Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

Otros autores en Sant Jordi

Sant Jordi, Sant Jordi. Tanta pamplina se dice de la Gran Fiesta del Libro, de la rosa, del libro, del maravilloso contacto con los maravillosos lectores, del libro, de la rosa, de la ciudad volcada en la celebración, de las calles repletas de rosas, de libros, de tal  y cual, que no te extrañará que a mí, que jamás había estado en Sant Jordi, me echara para atrás, llámalo miedo o prudencia, llámalo equis.  ¿Y si luego iba y era verdad tanta cursilada como dicen por la tele?

Estaba en Piles y cuando llegué a Madrid la ciudad estaba tan inundada como en una novela mía, y yo con mis sandalias.

-Así no me vas a ninguna parte, que te vas a coger la muerte.

-Bueno, mujer, pues me pongo calcetines -propuse, ya que tampoco me iba a subir a Cercedilla sólo a por unos zapatos.

Violeta se quedó perpleja, asustada, sin saber qué decir, hasta que con la cabeza muy alta me advirtió:

-Eso de ninguna manera. Ni que fueras cura, guiri o tonto de capirote.  Ten valor. Antes descalzo que con sandalias y calcetines. Sé hombre.

Así me fui a la ciudad condal, con los tobillos salpicados por el agua de todos los charcos de Madrid.

A mi lado se sentó una señora que desprendía un intenso olor a medicamento, parecía la mesita de noche de un enfermo, sólo le faltaba el vaso de agua con una cuchara.

Juan Cerezo me llevó a la cadena SER, que organizaba una tertulia. La cosa era en plena calle y nos subimos a una tarima tres escritores que pasábamos por allí: Ignacio Martínez de Pisón, Eduard Márquez y yo. Pisón iba con gabardina y Eduard llevaba una botas de cuero. Hablamos de nuestros libros y de la gente de nuestra edad: los que no hicimos la transición, sino a quienes nos la hicieron.

De allí nos lanzamos a esas calles llenas de rosas y de libros y fuimos a firmar a la Fnac.

¿Contacto con los lectores? Para mí Sant Jordi fue inolvidable por lo contrario: el contacto con los autores. No hay muchas alegrías mayores que tener la oportunidad de saludar a Juan Marsé, un maestro, un novelista que me ha regalado horas de felicidad.

Firmábamos en una mesa muy larga. Bueno, firmaba Almudena Grandes. En la otra parte de la mesa estábamos el pelotón de los torpes. A mí me tocó con amigos: Agustín Fernández Mallo y Ángela Vallvey.

Bien abrigaditos iban los colegas, ¿verdad?

Puedo asegurar que hacía bastante calor, pero Agustín no se quitó la bufanda ni un segundo, aguantó como un campeón (o como yo mismo con mis sandalias). Me imagino a su chica:

-Agustín, cari, tú sin bufanda no me sales de casa, eh, que te coges la muerte.

Se conoce que los escritores, a las primeras de cambio, nos cogeríamos la muerte, si no fuera por nuestros ángeles custodios que nos obligan a ir con bufandas, gabardinas, paquetitos de kleenex en el bolsillo, jarabe para la tos, crema espermicida, camiseta interior y un boli de recambio, que vas a firmar muchos libros, cari, y te va a hacer falta, tú hazme caso.

Dudé si Ángela y Agustín no tendrían un lío, porque si no es inexplicable que coincidan en la idea de cuál es la indumentaria conveniente para pasar un día de primavera en Barcelona: bufanda bien anudada al cuello y ropa de abrigo abrochada hasta el último botón.

¿O quienes estarán liados serán las parejas de Ángela y Agustín entre sí? A lo mejor mandan a los autores bien abrigados a Barcelona, venga, a ese entrañable contacto con los lectores, y ellos se quedan juntos con escote de palabra de honor y pantalones marca-pack.

Sant Jordi es ir y venir de un puesto a otro, y en cada puesto estás firmando como una hora. A mí un par de veces me tocó ocupar el sitio que dejaba libre Javier Marías, que no se iba de allí ni con agua caliente, pero a ver quién es el que le dice: Marías, Marías, ahueca, tronco, que ahora me toca a mí disfrutar enormemente del entrañable contacto con los no menos entrañables lectores, tío.  

Como los escritores van y vienen, es divertido ver por las calles a notables plumíferos hechos unos azacanes, con la lengua fuera y un trotecillo cochinero, intentando llegar a tiempo a la siguiente firma.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. Almudena Grandes a paso de legionario adelantando a Rosa Montero a velocidad de vértigo: la dejó clavada, como se quedan los ciclistas escapados cuando les dan alcance.  He visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Juan Marsé con una enfurruñada sonrisa, Ramblas abajo, y el tumbao de los guapos al caminar. Me he visto a mí mismo cojitranco y con sandalias. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Ah, y las rosas. Los libros. Las rosas. El contacto (entrañable) con el lector (entrañable).

Llevaba un par de horas en Barcelona y, la verdad, me estaba encantando.

 No se lo digas a nadie, pero me gusta mucho Sant Jordi.

No son verdad las pamplinas cursis, Sant Jordi no es más que alegría, una alegría en pleno día laborable, de esas casi clandestinas, y uno se compra un libro como si hiciera una travesura, como si por fin se atreviera, como si se saltara alguna regla; uno se compra un libro con la misma insensatez inesperada y feliz con la que le das un beso repentino en un ascensor a una compañera de trabajo o pides una copa en el bar a la hora del desayuno.

Date un capricho. Para mí eso es lo que significa Sant Jordi.

Ese día en el que uno se permite una transgresión y decide gastarse veinte euros en un libro que no le conviene, en el que le apetece, en lugar de comprarle un chándal a los niños o uno de esos libros que te ayudan a perfeccionar tu espíritu.

Es verdad que hay familias, parejas y grupos de amigos. Pero yo, que no soy periodista y apenas me fijo en lo entrañable, lo que más vi eran hombres solos, que se habían escapado de la oficina como quien se va a un bingo; mujeres solas que se acercaban a mirar un libro, furtivas,  casi ruborizadas, como si por fin se decidieran a acudir a una cita a mediodía en un hotel.

Me parecía que había una intensa inclinación al pecado, a leer por vicio, a caer en la tentación.

Por eso, al llegar a casa, con las mejillas rojas y los ojos brillantes, no hay más remedio que regalarle una rosa a tu pareja, y ofrecerle un libro cuyo título aclare las cosas:

Todo está perdonado, ¿verdad que sí?

?se fue el libro más vendido en Sant Jordi, aunque la prensa lo oculte (no interesa que se sepa), porque a mí me pareció que Sant Jordi no es otra cosa que un día en el que hay que hacer algo que necesite ser perdonado, ese día en que la lectura vuelve por fin a ser lo que fue una vez de niños: lo contrario a hacer los deberes, un pecado, un placer subversivo, una insurrección,  tiempo robado a la vida diaria, Un momento de descanso.

Eso fue para mi Sant Jordi: caer en la tentación, comprar un libro para pecar, para entrar en contacto con esa otra parte de ti mismo a la que mantienes a raya el resto del año.

 

Aquí estoy en contacto con esas lectoras que, en Sant Jordi, decidieron pecar y darse un capricho con mi libro. Al lado, Ignacio Martínez de Pisón (con su gabardina, para no cogerse la muerte). Luego Alicia Giménez Bartlett, Almudena Grandes y el gran Juan Marsé.

Tras varias firmas, nos fuimos a comer a un restaurante llamado Igueldo, con Ponç Puigdevall, Pérez Andújar y medio Tusquets: Beatriz de Moura, Juan, Jordi, Pantaleón, Delia.

A la salida, tras varios whiskies para darnos ánimos, nos hicimos una foto, tal que ésta:

 

 

Juan Cerezo, un servidor con sus sandalias, Javier Pérez Andújar, Almudena Grandes, Delia Louzán y Elisa, que a su edad ya es más roja que yo y da alegría oírla discutir con pasión de política, sobre todo cuando Jordi la provoca y le dice: tengo un pasado oscuro, he sido democrata-cristiano.

Por la tarde, de pronto viene Delia y me hace un regalo que me encogió el corazón: el último libro de Federico Moccia dedicado por el autor a mi hija Anusca.

-Delia, no tengo palabras. ¿Tú sabes lo que significa esto? Algo que por fin mi hija me va a agradecer…

En el acto me entregué al servicio de Delia, como esclavo, como siervo, como escudero: soy suyo.

Luego más rosas, más libros, más contacto con lectoras en pecado, más copas entre firma y firma, y así hasta que a las nueve de la noche me cogí el tren de vuelta a Madrid.

Llegué agotado y feliz.

-Cómo me vienes, hay que ver cómo me vienes.

Llevaba todo el día espiando a Juan Marsé sólo para intentar aprender esa sonrisa traviesa, desvalida y enfurruñada que él tiene. Era el momento de intentarlo. Sonreí. Le di la rosa, algo espachurrada por el viaje.

-Todo está perdonado -me dijo Viole-. Anda, pasa. Te habrás cogido la muerte…

-No, tonta, me dejaron una bufanda, había de sobra, una por novelista. No ha sido nada: tears in rain. Es hora de…

-De irnos a la cama, que son las tantas.

-Eso mismo iba a decir yo.

Comments (7)

hostal mi loliabril 30th, 2011 at 10:40

Yo de ti para el próximo Sant Jordi me iría a firmar con gabardina pero sin nada debajo y a cada autógrafo en tu libro a una chica guapa, le regalaría una abertura de gabardina en señal de agradecimiento y así le mostrarías tu desnudez como espectáculo y regalo sorpresa,pronto se correría la voz y firmarías más libros que nadie. Eso si, llegarías a casa muy resfriado,pero ya se encargaría Violeta de hacerte entrar en calor y sacarte el frío del cuerpo de una buena sudada. Saludos.

frenandoabril 30th, 2011 at 11:44

Por aplaudir esta espontánea y estupenda labor del autor. Por seguir cascarrabiando y hacerle saber (al estupendo y espontáneo autor) que tiene seguidores, entusiastas y ávidos lectores de sus reflexiones y del suculento surtido de anécdotas y coletillas al pescozón. Por añadir algo al deslabazado comentario anterior, donde tras fumármelo y renunciar a la apoteósica puesta de lorenzo primaveral, se me fue el carrete y no puse clara y nítidamente por qué preferí el colorido y la perspectiva de las ideas de este magnífico escritor: por su voz propia. Voz íntima y definitivamente ligada a la de unos cuantos que la historia (esa historia escrita por ellos) tan fulminantemente se ha ocupado en erradicar. Gorgias y Protágoras; Espartaco y Francoise Noel Babeuf; Howard Fast o Rosa Luxemburgo. La sangre de la historia la van derramando contestatarios y radicales que se enfrentan a poderes legitimados por patrañas y falacias…

pascual quieraabril 30th, 2011 at 13:32

Hace unos días acabé tu libro, el último. Ese en el que lo perdonas todo pero también lo enumeras. Me pareció cohonudo! Así, tal cual. Reconozco que el rollo ese de la distopia (así creo que lo llaman por ahí) con medio Madrid inundado y con canales y todo la leche me deja un poco frío… hace un par de años hasta me irritaba, así que voy tragando poco a poco.
Pero sobre todo hay dos cosas que me han ganado para la causa:

1º Hay mucha poesía escondida. Sin pretensiones y sin grandes aspavientos. De pronto, casi sin darte cuenta, plas… aparece una imagen tan poética y descriptiva que justifica medio libro. Cuando lo vuelva a leer ya te haré una lista de las que más me han gustado. Siempre he pensado que la literatura o es eso o es periodismo.
2º Flora la del Méntrida! Joder, me he pasado todo mi adolescencia en la plaza de Olavide, y mis padres eran fieles parroquianos del Méntrida. Yo me acuerdo de Flora, y su marido… y sus hijos!!! Las dos familias que llevaban el Méntrida antes. Se turnaban. Una semana estaba una familia y otra semana la otra (creo que era así). Joder, ha sido como la magdalena de Proust. La Flora de Reig!
Por no hablar de la Safa. Yo iba al colegio que estaba al otro lado de la Safa, que en el barrio era una institución (temible, por otro lado).

Así que eso, que me he quedado encantado.
Enhorabuena por el libro. Te lo has currao….

Más claro, aguaabril 30th, 2011 at 21:48

A finales de mayo es la Feria del Libro de Sevilla. Puedes venir sin bufanda y con sandalias. No te cogerás la muerte.

Y a ver si, en un momento de descanso, cuando todo está perdonado, me firmas una rosa 😉

Palmiramayo 1st, 2011 at 8:50

A Cuenca no, chaval. A Cuenca te pongas lo que te pongas cogerás la muerte en cualquier día del año. Pero te haremos firmar hasta los calcetines que no lleves.
DELICIOSO St Jordi

Rosa González-Capitelmayo 1st, 2011 at 12:03

Encantada de (que) Todo está perdonado. Por un momento pensé que ibas con havainas y que te cogías la muerte fijo, pero eran de cuero, menos mal.
Se dónde escribes… y te sigo

El fantasma de Jonesmayo 2nd, 2011 at 8:23

Rafael, ¡¡que este año cayó en festivo!!: nadie tuvo que escaparse de la oficina.
Los que os escapasteis del redil fusteis vosotr@s. No se os puede dejar sueltos: Sois como las llamas de Pinilla.

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