David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Siluetear al rey

En su untuoso encuentro con el monarca, Hermida ha inventado un nuevo género periodístico: la entrevista con goma de borrar. Rodeados por un círculo de tiza caucasiano estaban todos los temas a los que el célebre locutor y descubridor de talentos no podía aludir siquiera: el elefante, Corinna, la reina, el yerno, el oso Mitrofán, los amiguetes, el otro yerno, el otro elefante y todo así. El habilidoso Hermida se enfrentaba al difícil problema de retratar a un personaje mediante un vaciado de preguntas, y ni siquiera podía apelar a la argucia que utilizó Velázquez en Las Meninas: pintar a los reyes de fondo, en un espejo desvaído, mientras llenaba el primer plano de infantas, enanos, un perro babosón y el propio Velázquez armado del pincel. Al final, Hermida, pintor cortesano, recurrió a sí mismo porque le encanta oírse y, en campechana alineación con el rey, armó una entrevista zen donde podía escucharse el sonido de una palmada con una sola mano y al propio Hermida diciendo??Majestad-d-d-d? más de una docena de veces.

Quienes investigan el caso Urdangarín se encuentran con un problema similar al del egregio chambelán del tupé: cómo llevar a cabo su trabajo sin cruzar las alarmas palaciegas ni rozar siquiera los temas incómodos para la Casa Real. La instrucción se parece un poco a aquellas acrobacias de entrenamiento que realizaban juntos pero no revueltos Sean Connery y Catherine Zeta-Jones entre una telaraña de hilos colgantes donde cada despiste suponía un campanilleo. De repente, en medio de un correo electrónico, tilín, tilín, suena una campanilla y aparece Corinna, que es, en efecto, una campanilla como la de Peter Pan y el Capitán Garfio, una princesa de cuento de hadas, que acompaña al rey en sus cacerías y es amiga suya y hasta ahí llega la línea de tiza.

Escribir sobre el caso Urdangarín es también un fascinante ejercicio de contención en el que uno se mueve siempre entre líneas de tiza y especies en vías de extinción (elefantes, reyes, princesas, enanos) como Sean Connery y Catherine Zeta-Jones disfrazados de anguilas en un laberinto de campanillas. Hay que siluetear con tiza un elefante, eludir a una reina, elidir a Corinna, y entonces, al final, uniendo todos los puntos del dibujo, te sale Urdangarín llevándose el dinero a saco en mitad de un e-mail. Si has hecho bien tu trabajo, como el maestro Hermida, lo que queda es un retrato de nadie hecho por nadie y que trata de nada. De nada, majestad.