Justicia para Garzón
Igual que el Barca es más que un club, Garzón es más que un juez: con él no caben equidistancias ni tonterías ni medias tintas. O lo amas o lo odias. O lo quemas en la plaza pública o lo llevas al hombro, como los costaleros a la Virgen del Rocío. En esto Garzón saca el lado más hispánico de la tribu, ese ??español de puro bestia?, que decía Vallejo, cuando no se cuestiona a alguien por motivos ni conductas sino por la camiseta, ese ??y tú de quién eres? que uno escucha recién desembarca al pueblo.
Puesto que hablamos de justicia, justifiquémonos, porque con un preámbulo como éste ya sé que me van a llover hostias de todos lados, empezando por quienes consideran a Garzón poco menos que un superhéroe global capaz de enjuiciar a criminales cósmicos e incluso de dar marcha atrás al reloj universal para dejar el marcador de la guerra civil otra vez a cero. Y aunque siento una enorme simpatía por ese magistrado que puso a Pinochet a desfilar con pañales, y más aún por el hombre que intentó airear las inmundas fosas del franquismo, hay algo en el personaje que me da mucho repelús, no ya la altanería ni los tecnicismos legales sino la simple certidumbre de que un juez no puede dedicarse a escuchar las conversaciones entre el acusado y la defensa. Encharcado en la infecta podredumbre del caso Gürtel, Garzón actuó al estilo de Quinlan, aquel policía gordo interpretado por Orson Welles, que fabricaba pruebas cuando la investigación se le quedaba corta.
La gran ironía de la película es que Garzón, al igual que Quinlan, va a llevar razón, y la sensación que emana al cierre de los títulos de crédito es la de una sentencia correcta, irreprochable desde el punto de vista del derecho pero maloliente a más no poder, es decir, una injusticia tremendamente justa, cuando en España estamos acostumbrados más bien a lo contrario. Sin embargo, a nadie se le puede reprochar ese fracaso más que al mismo Garzón, que dejó que su lado Hyde se impusiera a su lado Jekyll, y tiró por la calle de en medio.
No habrá justicia para Garzón hasta que no protagonice una teleserie de la HBO, cuatro o cinco temporadas donde se exploren todos los resquicios de un personaje desmesurado por donde se lo mire, complejo, cuajado de matices y claroscuros. Aquí nos pilla demasiado cerca y además estamos acostumbrados a las historias en blanco y negro, los tebeos para niños, las peleas entre buenos y malos, donde los malos son siempre los demás y los buenos llevan las manos limpias, por supuesto.