David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


La crisis según Job

Uno de los libros que mejor ilustran la catástrofe económica, la crisis monetaria y el descalabro de los mercados, es una novela publicada más de diez años atrás y que la editorial Sloper ha decidido reeditar con muy buen criterio. Se trata de La deuda, de Felipe Hernández, título más que profético que esconde una historia de humillación y servilismo casi insoportable, uno de esos pactos demoníacos que parecen inverosímiles hasta que uno lee la letra pequeña de una hipoteca.

Al igual que muchos manuales de economía, este libro no servirá de gran cosa para entender la crisis pero en lugar de conceptos resbaladizos y fórmulas soporíferas, La deuda ofrece un argumento tenso e implacable servido en una prosa de acero puro. El lector despistado no encontrará aquí complejas tramas financieras ni conspiraciones bursátiles ni tampoco esos elegantes cócteles donde unos cuantos banqueros engominados se dedican a joder países mientras pellizcan el culo a una señora. Apenas hay un puñado de personajes, constreñidos en un ambiente angustioso y asfixiante (escaleras, cuartos cerrados, casas de vecinos) que se va cerrando como el tornillo de un garrote a medida que se agotan las posibilidades narrativas.  

Para dar una idea del tono del libro resumiré tan sólo el comienzo: un hombre, Andrés Vigil, acude al usurero que le dio un préstamo para comprar un violoncelo y descubre que el usurero tiene otra deuda con otro prestamista, Alejandro Godoy. Escondido detrás de una puerta, Vigil contempla aterrado cómo Godoy inmoviliza la mano al moroso y se la clava a martillazos a la mesa. Esa violencia física es sólo un avance de lo que aguarda en capítulos ulteriores, cuando Godoy entre en la vida de Andrés para reclamar hasta su última brizna de intimidad, la carne y el espíritu, del mismo modo que un banco no sólo te quita el préstamo, la casa y el aval sino también la dignidad y las ganas de vivir.

He hablado antes de demoníaco y sin embargo sospecho que en los designios de esta fábula tremenda se oculta más bien lo contrario: una teología cifrada en el apellido del usurero (Godoy disfraza, sin mucho esfuerzo de traducción, un anagrama de ??Dios?) y en la secuencia inicial de la crucifixión, que cuenta con un martillo, un clavo y la mesa en lugar de la cruz. Igual que Lee Marvin buscaba a la divinidad a través de las inextricables jerarquías del crimen en aquella joya del cine negro (A quemarropa, de John Boorman), Vigil resulta un moderno mártir enclaustrado en una fábula kafkiana. Si la economía fuese una ciencia y no una religión, ni el dólar llevaría impreso el nombre de Dios ni el billete de 20 euros las vidrieras de una catedral. Para atisbar los abismos del tocomocho financiero y el misterio sagrado de la Banca, lo mejor es releer el Libro de Job.