David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Campos de batalla

En las próximas semanas impartiré o dictaré (nunca he estado muy seguro del verbo) dos conferencias en Ámbito Cultural de El Corte Inglés, calle Serrano 52, planta 7ª. La primera será el día 30 de mayo a las siete de la tarde y versará sobre el polo sur, la hazaña de Amundsen y el desastre de Scott, del que acaban de cumplirse ahora cien años. También hablaré sobre uno de mis héroes favoritos, Ernest Shackleton, que en 1914 inició al borde de la Antártida la odisea de supervivencia más prodigiosa de nuestra época. El historiador Roland Huntford cree que la derrota de los británicos se debió tanto a los errores de planificación como al propio carácter de Scott, meditabundo y depresivo. Raymond Priestley, un geólogo que conoció bien a los tres grandes exploradores polares definió así a cada uno: ??Para un raid polar rápido y eficaz, elegiría a Amundsen; para una expedición científica, a Scott; pero en medio de la adversidad, cuando no ves salida, ponte de rodillas y reza para que te envíen a Shackleton?.

 Mi amigo Jesús Urceloy me ha dicho que no podrá venir pero que nos acompañará en espíritu, con lo cual ya tendremos llena media sala. También me han enviado este soneto completamente exagerado e inmerecido en el que celebra mi amor por las regiones polares y también se cachondea un poquito: 

 

Esta estatua que agora inauguramos,

en donde el escultor se ha dado un busto

pues la piedra era dura y daba gusto

verle a cincel sacar tu rostro a tramos,

 

representa al valiente, ¡alzad los ramos!,

David Torres, que un día nos dio un susto

declarando que al Polo -siendo justo-

se iba ??A ver si así bajo unos gramos?.

 

Tú, que en radiantes y en precisos cielos

has surcado los vientos, los abismos,

las cartas de la mar, los paralelos,

 

 que has pasado en tu nave un par de itsmos:

recibe en este mármol los desvelos

de los que aquí viajamos en turismos?

 

La segunda, el 6 de junio, aprovechará el sonado aniversario del Día D para intentar explorar un tema que siempre me ha intrigado: la relación entre guerra y literatura. O dicho de otro modo: ¿por qué la guerra nos mola tanto? Desde la Ilíada hasta Tolstoi, desde la Biblia hasta Hemingway, la guerra siempre ha fascinado a los escritores. Hace poco estuve viajando por Bretaña y Normandía y tuve oportunidad de visitar las playas que fueron escenario de los desembarcos aliados.

 

En el cementerio de Omaha y en la playa de Juno, donde un viento salvaje acaricia el recuerdo del sacrificio canadiense, sentí una extraña belleza, una conmovedora calma, la misma que paralizó al poeta de Lord Dunsany ante un prado verde cortado por un río. Su amigo lo había llevado hasta allí porque había sentido una extraña desazón al sentarse en la hierba y al ver pasar el agua bajo un puente de repente la había imaginado teñida de sangre. Había estudiado la historia del lugar convencido de que allí tenía que haberse producido algo terrible pero finalmente tuvo que desistir, convencido de que era del futuro de donde provenían las alucinaciones. ??¿Qué es?? le pregunta al poeta, ??¿Qué es??, impaciente ante su silencio. El poeta miró otra vez el prado, miró el río en silencio, bajó la mirada a la hierba limpia y fresca. ??Es un campo de batalla? dijo.