Señora, ni desdichado
A veces he tenido la sensación de que uno no sabe por qué ha escrito algo hasta que se ve en la obligación de contestar a unas cuantas entrevistas sobre su novela.
Una vez leí una entrevista con un escritor, creo que israelí, cuyo nombre no consigo recordar, que decía en titular:
No confío en los novelistas sin hijos
Me pareció que tenía razón, pero aún sigo sin saber por qué.
Un poeta puede no tener hijos, sus razones tendrá, incluida la pereza. Pero a mí me parece que la perspectiva que exige una novela sólo se alcanza con hijos a tu cargo.
Ya, ya sé: ¿Y Henry James? Y… (rellénese a voluntad).
Sigo pensando lo mismo, por más excepciones que me pongas.
En eso pensaba el otro día, en Bilbao, en una terracita al sol, con una cerveza, mientras una periodista muy guapa, Leyre Pejenaute, me hacía una entrevista en compañía de Pedro Pablo.
Me preguntó por la familia, que por qué escribía sobre la familia, y ya iba derecho a citarle al anónimo israelí o a responder «bien, gracias», cuando se me cruzó algo por la cabeza, de manera que Leyre tituló al final su entrevista:
Es muy difícil llegar a ser feliz o infeliz fuera de una familia, nada es tan intenso.
Aquí puedes ver la entrevista de Leyre.
¿A que tú ya has adivinado lo que atravesó el cielo bilbaino volando tan bajito que hizo impacto en mi frente?
Exacto: Garcilaso.
El célebre villancico de Garcilaso:
Nadie puede ser dichoso,
señora, ni desdichado,
sino que os haya mirado.
Porque la gloria de veros
en ese punto se quita
que se piensa mereceros,
así que sin conoceros,
nadie puede ser dichoso,
señora, ni desdichado,
sino que os haya mirado.
Al punto me di cuenta de que lo que yo quería decir, lo había dicho Garcilaso con mejores maneras. La familia, los hijos, son una experiencia tan intensa que, sin conocer esa forma de vida, nadie puede ser feliz o infeliz, sólo será otra cosa, pero siempre mucho más amortiguada, casi desvaída en comparación con la felicidad (y la infelicidad) que provoca vivir con una familia.
Luego me di un paseo y reflexioné sobre la gloria literaria a la vista de este letrero:
Claro que más perplejidad (o desolación) me produjo ver en Huntington uno de esos famosos malls de Long Island que se llamaba así:
¿Qué le habrá deparado la posteridad al ilustre toledano? ¿Chapa y pintura Garcilaso? ¿Talleres Garcilaso? ¿Electrodomésticos Salicio y Nemoroso?
¿Teresa Fernández de la Vega?
¿Qué es peor, que te dediquen un párking o un portavoz del gobierno?
Completamente de acuerdo con lo que comentas sobre los hijos.
Aprendes rápido de los nacionalistas (los hunos y los hotros)
Primero sueltas aquello de que alguien sin hijos no es nadie y después nos pones los cartelitos del parking bautizados on nuestros héroes envilecidos, y de eso modo ya no nos acordamos del meollo de la cosa.
Después de leerte esta entrada, he asumido que por más que me empeñe, jamás terminaré y/o publicaré una novela
Y,por cierto, tu te explicas mejor que Garcilaso.
Vale. Lo mismo puede aplicarse a tantas cosas que uno se pierde en esta vida, también muy intensas (pasar por la cárcel, cruzar el estrecho en patera, ser actor porno). Yo, por si acaso, me fío a medias de los novelistas: suelen hablar de oídas, incluso cuando hablan de sus hijos.
Juntamente y Melibea.
Oiga, su último libro es realmente inquietante. ¿Ha pedido cita ya con un psicólogo?
Los hijos han sido siempre una poderosa herramienta de chantaje; el rehén ideal. Por eso, de quienes tienen descendientes por los que preocuparse, no es de esperar la misma libertad y desenvoltura que quienes no tienen. Los escritores que no tienen hijos pueden permitirse atrevimientos, ante los que un padre o madre de familia seguramente se echaría atrás. Me pega que la frase del israelí hay que entenderla en este sentido, con lo que, de ser correcta mi interpretación, esas palabras suyas podrían traducirse por: «Muchos que han sido celebrados por la radicalidad de sus planteamientos y la carga subversiva de su escritura no habrían sido tan radicales y tan subversivos si hubiesen tenido hijos por los que temer -y a los que temer- y al público no le parecería tan conformista lo que yo perpetro».
Parece un buen contrato del Opus en defensa de la familia pero en moderno, lo arriesgado es ser individuo sin más.
Lo arriesgado es ser un individuo. Estoy de acuerdo.
Que alguien sea otra cosa más amortiguada fuera de la familia es una idea que no llego a entender del todo, que la intensidad de las relaciones, de las sensaciones de una persona se midan así.
Sí, es arriesgado… la felicidad (o infelicidad) menos «intensa» que se tiene al no tener hijos parece, según el artículo, «inferior», aunque seguro que el autor no quiere decir eso.
De todas formas no se refiere a la familia, sino a un tipo concreto de familia. Las hay que son un verdadero infierno, o en las que se experimenta un vacío peor que estar solo.
Sr. Reig, después de leer sus impresiones sobre la familia y de renunciar a las sandeces que dice el Sr. Pérez Reverte en su twitter, creo que cada vez me cae usted mejor.