David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Atracos

Yo siempre quise atracar un banco, las cosas como son, pero mi padre me lo dejó claro desde el principio: ??Hijo, son los bancos quienes te atracan a ti. Así funciona el mundo?. Mi madre fue más explícita incluso: ??Si quieres ser ladrón, estudia para banquero. O mejor hazte ministro. Y, sobre todo, cambia de barrio?. Mi madre tenía razón: en mi barrio no se podía hacer carrera de chorizo de altos vuelos; los más aptos llegaban a yonqui, a navajero en el mejor de los casos.

Mis padres me disuadieron de estudiar para criminal, algo que no les costó mucho esfuerzo teniendo en cuenta que no se me daban bien ni las matemáticas ni las navajas ni las artes marciales. Una vez intenté emular a Bruce Lee ondeando unos nunchakos y conseguí la hazaña simultánea de romperme a la vez varios dientes y golpearme la nuca. Comprendí que nunca tendría arrestos para conducir una furgoneta y empotrarla contra una cámara de seguridad (que muy segura no debía de ser porque un poco más y empotran una bicicleta, los tíos). Menos aún para lucir corbata, colocarme al otro lado de la ventanilla y decirle amablemente a un albañil o a una peluquera, que confiara en mí y me diera todo su dinero.

No, señor, yo había nacido para tonto, o sea, para contribuyente u honrado ciudadano, que son los sinónimos básicos de ese rutinario y modélico ejemplar domesticado por las leyes, ordeñado por los bancos y marcado por los capataces con el hierro de las distintas ganaderías políticas: PP, PSOE, IU, CiU, PNV, etc. No sigo, que todas son la misma cochiquera y huelen más o menos igual, qué les voy a contar a ustedes. El caso es que, al quedarse varado en medio de la legalidad, no cabe más consuelo que contemplar impotente la fachada de un banco igual que Alí Babá miraba la entrada de la cueva antes de descubrir la clave de seguridad y entrar a por los collares. De vez en cuando uno envidia los cojones de esos tíos capaces de descerrajar una caja fuerte a tiros. Por algo, en las películas, los atracadores siempre son los más guapos, los más valientes, y en definitiva, los buenos.

A mí me han atracado tres veces: en una me quitaron el reloj, en otra la peseta y en la última el futuro. La primera le dije a un policía que andaba por allí que corriera a por el malhechor pero me dijo que el médico le había recetado tranquilidad y sacó la libreta despacio, como si fuera a dibujar al caco al carboncillo. Las otras veces preferí no decir nada porque ni en el cine se ha visto a un poli correr detrás de un banquero.