Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

El libro del verano: a mis 18 años.

En el verano del 81, con 17 años, casi 18, leí a Proust, tal y como cuento en Público (4-08-09), en 2120 caracteres.

¿MÁS ME VALÍA LEER? 

 

En septiembre de 1981 cumplí 18 años: si llega a triunfar el golpe de febrero, me quedo sin estrenar voto. Mientras estaba en casa de José Miguel López, los militares tomaron el Congreso. Tenía que exiliarme: ¿quién quería ser un novelista del Régimen? ¡Yo no! Mejor mandarín de izquierdas y mangonear en París, por ejemplo, como Goytisolo, y acostarme con lectoras comprometidas y marisabidillas, de esas que follan para comunicarse mejor y tal y cual, vale; pero en diferentes posturas y con la luz encendida. El plan era éste: López y yo, con la pistola de su padre, el magistrado, nos íbamos a Valverde del Fresno; de allí pasábamos a pie a Portugal, pedíamos asilo político y? ¡hala, a follar como descosidos! La pega: había que escribir novelas crípticas y con mensaje político, no valían esas de risa que me salían a mí. Otra pega: las portuguesas, según López, todas tenían bigote.

 

Aprobé COU y ese verano nos fuimos López y yo a recorrer Galicia. Por si había otro golpe, me llevé para el exilio lo más severo que encontré: En busca del tiempo perdido, de Proust. Me quedé de piedra: me reía a carcajadas, aquello era como la revista ¡Hola!, pero con mala leche, pasaban muchas cosas, se leía sin esfuerzo y en un 90% trataba del mismo asunto: follar, cómo hacerlo (y con qué consecuencias, acerbas o melancólicas). Era puro cotilleo, lleno de ironía y de inteligencia analítica, aunque aplicada a un objeto trivial: la vida, esta vida que llevamos. Como matar moscas a cañonazos. El argumento: la dificultad de ser. De ser otro o de ser uno mismo, qué más da.

 

En las islas Cíes ligamos con dos americanas. La mía, Beth, se pasó toda la noche explicándome cómo funcionaba una máquina de escribir china. Complicadillo, me pareció: casi como un telar, por el excesivo número de caracteres. Eso sí que fue tiempo perdido: de follar ni hablamos. Ya no tenía miedo a los libros: si podía con Proust, Wittgenstein iba a ser pan comido. A las tías, en cambio, las temía más que a un nublado. Luego López me dijo que él con la suya sí. ¿Y  mí qué? López habría empujado? ¡pero él no había leído a Proust! ¡Ahí quedaba eso!

Fue un gran viaje: nuestra idea era hacer tres viajes por el mismo precio. Uno, los dos meses que nos pasamos leyendo y estudiando, hasta conocer cada pequeña iglesia de cada pueblo que pensábamos visitar, cada cuadro de cada museo y la historia de Galicia desde la época de las cavernas. Dos, el viaje en sí. Tres, el recuerdo del viaje, con la ayuda de unos cuadernos que llevamos para ir tomando notas.

Desde entonces, las pocas veces que he viajado siempre ha sido así, jamás a la aventura, nunca sin leer y preparame para disfrutar tres veces: con anticipación, con el viaje y con el recuerdo.

Fuimos en un Seat Panda y, aunque llevábamos una tienda de campaña, muchas noches dormiamos en el coche. Una vez por semana nos íbamos a dormir a una pensión, para ducharnos, nos hiciera falta o no.

?sta es la única foto que he encontrado del viaje (el que tenía la cámara era López, que debe de tener muchas más).

 

Bebíamos entonces coñac en taza, sí. Por la cara que se me ha quedado a mí, y por la cara de satisfacción de López, la foto debe ser después de la noche en la que me dejé contar el funcionamiento de las máquinas de escribir chinas, como un idiota.

Comments (7)

Mª Doloresagosto 14th, 2009 at 9:57

No entiendo como pudo triunfar Lopez y no tú, con lo guapo que estabas. Un beso por guapo. ¿Te queda algo por leer?

Pacoagosto 14th, 2009 at 13:12

Pero ¿cuanto de Proust se leyó?
Porque yo del cuarto volumen no pasé. Y hay lo tengo. Divertirme si, me divertí y aprendí alguna cosilla, pero…

Dillingeragosto 14th, 2009 at 17:57

Este libro de verano nos está refrescando el verano.
Gracias.
Enhorabuena por tu blog y por tus libros.

Nostromoagosto 14th, 2009 at 19:00

En una carta a Mario Benedetti, el también uruguayo Juan Carlos Onetti definía a Proust como «el tipo más importante en la novelística del siglo», aunque añadía que el autor de «En busca del tiempo perdido» estaba «terminado». El sentido de esta acepción se me escapa, pero estoy seguro de que Onetti seguía considerando a Proust como uno de los pilares de la narrativa moderna. Al menos como uno de los puntales conceptuales de su propia obra, con la que estilísticamente guarda, sin embargo, tanta diferencia.

lectora comprometidaagosto 14th, 2009 at 21:57

La dificultad de ser, sin duda. Wittgenstein me gusta para compartirlo. Acostumbrada, tal vez, a las clases de un profesor de filosofía que llegaba a la universidad en una chopper y que tocaba en una banda de jazz. Comentábamos el Tractatus como si nada, sin aspavientos. Después no he vuelto a leerlo.
Prefiero descubrir los andamiajes escarbando en los cotilleos. Estudiar la estructura (o el funcionamiento) de las cosas (o del lenguaje) me aburre. Mejor comunicarse sin escuchar a nadie; de lo contrario, Tu Es Foutu, Rafael.

Besos

rafaelreigagosto 15th, 2009 at 10:41

Me queda mucho, mucho por leer, María Dolores. En cuanto a lo de guapo… en fin, quizá sólo sea fotogénico.
Que yo recuerde lo leí todo, eran cuatro tomos, creo recordar, en La Pléiade,que saqué de una biblioteca. Y me gustó bastante, sí, aunque ya digo: había mucho cotilleo.
No sé si tanta… diferencia entre Onetti y Proust. El mundo de Proust es tan imaginario como la Santa María de Onetti; la prosa de Onetti a veces se vuelve tan introspectiva y luminosa como la de Proust…. o sea, sí, hay mucha diferencia, pero también se pueden encontrar puntos en común. ¿Terminado? Quizá en el sentido en el que, por su camino, no se puede ir más lejos. Por el camino de Joyce, pongamos, se puede avanzar. El de Proust está terminado, no puede pasar nadie ajeno a la obra y no se puede entrar sin casco.
¿Comunicarse sin escuchar a nadie? QUé idea tan extravagante, lectora.

Mª Doloresagosto 16th, 2009 at 0:53

¿zumbada? tu madre desde luego ,así se quedó tras parirte, después de verte la cara.

Leave a comment

Your comment