Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

El último día de los demás

Pasaba Orejudo por madrid en uno de esos viajes del capitán Tan, por todo lo largo y ancho de este mundo, y quedamos para vernos.

Sé que él viaja con un único propósito: haber estado allí antes que yo. Así que no había otro remedio que encontrarnos en un sitio donde ya hubiéramos estado antes los dos juntos.

Donde Araceli, claro.

 

Ni sé cuántas veces habremos estado en la taberna de Araceli, que se llama simplemente «VINOS», en el número 2 de la calle Sagasta. Casi desde los tiempos de Valentina, el capitán Tan y Locomotoro (¡se me mueven los mofletes!).

¿Quién nos se acuerda del número de teléfono de Locomotoro?

Si hemos ido yendo desde que el suelo era de listones de madera, como la cubierta de un barco.

Quizá por eso nos sentábamos en barriles y bebíamos ron esperando que alguien nos reclutara para una tripulación pirata, poniendo cara de tipos patibularios,  o a lo mejor sólo esperábamos el Santo Advenimiento, tal y como parece aguardar Orejudo, sin impaciencia, con un botellín y cara de ponerse a silbar una canción de la que sólo recuerda el estribillo.

Luego nos fuimos a comer los dos con Eduardo Vilas.

Días han sido de muchas visitas y jaleo, de leer tumbado y de jugar al ajedrez sin llegar a entender nunca del todo la Siciliana.

Vinieron a Cerce Carmen y Augusto, que se tratan el uno al otro con apelativos cariñosos.

Violeta y yo en cambio nos tratamos de éste, casi siempre con demostrativos: pues anda que éste, y ésta ya te digo.

Vino también mi sobrino Rafael, que está ahora estudiando en Madrid, y encima una carrera de Letras.

 

Aquí está Augusto saludando con pompa y circunstancia a mi sobri.

Mi sobre es punk perdido.

Quiere escandalizar, provocar alarma social, que las personas mayores cambien de acera cuando se crucen con él, que sus tíos y padres no le comprendan y piensen que es un peligro, un tipo de armas tomar, y que se está metiendo donde no debe.

¿Cómo conseguir tan nobles y juveniles propósitos?

¿Una cresta, música a todo volumen, militancia comunista o acamparse en Sol para manifestar indignación contra el universo?

Vamos anda.

Haces eso y tus padres, tíos y profesores te aplauden.

Peor aún: te comprenden.

Te miran con simpatía.

Para ser punk, un auténtico punk, para conseguir que los demás te tengan miedo, Rafael ha tenido que esforzarse y sacrificarse.

Todo por la causa.

Se hace pasar por carlista, católico y defensor de la violencia revolucionaria.

Prueba superada: todos estamos horrorizados.

Eso sí, como divertido, discutir con él es muy divertido.

 

Aquí están, mi sobrino Rafael, Violeta y Carmen y Augusto, partidos de la risa.

No, no,qué va, eso es un infundio. En casa no hace nada de frío. Son excentricidades de la gente, que siempre nos pide una manta para presumir.

Días también algo tristones porque se ha muerto Patán, el perro de mi hermana Maite.

Teníamos Anusca y yo, hace años, unas tortugas pequeñitas que se llamaban Delfina y Matías. Eran muy adustas, hacían poca compañía y fastidiaban bastante, porque había que cambiarles el agua cada dos por tres.

Cuando murió Delfina, mi hija se echó a llorar.

Lo que de verdad le daba pena, me explicó, era no haberle cambiado el agua todos los días, no haberle hecho más caso, no haber jugado con ella más a menudo.

Le dije que era lo normal: cuando se muere alguien, todos nos damos cuenta de que no le hemos querido lo suficiente, de lo poco que nos habría costado hacerle más feliz, de lo mezquinos que hemos sido, tan avaros de nuestro tiempo y nuestra alegría, sin soltarlos, como si sirviera de algo guardarse el tiempo y la alegría para uno mismo, para luego, para el día de mañana. Como si las monedas, según decía la Celestina, no se hubieran hecho redondas para que rueden.

-Es normal, hija, y la suerte es que te das cuenta ahora, con siete años: algunos tardamos más de cuarenta. Tú lo has visto en seguida.

Desde luego Maite no tendrá con Patán ese remordimiento. No ha habido perro o criatura más querida ni a quien alguien haya hecho tan feliz como Maite a Patán.

Y viceversa, como suele suceder.

Un día oíamos Maite y yo un programa de radio donde aconsejaban vivir cada día como si fuera el último.

-Qué mentecatez -nos indignamos-. Cuántas tonterías dicen por la radio, ¿verdad?

-Si de verdad pensaras que es el último día, ¿tú te lavarías los dientes esta noche? ¿Harías la cama?

-Ni tendería la ropa, no te fastidia.

-Hay que vivir cada día -me dijo Maite- como si fuera el último… de los demás.   

-Eso tiene más sentido. Hay que intentarlo al menos. Puede que no tengas otra oportunidad, así que hay que aprovechar el tiempo para querer a los demás, como si fuera su último día.

Y así pasamos los días, como si cada uno fuera el último… de los demás.

Comments (5)

Microalgodiciembre 12th, 2011 at 12:05

Yo también pensé siempre que vivir como si fuera nuestro último día iba a implicar, indefectiblemente, que al día siguiente se amaneciera en la cárcel (al carajo Sócrates y su buenrrollismo).

Pero nunca imaginé que alguien (Maite, en este caso) tuviera tanta razón en un pensamiento tan simple, de enunciación tan inevitable.

En fin, guárdeme Manitú de ponerme moñas, que estoy blandito últimamente.

Javier Ancíndiciembre 12th, 2011 at 17:56

por dios, por la patria y el rey, lucharon nuestros padres. Por dios, por la patria y el rey… lucharemos nosotros tambiéééééén. En la calle Sagasta recuerdo que había una sede de un grupo carlista… o era ya Alberto Aguilera? No sé… Montejurra me pilla más cerca y no he subido nunca. Si mi abuelo me viera… me corría a boinazos rojos hasta el infinito. Alberto aguilera y sagasta con carlismo… hay que joderse con el callejero y las cosas de la política.

Microalgodiciembre 14th, 2011 at 13:40

Por cierto, solamente dos comentaristas (no diré «dos miserables comentaristas» por respeto a Maese Ancín) son pocos para una entrada de tal profundidad. Cito el final de este post en el inicio de uno mío, si me lo permite, con la referencia puesta (por supuesto). A ver si la idea va calando y se difunde más.

Por cierto: cada vez que digo «por cierto», lo que enuncio después no tiene nada que ver con lo anterior. Tengo que hacérmelo mirar.

Acabo de terminarme «La noche de los tiempos», de Molina, que me ha dejado un pelín agotado, y como venganza me acabo de empezar «Todo está perdonado». Ya le contaré. De momento, me temo que no lo van a traducir a trece idiomas, como a Maeso de la Torre, porque dudo que algún guiri pille ni media, además de que no habría traductor que se atreviera (su tocayo Lassaletta tal vez, si lo invita Usted a suficientes whiskys).

Felices fiestas, Maese Reig.

Tintadetorodiciembre 15th, 2011 at 12:27

Locomotoro: «Acércate, gordito; acércate más!»; ésto mientras miraba hacia el objetivo y hacía señas a un supuesto amigo suyo imaginario que estuviera viendo la tele, al tiempo que la cámara hacía «zoom» sobre él acercando el plano.
Yo estaba convencido (acomplejado niño gordito) que me lo decía a mí. Y lloraba… Pero al día siguiente me plantaba de nuevo delante del televisor, esperando pacientemente a que lo volviera a decir. Al fin y al cabo, era un giño que él me hacía sólo a mí.

Feliz año Rafael.

Francisco Ceréndiciembre 18th, 2011 at 20:55

Joder, se instaura una ética y moral radical, seductora y definitiva. Una ética que deja a un lado viejos rencores y cuentas pendientes: vive como si fuera el último día de los demás. Porque a mí también me pasa lo de las tortugas, con los cuarenta cumplidos, y me doy cuenta de lo que me aportan los demás cuando ya no están, y me encuentro solo, en pijama, leyendo no sé, el blog de Rafael Reig, por ejemplo.
Incluso si piensas en los enemigos (aunque tengo pocos, casi ninguno), esta máxima te hace o bien alegrarte de su próxima desaparición hipotética (un pensamiento bastante mezquino) o comprender que no hay enemistades verdaderas – a nivel personal, hijosdeputa sí que hay por ahí sueltos -, en este deambular, este via crucis de bares y estaciones, vaya cursilada, que es la vida.

p.d.: en cuanto al Carlismo, hace ya tiempo que dejé de mirar para aclararme de qué iba en la wikipedia. Ser carlista es simplemente ser ridículo, me parece.

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