Rafael Reig, blog, escritor, novelista, literaturaPues aquí pondré lo que se me vaya ocurriendo. Poca cosa, en general. Lo primero que se me pase por la cabeza. Lo que lea por ahí y lo que me cuenten en la barra de los bares o los amigos. Y si alguien quiere poner algo también, estupendo: no censuraré ningún comentario. Corrijo: sólo permitiré que se publiquen los comentarios que a mí me dé la gana y no daré ninguna explicación al respecto

¡Ya hemos abierto la librería!

Gracias a una multitud de amigos, por fin hemos conseguido hacernos libreros.

Ya estamos en la nueva Librería Fuenfría, en Cercedila, al lado de la antigua, la de Eduardo Gómez de Enterría, que nos sigue ayudando en todo. En todo, digo bien. Lo mismo que Nacho Yáñez. y

Y por supuesto los queridos seres queridos.

Nuestro primer cliente fue Ricardo Gómez. El segundo Eduardo Vilas.

Y en seguida empezaron a subir amigos a Cercedilla a bañarse en el agua de la Fuenfría: Belén Gopegui y Constantino Bértolo, Borja Segovia y Virginia Fernández, Luciana y Juan Cárdenas, Cava y Francisco…

Y tú, ¿a qué esperas?

Aquí estoy con Cava, recibiendo la bendición de la gran librera:

 

 

Esther y Pedro, de Peña Pintada, nos regalaron el indispensable retrato de Faulkner, porque en este pueblo, es verdadera adoración lo que sentimos por Faulkner, ya lo sabes.

Ponte una copa, brindemos por la nueva librería.

Y apunta esta dirección, porque la librería ya tiene un blog: aquí lo encuentras.

¿Puesta en abismo?

La Semana Negra de Gijón es una experiencia etílica y amistosa que le recomiendo a cualquiera, por más que exija luego una semana en blanco, de convalecencia para recuperar el hígado y la memoria, y atemperar la melancolía de volver a casa.

Estuve con muchos amigos como el gran Juan Madrid, Ana Merino, Félix de la Concha, Andreu Martín, Javier Eslava Galán, Javier García Sánchez, Sofía Castañón, Mariano Sánchez Soler o Rebecca Pawel (con ambos prolongamos la semana seis horas más, en el bar del tren de vuelta, donde finiquitamos las existencias líquidas del bar y casi las del botiquín).

Hice muchos amigos nuevos también, como Daniel Mordzinsky, a quien sólo conocía de vista.

Miguel Barrero, de quien estoy leyendo el muy recomendable Los últimos días de Michi Panero, presentó mi novela. Supongo que diríamos algo, pero lo que más recuerdo es lo mucho que nos reímos. El público también, aunque quizá se riera de nosotros.

En las fotos hay constancia de que, el whisky no embargante, fuimos capaces de articular palabra, aunque no hay indicios de que dijéramos nada coherente:

Después de la agitada y negra semana, me esperaba más agitación al volver a casa, porque en las tertulias de Peña Pintada, aquí podéis ver qué acogedor es el sitio, venía como invitada la autora del libro que habíamos leído, Belén Gopegui.

Empezamos ya a medio día en casa bebiendo unos vinos y comiendo verduras (eso sí, ya procesadas por una simpática vaquita del Guadarrama). Abrimos un vino muy especial, que me regalaron los amigos del PCE de Luxemburgo, y que estaba esperando con su corcho puesto la llegada de amigos con los que disfrutarlo:

Aquí están Belén y Constantino con el Karl Marx Wein de Trier.

Tras el solomillo, el vino, la conversación y que Belén me sublevara a Anusca con tanto comprender a las adolescentes y darles la razón, socavando el principio de autoridad, bajamos a Peña Pintada donde seguimos dándole a la lengua y al frasco hasta altas horas de la noche. Lo pasamos como siempre en la tertulia, gracias a la generosidad de Belén y Constantino y a la hospitalidad de Esther y Pedro.

Al día, siguiente, empero, tenía que trabajar en la librería de mi amigo Eduardo:

Y sí, seguimos Violeta y yo con la idea de hacernos libreros.

Para lo cual hay que hacer muchas gestiones en el Ayuntamiento.

¿Ves el reloj del Ayuntamiento de Cerce? Mira y fíjate en el reloj:

Bueno, pues el otro día, en la tercera planta (Tesorería) vimos a alguien que estaba limpiando el reloj y le pedí permiso para mirar y hacer alguna foto:

Cómo no iba a acordarme de aquella escena de Fortunata y Jacinta en la que Feijoo le explica a Fortunata que la realidad es como un reloj: lo importante no es lo que vemos, que es como la muestra de un reloj, es decir, como las manecillas que giran en la esfera; lo importante es lo que no vemos, la maquinaria interna que hace girar a esas manecillas que están a la vista.

Galdós, por supuesto, nos enseña que una novela no es más que la forma de tener acceso a la maquinaria interna de la realidad, como me dejó a mí este amable señor entrar al mecanismo del reloj del Ayuntamiento.

¿No nos enseña Marx también lo mismo, la maquinaria interna de la sociedad y la cultura: la lucha de clases?

Qué curioso, el reloj del Ayuntamiento de Cerce, también tiene en su interior una pequeña réplica de la gran esfera que se ve desde fuera.

Si esto no es una mise en abyme como la copa de un pino, una señora «puesta en abismo», entonces yo soy obispo de Mondoñedo.

La maquinaria interna de la realidad ¿contiene también una imagen de su exterior?

Nuestro espíritu ¿contiene en su interior una imagen de cómo se nos ve desde fuera, de la cara que se nos queda?

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