Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Un paleto en Europa

Me lo había advertido Manuel Fernández Cuesta:

-Ten cuidado, que te lo vas a pasar demasiado bien.

-¿Demasiado?

-Me temo que sí.

Atemorizado, el viernes me  cogí el tren y me fui a la T4 a montarme en un diminuto avión (un Embraer ERJ 145) rumbo al diminuto Gran Ducado de Luxenburgo.

Sobrevolamos el Guadarrama nevado, que parecía espuma de una salvaje fiesta con champán, alcanzamos el golfo de Vizcaya y el litoral francés, como trazado con regla por un niño aplicado, nos adentramos en las  tinieblas y turbulencias europeas y tomamos tierra en un aeropuerto que sólo tiene vuelos internacionales,ya que es bastante complicado despegar un avión sin salirse del país.

Allí me estaban esperando los del PCE de Luxenburgo, que me echaron a perder con tantos mimos, agasajos, cariño, whiskies a media mañana, risas y buena compañía: un abofeteable enfant gâté.

Luego se tirarían de los pelos y lo lamentarían: teníamos que haberle dado a tiempo dos sopapos.

Sí, pero ya no tenía remedio.

La ventana de la habitación del hotel daba al Tribunal de Justicia de la UE:

 

 

Con un whisky que había comprado en la Duty Free Shop brindé por esta institución que tutela los derechos de los hipotecados españoles, ante la pasividad judicial y gubernativa de nuestras sabias, benéficas y prudentes autoridades.

Miguel Brieva y yo nos fuimos con Sergio Álvarez Méndez a dar una vuelta.

 

La verdad es que se había quedado muy buena tarde, así que Miguel y yo nos pusimos a elegir una mesa para beber un cordial y hacer esquemas y mapas en la nieve para tomar la ciudad al asalto y hasta su palacio de invierno:

 

 

 

Los cordiales trasegados, caída la noche, cenamos en un restaurante italiano del que guardo un recuerdo tan borroso como  feliz:

 

 

Aquí están Quique, el primero a la izquierda, seguido de las hermanas Medina Rosales; Alicia, morena; y Marta, rubia; un servidor en una curva (de la felicidad sin duda) jamás imaginada por Praxíteles y Miguel.

No sin trasvasar una panoplia de bebedizos, me llevaron al hotel, donde caí como un cesto, bajo la sombra tutelar de las torres del Tribunal.

Aquí estoy con Alicia, por esas acogedoras calles del barrio nocturno, a punto de emprender el multitudinario trasvase de líquidos al interior de nuestros cuerpos:

 

 

A la mañana siguiente, a las diez, nos fuimos con Carolina, asturiana y traductora-jurista, que nos llevó al centro, a unos rastrillos de segunda mano.

¿De qué se desprende el luxenburgués medio y lo vende en un puesto callejero?

Pues lo habitual, lo que ya ocupa mucho sitio en casa: instrumentos musicales, porcelanas, vajillas, estolas de visón y Visas Oro caducadas.

Nosotros compramos un poco de queso y accedimos a probar ciertos licores caseros tonificantes.

Luego nos fuimos a un bar, donde naturalmente se podía fumar y beber al mismo tiempo, lo que me impulso a una plataforma de brindis con Carolina:

 

 

Mantuve una conversación de hombre a hombre con Miguel:

-¿A qué hora actúas tú, Miguel?

-A las tres y media.

-¡Tres y media! ¿Estás seguro? ¿No te habrás confundido?

-Bastante seguro, sí, pero estás disculpado, Reig.

-Es que la siesta, ya sabes, es por prescripción médica, tío, que si no, ahí estaba yo, en primera fila…

-No se hable más, lo que diga el médico.

Así que fuimos al recinto ferial, donde había de todo: charlas, derviches giratorios, cocina de Cabo Verde, Feria del Libro, tocadores de laúd, comités de ayuda a Cuba, tómbolas y firma de autores, todo con el fondo común de las migraciones. Una maravilla.

Después de comer un bacalao en el puesto de Portugal, me fui a dormir la siesta durante la actuación de Miguel.

¿Que si me sentía avergonzado y culpable? ¿Que si me veía mezquino y perezoso, literalmente vil?

Ni te imaginas, pero, transcurridos unos treinta o más segundos, conseguí conciliar el sueño, bastante reparador por cierto.

Cuando llegué al Festival de las Migraciones, aún resonaban los aplausos para Miguel.

Además de mis ya amigos, Isabel, Marta, Carolina y Sergio, allí conocí a la generación heroica, los que construyeron el PCE en Luxenburgo, emigrantes de los años sesenta, tipos en los que confías sin reservas desde el primer apretón de manos o el primer beso en la mejilla: María, Encarna, Quico y otros muchos.

Di mi charla.

¿Que de qué hablamos? ¡Pues de qué íbamos a hablar! De lucha de clases, de explotación, de la transformación de la sociedad, de lo que hablamos los rojos en cuanto nos dejan a solas un rato.

Mientras yo hablaba, en la sala de al lado, Miguel firmaba libros sin parar.

Había que fastidiarse.

-Ya, pero es que él pone dibujos, así cualquiera -me dijo a modo de consuelo mi rastrera voz de la conciencia.

Luego nos fuimos a cenar y a tomar copas.

Bastantes, para qué te voy a contar otra cosa.

Al día siguiente, hubo un homenaje a Hugo Chávez, en el que estuve un rato, porque apenas llevarían diez minutos de discursos cuando me surgió una emergencia que me obligó a dirigirme al bar más próximo.

Me aseguraron que no podía irme de allí sin probar no sé qué clase de salchicha más luxenburguesa que alemana, así que la probé, con el auxilio de Marta, no fuera a pasarme algo:

 

 

Allí fue donde descubrimos Sergio y yo que él había dado clase un año en el Instituto de Cercedilla, al que va mi hija.

¿No merecía tanta casualidad una, aunque modesta, bastante líquida celebración?

 

 

Las salchichas, según mi parecer, toleran bien la compañía de la cerveza y el ron cubano, lo que nos tuvo bastante entretenidos toda la mañana.

Aquí estoy con Geli y Théodore, lo más cerca posible de una salida de emergencia para nuestras emergencias nicotínicas:

 

 

 

No me explico del todo cómo consiguió Sergio ponernos en pie y hacernos una foto:

 

 

Una vez de pie no fue tan complicado, primero con ruegos, más tarde mediante amenazas y recurriendo por f in al uso de la fuerza, trasladarnos a Miguel y a mí al aeropuerto, meternos en un diminuto avión, confirmar que abandonaba el diminuto espacio aéreo luxenburgués y entonces suspirar de alivio:

-¡Al fin solos!

-Ay, si le hubiéramos dado dos sopapos a tiempo. Quizá tres, por si acaso.

Como ya me había advertido Manuel Fernández Cuesta: me había divertido alarmantemente.

Comments (10)

lupitamarzo 18th, 2013 at 12:56

Don Rafael, es usté un conquistador, esté donde esté, siempre está rodeado de

estupendas mujeres, y se ve que no ha pasado nada de frío, bien comido y bien bebido,

así da gusto viajar. Feliz vuelta a casa!! Besito.

rafaelreigmarzo 18th, 2013 at 13:12

No se crea doña Lupita, que no conquisto nada, es que ustedes las mujeres son muy acogedoras. Un beso grande

Javier M.marzo 19th, 2013 at 17:09

los trenes se cogen, pero no reflexivamente, quizá mejor se tomen: así, «tomé un tren», si pones rumbo, lo pones hacia, no a
luxenburgo no existe, luxemburgo sí
nada más, tampoco quiero sacar los errores, porque está escrito poco en serio.

Microalgomarzo 20th, 2013 at 10:18

Debería Usted cuidar un opco a su hígado, Maese Reig.

Ya, ya sé que yo, en su día, tampoco contribuí mucho a este consejo. Qué le vamos a hacer…

Vivir es remendar las contradicciones para ir tirando (Faustino F. Álvarez, La Razón, 30 de Julio de 2004).

(Coño. Una cita de La Razón. Espero que nadie me dispare).

rafaelreigmarzo 21st, 2013 at 7:08

se hará lo que se pueda, amigo

Sergiomarzo 22nd, 2013 at 10:35

Muchas gracias por venir, Rafael, ha sido todo un privilegio. Nosotros sí que nos hemos divertido alarmantemente.

Eugenio Sánchez Bravomarzo 27th, 2013 at 13:26

«A Miguel le aplauden porque pone dibujos» 🙂

A cualquiera le alegran la vida estas entradas.

Un abrazo.

Martaabril 2nd, 2013 at 16:53

Don Rafael, como fiel (y hasta ahora discreta) seguidora, en eldiario.es y en el blog, le diré que cada vez que le leo en estos medios, unas veces le envidio su puñetero tino y «mala leche» al hablar de «lo nos pasa», y otras me debato entre las ganas de leer otra novela suya o salir corriendo a tomar cañas hasta reventar con unos buenos tertulianos.

Eso en cuanto a la fidelidad.

En lo que se refiere a la discreción, que ahora abandono, le diré que como bibliotecaria estoy tentada de incluirle en la exposición bibliográfica sobre alcohol y literatura que tenemos programada este mes en la Biblioteca Central (dicen por aquí que usted era usuario), siempre que a usted no le moleste verse en la estantería con toda esa panda que ya conocemos.

Salud.

rafaelreigabril 10th, 2013 at 11:07

Ja, ja… sería un honor aparecer en mi biblioteca… sigo siendo usuario. Y un placer tomarme esas cañas contigo.

Martaabril 12th, 2013 at 18:13

Una vez concedido su permiso, ya está usted en nuestra exposición. Lo de las cañas, está hecho…no sé si los bibliotecarios tenemos tanta capacidad como los escritores pero tampoco se nos da mal…ja, ja

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