David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Pasado a la carta

Todo el mundo tiene un pasado, excepto los candidatos presidenciales en EE UU, que tienen varios, a elegir. A McCain le acaba de salir en la espalda un absceso financiero de la época de los 80. Allí los pasados son como ciertos hongos o ciertas enfermedades crónicas. Allí el pasado sufre ciclos, repeticiones y metástasis. En cuanto a Obama, según ciertos rumores, se juntaba con terroristas. Al parecer, cuando era un crío, Obama tenía un vecino en Chicago al que le gustaba poner bombas y una vez el futuro senador por Illinois llegó a saludarle después de salir del colegio.

Cualquier aspirante a la silla presidencial tiene que venir con un currículum intachable, presentar una hoja de servicios impecable, un pasado en blanco, inmaculado, tan limpio como los conocimientos geográficos de Sarah Palin. Esa obsesión por la bayeta y el detergente los conduce indefectiblemente hasta la santidad, e incluso más allá, porque San Pablo o San Agustín no hubiesen pasado de las primarias ya fuese entre los demócratas o entre los republicanos. San Pablo por extremista en sus primeros tiempos, y San Agustín por mujeriego.

Esas gentes -los Clinton, los Bush, los McCain, los Obama- estudiaron en las mejores universidades, se criaron entre la élite y sacaron las mejores notas, pero al final tienen que responder por culpa de unos porros que se fumaron en su juventud, una borrachera en la que quemaron un gato o un vecino megalómano que soñaba con conquistar el mundo. La impudicia, la maldad no pueden tocarlos. Una simple mamada extramatrimonial se convierte en una cuestión de estado.

Debe de ser terrible comprobar que no puedes dejar tus pecados atrás por muchas esquinas que dobles. Los candidatos norteamericanos tienen un pasado con patas. McCain se ha enredado con el suyo y se puede ir de bruces contra el suelo, porque la economía es el paisaje político de la eternidad. Estuvo, está y estará siempre ahí, por más que los asesores republicanos intenten borrarlo de la pantalla con el doble programa del miedo y el terrorismo. Como hace mucho que el futuro se ha agotado, ante la imposibilidad de sacar más promesas de ese filón, los políticos les piden a los votantes que confíen en el pasado. Un hombre de costumbres moderadas, sin acné, que no piropea a lo basto a las jovencitas y al que nunca han puesto una multa de tráfico, es el candidato ideal para gobernar el país más poderoso del mundo.

La proliferación de pasados alternativos demuestra que, como sospechábamos, todo (desde la Guerra del Peloponeso a las notas del colegio del nene) es cuestión de fe. Si hay gente que ha puesto en duda la veracidad del Holocausto, ¿no tenemos razones para sospechar que Obama pudo participar en un atentado a los ocho años de edad? Chismorreos hay para todos los gustos.

Incluso hay gente que dice que Obama es negro.

(Publicado originalmente en El Mundo el miércoles 8 de octubre de 2008)