David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Fidel de los muertos

Los muertos ya no son lo que eran. Antes daban miedo o por lo menos respeto, pero ya ni eso. En los tiempos antiguos, los soldados se cuadraban ante los cuerpos de los enemigos caídos y les rendían honores militares. Ahora se sacan la chorra y orinan alegremente encima de ellos mientras un amiguete tira fotos del evento para ponerlas luego en casa después de los canapés. ??Sentaos, que vais a ver cómo hacemos la guerra los marines?. ??Qué bien orinas, hijo. Qué chorro más alto y más granado?. ??Es que nos entrenaron en West Point, mamá?.

Si la supuesta superioridad moral de occidente consiste en ver en quién mea más lejos, entonces la diferencia entre Osama y Obama pende de una minúscula. Bastante minúscula, por cierto. Para ir a mearse sobre un muerto no merecía la pena liberar Afganistán. Ni tampoco hacía falta esperar diez años para comprender que los tipos que exportan la democracia, la libertad y los grandes valores son los mismos catetos de vejiga floja que votaron por Bush. Tanto hablar del burka y del velo, y al final lo importante era el dodotis.

El caso es que los muertos están desprestigiados. Ya no imponen respeto ni en las películas de terror. En La Habana acaban de rodar una de zombis que en sus mejores momentos parece un documental. Salen los zombis tambaleándose, los brazos engarfiados, la quijada desencajada, y es lógico que los turistas se confundan. Después de medio siglo de revolución, más que en el hachazo uno piensa en la limosna.

A mí los muertos vivientes siempre me han dado más pena que otra cosa, me acuerdo de aquel poema de Bécquer y pienso que lo suyo es hambre, sí, pero hambre de cariño. También me acuerdo de los mendigos que pedían en las escaleras de la iglesia, en cómo las señoras les daban las monedas con un asco evangélico, sin tocarles un pelo, por si la pobreza fuese contagiosa. Que no sólo es contagiosa sino mortal, acabamos de descubrirlo de golpe, cada vez que leemos las cotizaciones de Bolsa como quien coteja un análisis de sangre. 

Los zombis son el último estadio de la lucha de clases. Eso no lo había previsto Marx ni tampoco Fukuyama, que creía que la historia de la humanidad terminaba con el final feliz del capitalismo y todavía iba por el prólogo, el muy iluso. Los muertos se mezclan con los vivos, los países pobres con los ricos y los euros con pesetas. Cómo está de confusa la cosa que le advirtieron al maquillador de los zombis cubanos que quizá se le había ido la mano con alguno y dijo: ??Que no, hombre. Que ése es Fidel?.