David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


ETA deja el tabaco

Esta semana me cambiaron del viernes al sábado en El Mundo sin que yo lo hubiera advertido. Con lo cual una columna escrita el jueves por la mañana sobre ETA se quedó obsoleta a las siete de la tarde, confirmando la vieja idea de que el periodismo es una literatura caducifolia que de un día para otro sirve para embalar muebles. En fin, me daba rabia el esfuerzo perdido (sobre todo el recuerdo de Orson Welles y la coz al botarate de Koffi Anan) y he decidido rescatarlo aquí, en esta especie de cuaderno de bitácora donde se pierden y se encuentran tantas cosas. Al día siguiente, viernes, tuve que ponerme con otra columna que escribí con alegría, rabia, y, quizá por primera vez, esperanza. Desde que tengo uso de razón he vivido bajo el terror etarra, dos bombas de ETA me pasaron cerca (una en el mercado de San Blas, que oí y viví en primera persona; otra que desactivaron en el Gobierno Militar de Burgos, al poco de terminar la mili), diversas tragedias han salpicado a amigos y familiares más o menos lejanos, y toda la vida he tenido que aguantar a estos monigotes del terror con su dicción de chiste y su prosa de comunicado. Coño, qué ganas tengo de que enseñen por fin la cara.

 FOLKLORE ETARRA

El gran éxito etarra es haber sabido vender su producto en el extranjero como un cóctel de opresión política y folklore ancestral, hasta el punto de que las tres letras, el hacha y la serpiente es la mejor marca exportable desde la paella española. Cuando trabajaba en la librería Altaïr de Madrid, entre la impresionante bibliografía viajera dedicada a Euskadi no había guía que no hablara de la ??lucha armada? o del ??conflicto vasco? con tales acordes de simpatía que al autor sólo le faltaba recomendar un safari fotográfico por la kale borrokacon autobuses y cajeros ardiendo, igual que luego recomendaría un partido de cesta-punta y un rulo de tapas por el barrio viejo de Bilbao.

La confusión viene de lejos, tanto que yo recuerdo un documental antiquísimo del gran Orson Welles donde mostraba a fornidos hombretones tirando del arado, partiendo troncos a hachazos o levantando piedras, mientras se preguntaba en voz alta si los vascos parecían españoles como los demás o tiraban más al Pleistoceno. Este ridículo razonamiento basado en la gimnasia y la boina podía haberse rebatido fácilmente con un documental análogo filmado en Texas, con vaqueros domando caballos, en Salt Lake City, con mormones domando mujeres, y en Wall Street, con ejecutivos domando índices bursátiles, para luego preguntarle al bueno de Orson si todos esos hechos diferenciales cabían en el mismo país además de su tripa.

Por el contrario, si hay algo común al grupo de conferenciantes que aterrizaron esta semana para dar sermones de paz no es el pasado carcelario a lo Gerry Adams ni la idiocia diplomática a lo Koffi Anan (el Poncio Pilatos del genocidio ruandés), sino más bien su condición de amortizados, de viejas glorias del baúl del abuelo, al igual que Tony Blair, Bill Clinton y otros desechos de tienta de la política que también se han sumado a la declaración de la conferencia de paz con el entusiasmo de un autobús de jubilados que va a visitar el pueblecito de Corleone pasando por alto todos los cementerios de la Mafia.

Nadie, por muy conferenciante y muy jubilado que sea, debe olvidar que no hay ningún conflicto armado en Euskadi como no hay ninguna guerra larvada en Nápoles. Porque no es lo mismo la mozzarella de búfala, el aceite siciliano o el bacalao al pil-pil que el tiro en la nuca, el coche-bomba, la extorsión, el miedo y el dolor de los pueblos amenazados, las urnas secuestradas y las familias rotas. Ya que hablan de guerras europeas sin resolver, esa banda de rockeros fracasados podía haberse ido a dar lecciones de caspa a Chechenia, por ejemplo, en lugar de zampar pintxos gratis por el casco viejo de Donosti. El energúmeno de Eguiguren pidiéndole al lehendakari que se queme a lo bonzo por la paz es el penúltimo gesto folklórico que va quedando de todo esto.

ETA DEJA EL TABACO

Si ETA ha subsistido tantos años quizá sea porque nunca hemos querido ver debajo del terror, el coche-bomba y el tiro en la nuca, cuánto hay de obsoleto y de ridículo en la parafernalia de unos tipos que leen sus comunicados con una boina atornillando una capucha. Es para pensárselo mucho: una capucha y encima una boina, el no va más de la cerrazón, como si les vacilaran a los del Ku-Klux-Klan: ??A nuestro lado sois unos pijos del linchamiento, modernos, más que modernos?. Pero es difícil ver el lado cómico del asunto cuando el asunto consiste básicamente en muertos, familias mutiladas, cartas de extorsión, en fin, todo el quehacer político de la banda.

Cuando se vive y se mata a través de una capucha las ideas entran a rastras: si acaso se cuelan una o dos por década, reptando por el zulo de la mente. De repente, nadie sabe cómo, una pizca de realidad se ha filtrado a través de la barricada de boinas y capuchas, y esta gente ha caído en la cuenta de que ya no es 1977, que no hace falta imponer ideología a bombazos, que hay urnas en Euskadi, oye, y que hasta se ha muerto Franco, la hostia.

De manera que tres nazarenos han escenificado una comedia agro-pop a medio camino entre Halloween y Semana Santa, todo aderezado con el estilo mamporrero de ETA, esa impúdica sintaxis donde a las palabras se les da la vuelta igual que se gira la cabeza a una víctima para que el balazo caiga por la espalda. Todo huele a rendición, o al menos a preámbulo, pero el nazareno mayor consigue presentarlo de modo que parezca una victoria, que han sido ellos solos los que han traído la democracia a fuerza de 9 milímetros parabellum.

ETA, que lleva años dejando de matar como el que se pone a régimen una semana, ha anunciado su menopausia con el folklore solemne de una fiesta de pueblo y la seriedad de unos colegiales que han aprobado la reválida: detrás sólo faltaba una pizarra con rastros de tiza para evaluar suspensos y aprobados y, al final, en vez del alirón, tendrían que haberse levantado para soltar un chupinazo como el que da pie a los Sanfermines. Ha estallado la paz, que diría Gironella.  

ETA dice que deja el tabaco pero vete a saber si se fuma o no se fuma debajo de una capucha. Puede que no sea el fin ni el principio del fin ni el fin del principio, pero qué hermoso sería dejar atrás la pesadilla, despertar de esta horrenda noche de Halloween que va durando ya medio siglo.