Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Se derrumba la poesía

A mí no me gusta tener muchos libros en casa. Siempre me ha ilusionado más leer libros prestados. Lo que más me gustaba del mundo era cuando alguien sacaba del bolsillo de la trenca o de la verdadera parka coreana Ying un desportillado volumen y te decía:

-Me lo acabo de terminar: ¡tienes que leerlo!

Me lo devoraba esa misma noche, aunque me escocieran los ojos.

Casi todo lo he leído de bibliotecas, salvo en la Nacional, que es un lugar que detesto. Iba de niño, cuando estaba en el colegio (y aún había una sección de préstamo o circulante). Luego lo cambiaron todo.

Una vez, después de que la reformaran, fui a sacarme el carnet y me preguntaron qué quería leer.

-Libros, claro. No te fastidia.

Querían que les dijera qué libros y para qué quería leerlos. Además, necesitaba una carta de un profesor de universidad.

-Pero yo soy profesor de universidad -aduje, porque entonces lo era, si bien en otro país.

-De una universidad española -me advirtieron.

Para leer necesitaba la autorización de un funcionario español y explicar con qué propósito (oscuro, sin duda) quería leer. Me quedé de piedra.

Llevaba años leyendo sin problemas en las mejores bibliotecas del mundo y aquí, en Madrid, todo eran obstáculos. Luego leía en los periódicos la propaganda, que si estaban convirtiendo la Nacional en un centro a la altura de las grandes bibliotecas del mundo, etc., y no daba crédito: en ninguna de las grandes bibliotecas del mundo me habían pedido ni la hora para dejarme leer sin problemas.

Me imaginaba a Carlos Marx, un extranjero, en la biblioteca del Museo Británico:

-Verá, me propongo leer unos libros de Economía con el objetivo de destruir el capitalismo y provocar una revolución proletaria.

-Ah, pues en ese caso, va a ser difícil, amigo. ¿Contará usted con la autorización de algún funcionario británico para eso que dice que va a hacer, verdad?

En la Nacional de Madrid, hoy Marx no podría escribir El Capital.

No es sorprendente que la reforma de la Biblioteca la emprendiera un partido socialdemócrata como el PSOE.

Vale, no es difícil conseguir la firma y la tarjeta de investigador: es una cuestión de principios o de cabezonería, llámalo equis.

Otra vez iba a entrar a la Nacional y llevaba una bolsa con cuadernos.

-¿Lleva ahí un ordenador? -me preguntó el tipo de la puerta.

-No, qué va. Lápices y cuadernos -dije, mostrando el contenido.

-Entonces no puede entrar con la bolsa, tiene que dejarla en consigna.

-Perdone, ¿quiere decir que, si además de esto, llevara tambien un ordenador, entonces sí que podría meter la bolsa?

-Si lleva un ordenador, sí.

-Oiga, perdone, ¿usted no se da cuenta de que es absurdo? Estos cuadernos no. ¿Pero estos cuadernos y, además, un ordenador, entonces sí?

-Son las normas.

Puro surrealismo español, ¿verdad?

Luego empezaron con la matraca de los estudiantes. Había que hacer desaparecer a quienes iban a estudiar a las bibliotecas. Las bibliotecas era «centros de investigación» y los putos estudiantes con sus putos apuntes molestaban a los señores investigadores, a los que los bibliotecarios ahora llamaba don Rafael. Se lo debían de haber enseñado en un cursillo especial: lo primero, mira la tarjeta y quédate con el nombre, y le llamas don Rafael. Eso es lo único importante: que se sientan especiales. 

-¿Y qué quiere que hagan los estudiantes?

-?se no es mi problema: aquí no se viene a estudiar.

-Ah.

Me cansé, me harté de la Nacional, porque me cansa siempre que las autoridades decidan a qué se va a los sitios y a qué no, con qué propósito, qué motivo es legítimo y cuál no, y quién se merece y quién no poder entrar.

Me cansan los privilegios.

No es algo metabólico, todo lo contrario: disfruto más que nadie de cualquier privilegio y reconozco el placer que da, no tanto el tener acceso a algo, sino el que tú tengas acceso a algo y los demás no. Es maravilloso, cómo no. No sabes hasta qué punto resulta embriagador. No hay nada parecido a atravesar un control de pasaportes, pongamos, sin hacer cola, mientras la gente normal espera. Es resplandeciente.

Además, altera la química cerebral, se producen descargas de serotonina, verdaderas tormentas de endorfinas, y la sensación de placer estimula todo el sistema nervioso y se transmite por todo el cuerpo, desde las uñas a la raíz del cabello, como una descarga eléctrica.

Al mismo tiempo, cuando disfrutas de un privilegio, cada célula de tu cuerpo conspira para convencerte de que, en realidad, tú te lo mereces. Tú necesitas investigar, pongamos por caso, no como esos putos estudiantes que van allí por motivos mucho menos legítimos (estudiar, según alegan ellos: ¡ja!).  A ti te daría lo mismo ir en metro, pero tu responsabilidad te obliga a llegar rápido, en coche oficial. Cada célula, cada tejido de cada órgano se suma al complot corporal hasta persuadirte de que no es un privilegio, sino una exigencia lógica de tu tarea.

Así que, si fuera por mi metabolismo, yo siempre viajaría con pasaporte diplomático, entraría a las bibliotecas con mi tarjeta de investigador, iría a los conciertos con un cartelito que pusiera «ORGANIZACI?N» y sólo comería en el reservado de los restaurantes.  

Mi metabolismo es de señorito, disfruto como un enano cada vez que me ofrecen la más mínima ventaja.

Y, por supuesto, gracias a esa conspiración celular de la que hablábamos, soy incapaz de percibirlo como privilegio: es justo y necesario, yo lo valgo.

El lado positivo de esto es que, en general, yo desconfío de mi metabolismo. Sospecho de él. Me insurrecciono.

Unas veces lo consigo y otras (muchas) no. Algunas veces consigo desenmascarar la conspiración celular, glandular, metabólica, y darme cuenta de que estoy haciendo uso de un privilegio. Otras (la mayoría) ni siquiera me doy cuenta: mis órganos internos se salen con la suya y ni siquiera lo veo, o me dejo convencer de que es algo necesario, algo indispensable. algo que hago, no por el placer químico de ser un privilegiado, sino porque es mi deber.

Una vez hice un viaje en primera. A pie de la escalerilla del avión había un coche con chófer esperándome. No hice ni una sola cola y mi chófer me llevó a toda velocidad al Ritz, donde ocupé una habitación más grande, mucho más grande, que mi casa de Madrid. Iba a una reunión y me pareció lógico que mi tiempo fuera mucho más valioso que el del resto de los pasajeros, por supuesto. El siguiente viaje lo tuve que hacer en clase Business y, de pronto, me pareció una mierda eso del Business y la sala VIP, algo para ejecutivos y gentecilla, indigno de un tipo como yo. De viajar en clase turista ya ni hablamos.

-Coño, como se acostumbra uno al jamón del bueno -me dije, asombrado.

Y fue cuando me puse a organizar la insurgencia. A veces ganamos alguna escaramuza, tomamos una cota, mantenemos durante días una cabeza de puente en territorio enemigo. En general, las células ganan y sucumbo al fuego a discreción disparado por mis órganos internos. Y disfruto de cualquier ventaja mirando para otro lado, sin darme cuenta de que es una ventaja.

Cualquiera. Por minúscula, por pequeña, por ridícula que sea la ventaja. Aunque sea la de que a mí, en el bar de aquí, de Piles, me ponen aperitivo, y a los demás no. A los de siempre, aquí nos dan trato VIP. A mi amigo Paco y a mí nos guardan mesa y nos ponen almendras tostadas.

Qué pasa, no es por nada, es sólo porque nos conocen de toda la vida, es lo más natural, no es ninguna ventaja ni un trato preferente.

Y disfrutamos, claro que sí. Será un placer rastrero, una sucia sensación de superioridad, todo lo que tú quieras: pero mola.

Pues eso: si por mi metabolismo fuera…

Bueno, seguimos con las bibliotecas.

Cuando llegaron los socialdemócratas al poder, en el ámbito cultural lo primero que hicieron fue a) cargarse la benemérita y añorada Editora Nacional; y b) convertir la Biblioteca en un «centro de investigación» de acceso restringido.

Así que no he vuelto.

Leo libros de la biblioteca de Iglesia, que es a la que iba en mi infancia.

Total, que tengo pocos libros en casa. Cinco estanterías. La mayoría, una vez leídos, se los llevo a Crescencio, mi librero de la calle de la Palma. Cualquiera que quisiera saber de dónde lo he copiado todo no tendría que esforzarse mucho: con ir a la librería de Crescencio y comprar mis libros, que suelo subrayar y dejar anotados a lápiz, sabría cómo he convertido en albóndigas caseras los mejores solomillos de la literatura universal.

El otro día, estaba haciendo mis cosas y de pronto, ¡cataplonk!

Se desplomó la poesía.

-¡Hostias, la poesía!

Toda la poesía (que yo tengo en casa) se había ido al suelo con estrépito.

Apilé los libros y seguí a lo mío.

 

Ahora no sé qué voy a hacer, cuando vuelva a Madrid.

¿Arreglo la estantería y vuelvo a colocar los libros o los meto en bolsas y se los llevo a Crescencio?

¿Qué harías tú?

Comments (56)

Profe de lenguajulio 1st, 2009 at 21:40

Para mayweather.Si en vez de fetichista de libros ,lo fueras de leerlos y estudiarlos no te ganarías la vida pegando puñetazos,sino que tal vez serías escritor como Rafael.

Ferminjulio 2nd, 2009 at 8:40

Qué mal encajas las meteduras de pata, Elke.
Mira que echar mano del sombrero. ?se es precisamente tu terreno.

Belénjulio 2nd, 2009 at 8:55

Helena,
De hecho, en la práctica convertir las bibliotecas en centros de estudio -o en granjas de opositores, como quieras- es un buen primer paso para privatizarlas. ¿Que debería haber lugares tranquilos y confortables en los que los ciudadanos que lo deseen y que lo necesiten puedan estudiar sus oposiciones? Claro que sí, sin duda alguna, ¿por qué no se hacen? Las bibliotecas deben poder ser utilizadas por la gente que quiere ir a leer, a escribir, a pasar un rato. No hay derecho a que no haya ni un solo sitio libre porque están todos ocupados por estudiantes profesionales.
¿Te parece muy injusto y disparatado?

Yojulio 8th, 2009 at 15:22

¡To pal Crescen!

laurajulio 14th, 2009 at 23:52

Creo que es mejor que los metas en tupper y hagas reuniones de amigas/os para sacarles un Kapital….es lo suyo….

Enriqueseptiembre 29th, 2009 at 12:17

Muy grande la biblioteca de iglesia rafa, me he pasado allí grandes tardes en todos los sentidos, descubriendo libros geniales,viendo las recortadas revistas interviú que atesoraban en sus depósitos y ligando con chicas en la entrada del baño de la sala de lectura, baño al que ,por cierto, cual Abadía de «El nombre de la rosa», se entraba tras una estantería llena de libros. Un pasadizo secreto, sexo y literatura, qué grandes compañeros. Un abrazo y gracias por tus columnas y artículos. Salud y República.

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