Far West
A mí siempre me han gustado las novelas del Oeste, sobre todo Marcial Lafuente Estefanía.
?ltimamente leo de nuevo bastantes novelas del Oeste, es decir, de escritores extremeños.
Me ha impresionado mucho Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal. El libro tiene un epílogo de Luis Landero (otro del Far West).
A Luis lo veo de vez en cuando y nos tomamos una copa en el Maracaná, así que no le perdono que no me hubiera hablado de este libro.
También el otro día estuve con Julián Rodríguez, otro del Far West, que acaba de publicar Cultivos. El libro me ha gustado mucho.
Fue una comida donde ee habló del libro de Julián, con Julián y otros amigos.
Se habló del lugar del sentimiento en la literatura.
Dijo Julián que buscaba «un espacio para el sentimiento».
-¡Joder, macho, qué viejos estamos! ¿Te acuerdas cuando buscábamos «un sitio para follar»? ¡Mira que buscar «un espacio para el sentimiento»!
La ternura, el sentimiento, esas cosas.
¡El sentimiento! ¡Aviados vamos! Recordé a Pessoa: ¿sentir? ¡Que sienta el lector, no te jode!
Se habló también de si este libro (memorias, apuntes, divagaciones) es o no es narrativo, o sea, de por qué leemos un libro como el de Julián, que no es propiamente una novela, sino una especie de cuaderno de notas. No cuenta una historia, en el sentido más natural de la expresión, así que: ¿por qué leemos? ¿Por qué queremos saber cómo acaba?
Mi opinión es que un libro debe conseguir que el lector encuentre en él lo que no buscaba, lo que menos necesitaba, algo con lo que luego no sabrá qué hacer.
Es decir, un libro funciona como una tienda: debe favorecer la compra por impulso.
Aparte de la almoneda, hoy hay tres tipos de tienda, a mi modo de ver:
GRNDES ALMACENES
La novela clásica (ese «compromiso burgués» de Sartre) funciona como El Corte Inglés. Todo está ordenado: planta primera, complementos; planta segunda, moda hombre; planta séptima, oportunidades, etc. Hay un ascensor que te lleva de planta en planta y unos expositores que dirigen tu atención. El impulso no se favorece: lo pone el lector, que de pronto encuentra lo que no buscaba, algo que le desvía del camino. La novela clásica está estructurada con la rigidez y la claridad cartesiana de los grandes almacenes. Para ceñirnos sólo a escritores del Far West, la novela clásica extremeña la veo yo en Felipe Trigo tanto como en Luis Landero. Y, por supuesto, hay dependientes uniformados. Es decir: hay una voz narrativa que te orienta, te dirige, te manipula. Son novelas también en las que uno puede adquirir todo lo necesario, novelas con ambición totalizadora, que intentan abarcar el espectro completo: hay sexo, hay ternura, ambición, rencor, descripción, humor, diálogo, acción, reflexión, oportunidades, saldos y una cafetería en la última planta.
IKEA
Otra opción es la novela Ikea. Como en Ikea, esta clase de novela te obliga a un itinerario preestablecido. A diferencia de El Corte Inglés, no puedes ir a la quinta planta directamente, sin ver nada de las demás, sino que tienes que hacer todo el recorrido, como una espiral, como un laberinto en el que sólo hay una salida y una entrada, y un único recorrido posible entre las dos. Siguiendo con extremeños, un autor Ikea para mí sería Javier Cercas. Ikea no son grandes almacenes: no hay de todo. Lo que hay es una gran variedad de lo mismo (treinta tipos de cacerola, por ejemplo) y, sobre todo, con un diseño más atractivo, moderno, funcional y, por así decir, escandinavo, no sé si me explico (¿tú me entiendes?). Hay uno o dos sentimientos (eso sí, interpretados en distintas escalas), hay un solo aspecto de la realidad (modulado en diferentes tonos). Y, eso sí: luego apáñatelas tú para montarlo en casa con la maldita llave Allen.
LA PO?TICA DEL SUPERMERCADO
Hay otros libros (y para mí el de Julián Rodríguez es de ese tipo) que se basan, en cambio, en la poética del supermercado: lo fundamental es separar el pan de la leche. Al alejar una de otra las dos cosas que necesitas, te obligan a recorrer los pasillos (pero sin itinerario preestablecido) y así provocan la compra por impulso. Ibas a por pan y leche y vuelves con tarros de mermelada, cuadernos, latas de anchoas y unos pepinillos en vinagre. Esta poética de súper es lo que sujeta a los libros que no tienen un esqueleto argumental, que no se leen para saber lo que pasa. Entras y en seguida ves el pan, pero ¿dónde está la leche? Sigues leyendo a ver si encuentras la leche que te falta y, por el camino, te sorprenden otras cosas, un impulso de compra que te hace llevarte lo que no se te habría ocurrido nunca que necesitabas. Y en el súper, por supuesto, no hay dependientes asesores. A despecho de la primera persona que narra, el lector deambula solo, con su propio criterio, curioseando por los estantes y llenando a su gusto el carrito, sin vigilancia ni prescripción.
LA ALMONEDA
Casi fuera del comercio, en cambio, estarían los libros de almoneda, aquellos en los que lo único decisivo es el impulso, como quien compra algo que no sabe ni para qué sirve, fascinado por la forma o por el aspecto, y luego ese objeto desenterrado de una balumba de cacharros inservibles se convierte en un tesoro, algo que para el lector tiene un valor muy por encima de su valor de mercado. Entre los escritores del Salvaje Oeste extremeño hay dos ejemplos de libros que leí sin saber muy bien lo que eran, ni para que servían, ni si funcionaban o no, hasta que se convirtieron indispensables. Pero ¿existe el caballo de Mestanza?, de Javier Pacual; y el que ya te he dicho, Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo.
¿Cómo no se me había ocurrido a mí antes? Esa es la pregunta que uno se hace siempre al acabar de leer este tipo de libros.
Volviendo al libro de Julián, en cuanto yo dije que no tenía argumento, Constantino Bértolo propuso (sólo por llevarme la contraria, por supuesto) como hilo de la historia el desclasamiento. Un tipo que asciende socialmente y cuenta el sentimiento de extrañeza, nostalgia, mala conciencia, ambición, incomodidad, etc.
Es verosímil: ¿no es desde el inicio, el Poema de Mío Cid, toda historia la historia de un desclasado? La literatura necesita un desplazamiento, un cambio de perspectiva. El que en buen hora ciñó espada nos cuenta su ascenso social, su intento por casar a sus hijas con nobles (que las escarnecen en el robledal de Corpes, ¡menudos son los marichalados entonces y ahora!), sus esfuerzos por acumular una pequeña fortuna personal.
En efecto, en Cultivos, el escritor, el propio Julián, vuelve al pueblo:
Soy un extraño en esa tierra cuando hay que trabajar en ella. Me gusta la tierra, pero no me gusta trabajar en ella.
Pero el libro de Julián no hace trampas, no añora el mundo rural en uno de esos cantos sentimentales que tanto sopor producen. Al contrario. «¿Qué debemos añorar del mundo rural?» se pregunta Julián casi al final del libro.
Hablando de Cultivos, ahí estuvo sembrado (je, je) el hermano de Julián:
-Hombre, es verdad que al pasar del pueblo a la ciudad, perdemos cosas, pero, qué coño, nos podemos duchar con agua caliente. ¿Quién va a sentir nostalgia del agua fría? Habría que ser idiota.
–La nostalgía del agua fría… qué buen título, ¿por qué no lo subastas? -le propusimos.
-Cualquier poeta te daría una pasta p
or ese título.
-Y algún que otro novelista…
(Oí contar que Juan José Millás y Alejandro Gándara se apostaron un título al póker. Se me olvidó pregutarle a Alejandro si es verdad, quién ganó y qué título era).
Es verdad que la nostalgia del agua fría es todo un género literario, como esas novelas de Muñoz Molina que parecen Crónicas de un pueblo, pero puestas al día.
En Cultivos no hay nostalgia del agua fría. Sí hay, en cambio, una aguda mirada sobre el desclasamiento.
Mirada que quizá sea, si yo no me equivoco, una pieza central de toda la literatura, desde cualquier ángulo, desde Mío Cid al Gran Gatsby, pasando por Faulkner y su familia «venida a menos».
Todo esto lo cuenta Alejandro Gándara en su blog: aquí. También Javier Rioyo se refiere a la misma comida en su blog: aquí.
Iba a poner unas fotos de una mañana en el Retiro con mi hija, pero no me deja el puñetero servidor FTP.
Otro día será.
Y Fernández Mallo, ¿qué tipo de tienda sería? ¿venta por internet?…
De las novelas ‘del Oeste’ la que más me gusta es ‘Juegos de la edad tardía’ 😉
Creo que Fernandez Mallo sería una tienda de chinos, todo a 100, vamos.
Es un placer leer cada nuevo artículo suyo, Sr. Reig. Nunca se lo agradeceré lo suficiente al amigo que me pasó el link.
He vuelto a escribir, y en gran parte el gusanillo me ha venido gracias a leer su blog.
Hace tiempo me contaron que El desorden de tu nombre se lo había ganado Millás al póker… a Javier Marías.
No sé si se equivocaron de escritor o Millás se pasa la vida venciendo títulos a las cartas. Ya nos contarás.
Gracias por tu blog.
Tienes que mojarte y decir que tipo de tienda son tus novelas.
Leeré cuando pueda Cultivos.
La de David Torres me ha gustado mucho, capta enseguida la atención del lector y está muy bien escrita. Ya que se ha lanzado con este personaje, tendrá que hacer una tercera parte.
Un abrazo.
He disfrutado con su clasificación almacenista, amigo Rafael. ¿Para cuándo otro Manual desde esta perspectiva? Arrollador.
A mi las novelas de Luis Landero me gustan. Ese tipo de novelas en las que sientes cierta compasión por el protagonista y le quieres y la apoyas. Y además escribe a mi modo de ver muy bien. Qué bueno ese Olías de Juegos de la Edad Tardía, que acaba en Gévora, y creo recordar que en Caballeros de la Fortuna le hace alusiones. Y además tengo entendido por un amigo, que es don Luis gran persona y amigo de sus amigos. Y es que los extremeños son la hostia, buena tierra y mejor gente.
Me aburre ir de tiendas y mucho más en los centros comerciales. Pierdo demasiado tiempo y casi nunca encuentro lo que busco.
Con los libros? me da igual si son del ??Oeste? o del ??Este? siempre y cuando la conversación con ellos sea posible. No me atraen los tipos que hablan y hablan. Ahora estoy con uno (un libro, Rafael) que me deja pensativa una página sí y otra también. Este Jorge es un encanto. Me gusta.
Besos.
Gracias, Reig, salí pitando a por el libro de Julián Rodríguez, siempre te hago caso. La hosssssssstia, qué bueno. Y cómo lo describes tú, admirable, tío. Yo, que soy de pueblo, me he sentido trasladado, hasta me dado un escalofrío al acabar CULTIVOS. La hosssssstia. Gracias, Reig, por la recomendación.
Joder, qué libro tan bueno, tío: la historia de un desclasamiento, es genial, cómo mola. Es chachi!!!
Otra propuesta:
¿No sería la saga de Alatriste uno de esos puestos suele haber en los mercadillos en los que se venden antigüedades falsas? ¿Dumas de imitación en este caso?
«que el lector encuentre en él lo que no buscaba». Muy bien visto. Soy lento, y con esa teoría tengo para un buen rato. Volveré.
Una novela sobre el desclasamiento que pasó desapercibida en su día, hará cuatro años: «El cielo que no sé», de Pedro J. Carrasco de Oro. Detrás de un título tan gandariano, lo que espera es un Holden Caulfield desclasado.
Rafael Reig, te pareces al actor de ME LLAMO EARL.
Próximamente el periódico digital más bestia: http://www.lazoociedad.com
Un saludo.
Y eso porque no lees poesía. Del Far west son también Ada Salas, Álvaro Valverde, Basilio Sánchez, Diego Doncel, Javier Rodríguez Marcos (el hermano de Julián), etc.
Otro autor del salvaje Oeste, tal vez el más salvaje, Antonio de la Fuente y su novela «Palabra de Caín».
Las novelas de Reig son como un Sexshop futurista y desordenado propio de un propietario libertario libertino, dónde se entra buscando placer y se sale con la bandera del japón al rojo vivo y muy agustito.
Un tom Spanbauer heterofuturista.
Sorpresa:
http://elmundano.wordpress.com/2008/05/20/entrevista-a-rafael-reig-por-ramon-rodriguez/
» El cielo que no se» es un titulo bastante, ejem, horrible me temo, quizas es por eso que paso desapercibida, no lo se. Los titulos se juegan en partidas de poker y no me extraña, los titulos son mucho mas que titulos. «Juegos de la edad tardia» por ejemplo, nunca lo lei porque me reventaba aquel titulo ridiculo hasta que recientemente me sustraje a esa mania mia de rechazar libros por sus titulos y lo lei, lo lei con restraso pero lo lei. Bello, bello, divertido, divertidismo. Y estoy muy contenta de haberlo leido porque encontre expresiones landerianas que despertaron recuerdos en mi que ni siquiera eran mios, fijate.
Muy interesante tu entrevista; me ha gustado mucho.
Gracias, A. Vogel.
Un saludo.
Muy bueno, comparar autores con botigues… Qué autor tendría como tienda un sex-shop? El Marqués de Sade? Anaïs Nin? Marguerite Duras? Pauline Réage? Apollinaire? Enid Blyton? Eva Moreno?
Por cierto, a mí me encanta el título de «El cielo que no sé».
Y viva el Far West y John Ford.
Petonets, Don Rafael.
Manual de literatura para caníbales se encontraría en una carnicería ??
Agutín? Yo le veo como un VIPS. A mí me encanta Juegos de la edad tardía.
Es un placer saber que usted lo lee con interés, anónimo. Y escriba.
No, fue a Gándara, me lo han contado. Gracias a ti.
Mis novelas? A mí me gustaría que fueran una panadería, artículos de primera necesidad. La de David está muy bien, en efecto. Abrazo, Loren.
No es mala idea, don Antonio.
Luis es un tío excelente, me lo encuentro a menudo en el Maracaná, en Olavide. Tiene la costumbre, no sé si extremeña, de beberse mi whisky. «Pide otro, Luis», le digo siempre. «Ya, coño, ya; pero para mientras llega», me responde.
Jorge? Qué Jorge?Besos
Me alegro, anónimo.
No esta mal visto: antigüedades falsas, imitaciones.
A que es así, Luis?
No la conozco, Yusef, pero tomo nota.
Qué es eso, una película? Me parezco? Tendré que verla.
Sí leo poesía, Nora. Además, Diego Doncel es amigo mío desde hace muchos años. Besos.
Sex shop? En fin, si usted lo dice.
Bueno, lo he leído Vogel. Está ok, aunque algunas cosas se las ha inventado Ramón. Por ejemplo: yo no fumo porros. Por ejemplo: hay una cita que es de Flaubert, pero la atribuye a Galdós. Pero bien.
Está bien, Emma, eso de que una novela te trasplante recuerdos que no tenías. Me mola. Beso.
Un abrazo, Strongboli.
¿En carnicería? No creo, aunque a mí me gustan mucho las charcuterías. Sobre todo porque no tengo ni idea de qué cosa podría ser una charcuta.
Ese que dice (parafraseando a Maeterlinnk): ??escribir (y leer) es como sumergirse en un abismo en el que creemos haber descubierto objetos maravillosos?. Seguro que lo conoces. Nada nuevo, algo parecido a ??el nombre de La rosa?. Ya sabes, lecturas obligatorias pero disfruto con ellas. Espero que no se me vaya la pinza ahora que empieza la inmersión. Tomaré oxígeno y? p??abajo, sin botellas.
Me llevo tu blog.
Muá.
qué sorpresa encontrar en este forto que alguien habla de PALABRA DE CAÍN, del autor extremeño Antonio de la Fuente… Una novela que dejó anonadado y preguntando pero quién este tío que se atreve a escribir así????