Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Todo el universo

El sábado por la mañana al final no pudimos ponernos de acuerdo para ir a hacer fotos a un panteón en Coyoacán, así que me fui a dar un paseo hasta que encontré un letrero que decía: «2 CERVEZAS 30. TODAS LAS MARCAS».

Parecía un sitio destinado a un prolongado aperitivo con cada cerveza a quince pesos. Un sitio al que acomodar mi sed y mi curiosidad, así que tomé asiento y pedí todas las marcas, una detrás de otra, por favor.

-No más tenemos dos.

-Ah, bueno, pues vengan esas dos.

¿Cuál primero? Ante esta duda opté por el orden alfabético: Tecate y luego Victoria.

Tomé varias veces esas dos marcas en representación de todo el vasto universo de la cerveza.

Todo lleva a todo. Uno se pone a escribir sobre una baldosa de la pared y acaba contando el mundo, y hasta su propio rostro, el que no quería mostrar, aparece en el azulejo, como una de esas caras de Bélmez. Uno se pone a beber todas las marcas (que tengan) y se ha bebido ya la idea platónica de cerveza.

Esta es una de esas caras que, en mi infancia, aparecían en la pared de una casa del pueblo de Jaén.

¡Volverán, ya lo verás!

Debí distraerme, porque al rato (para mí que no habían pasado ni cinco minutos) me llamó Adriana Álvarez muy preocupada: que dónde me había metido, que estaba en el hotel esperándome.

Le dije que en diez minutos llegaba, porque ésa es la principal unidad de tiempo en Ciudad de México, todo está a diez minutos, todo el mundo llega en diez minutos, todo se arregla en diez minutos. Si se busca más precisión, es posible conseguir los datos cronométricos que utiliza la NASA: ahorita.

-¿Dónde estás?

-Ni la más remota, pero tranquila, sé volver al hotel. He ido dejando miguitas de pan, como Pulgarcito, sólo que yo uso hebras de tabaco.

En un veloz ahorita me planté en la puerta del hotel y nos fuimos a comer:

 

 

Aquí están: Adriana, Verónica, Adolfo, Víctor y el dibujante Trino.

¿Qué hace Trino?

¡Firmar el libro de honor del restaurante!

Llovía sobre mojado, porque otro día que estuvimos ahí también le pidieron que firmara a Cristina Rivera Garza.

Vi que Verónica hablaba con la camarera y me señalaba. Algo debió decirle, imagino que más o menos:

-Por compasión no más, pídale al güey que firme, no se nos eche a llorar.

-?rale -debió de resignarse la camarera.

Y así fue como el pinche gachupín acabo firmando.

Si no me lo pide, reviento.

Gracias, Vero.

 

De allí me fui corriendo a dar una «conferencia magistral» sobre «periodismo cultural«, toma del frasco.

Hablé, claro está, del oxímoron. Periodismo cultural es como música militar, una contradicción en los términos.

Para no hablar de unir mi nombre al término magistral.

Estuvo muy bien y al terminar firmé libros, pero entre Adolfo y Adriana me sacaron de allí casi en volandas para que no perdiera el avión.

No lo perdí y todavía me dio tiempo a tomar un par de whiskies con Adriana en el aeropuerto.

Llegué a Cualicán a las doce de la noche, hacía calor y en el aeropuerto estaba ?lmer Mendoza esperando.

Me presentó a Alejandro, que me iba a acompañar por Sinaloa cuando él no pudiera estar.

-Que me lo cuide -le encargó a Alejandro-, que es amigo.

Hasta me había dejado una botella de emergencia (etiqueta roja) en la habitación del hotel.

No se puede ser mejor amigo ni más buena gente que ?lmer.

Y encima es un gran escritor.

De ?lmer se podría decir algo parecido a lo que Chandler dijo de Hammett, en una adaptación libre: ?lmer rescató la novela negra de los que ven el crimen como un ejercicio intelectual o un sudoku, la devolvió a las calles, a donde pertenece. Y pone a cometer crimenes a personas reales que matan por algún motivo y no únicamente para proporcionarle un cadáver a la trama. Y a esas personas las hace hablar sobre sus vidas con el lenguaje que habitualmente emplean para esos fines, y las deja matar y vivir con los instrumentos de los que disponen, no con dagas envenenadas o misteriosos golpes de gran precisión , y les permite contarse unos a otros, y a nosotros, sus vidas con sus propias palabras.

Hacía calor en Culiacán.

Caí rendido en la cama y vi, en el azulejo del baño, aparecer un rostro borroso.

¿Sería yo? ¿O eras tú?

Comments (3)

El Pobrecito hablador del Siglo XXIoctubre 25th, 2011 at 9:18

Era un crítico, acechando.

Francisco Cerénoctubre 26th, 2011 at 12:47

Rafael, ¿no lo has oído? Ahora en el zócalo (no me resisto a contarlo tras ver tu foto en el relato anterior) quieren construir un Rascasuelos. Así, como te lo cuento.Se trata de una barra de cristal y jardines, museos con todo lo que encuentren a su paso, apartamentos y al fondo, cerca del centro de la tierra (400 metros?) oficinas. Todo incrustado en la tierra que habita la sólida plaza del Zócalo, como si un gigantesco gusano del mezcal hubiera horadado el corazón de México para instalar en sus válvulas purita mierda.
Es tu deber de español visitante prohibirles esa mendacidad. Hazlo, entre copa y copa, entre charla y charla. Rascasuelos, ¡ja!¡Rascasuelos mis cojones! (el recurso de …mis cojones es aplastante siempre, por eso remato con él)

Microalgooctubre 27th, 2011 at 11:16

Oiga. Qué buen post.

Thanks.

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