedida de lucha. Pero claro está, antes de darse ésta, por supuesto, ha tenido que haber inevitablemente un reconocimiento -apercibimiento- de un descontento social, una reivindicación. Es la historia repetida de la lucha obrera, de la lucha social o de clases. Y también su visión se extiende desde la misma perspectiva incómoda de contrapicado de la chica que aparece en el cuadro.

Pero al menos ella mira. Y ve. Y evidentemente, éste es el primer paso.

El segundo: cruzar en rojo.

Abrazos.

Sebasseptiembre 2nd, 2010 at 18:31

Estoy con Eugenio: de largo nada! Muy bueno!

Axel Lewisseptiembre 2nd, 2010 at 19:24

Exquisita reseña. Pynchon es uno de mis grandes pendientes. En el momento y como lejana antesala leo Moby Dick de Melville.

A propósito de Pynchon quedan invitados a leer un interesantísimo intercambio de datos al respecto en el foro literario: http://locusliterario.com

Allí se ubican en la parte de Autores recomendados.

Alberto Mseptiembre 6th, 2010 at 12:03

maravilloso, maestro.
Gracias

Mostrencoseptiembre 12th, 2010 at 15:58

No sabes la inmensa alegría que me ha provocado leer este post: qué estupenda lectura de la novela… y sólo a partir de las 300 primeras páginas (yo, por cierto, aún no he avanzado mucho más). Me alegra que estemos leyendo lo mismo y doy saltos de entusiasmo al leer esas reflexiones sobre la cultura popular.

Abrazos, que hace tiempo que no coincidimos por el barrio (quizá porque estoy en fase ermitaña),

jordi

cassandraseptiembre 13th, 2010 at 21:17

Exquisita reseña. Pynchon es uno de mis grandes pendientes. En el momento y como lejana antesala leo Moby Dick de Melville.

A propósito de Pynchon quedan invitados a leer un interesantísimo intercambio de datos al respecto en el foro literario: http://locusliterario.com

Allí se ubican en la parte de Autores recomendados.

bubble waterproofnoviembre 14th, 2010 at 23:58

Bonito cuadro.

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