David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Juro que todo lo que sigue es verdad

Las implicaciones de la teoría del caos son imprevisibles. Una mariposa bate sus alas en Nueva York y provoca un huracán en Tokio. Un novelista madrileño publica una novela en la que sale la tragedia de Chernobyl y en Japón se produce un accidente nuclear. Mi hermano me recrimina: ??Tú eres gafe?. Mi amiga y colega, la escritora Marta Rivera de la Cruz, me pregunta si no he tenido algo que ver con el terremoto. A mí que me registren.

Cuando empecé a escribir Punto de fisión tres años atrás, ni siquiera sabía que iba a aparecer Chernobyl de telón de fondo del libro, mucho menos que lo iba a publicar en el 25 aniversario del desastre. Y de cualquier modo, el incidente de Fukushima no era el único detalle que mi novela parecía profetizar. Pocos días antes de publicarse, surgía un grupo nacionalista catalán, unos cuantos botarates disfrazados con máscaras y barretinas que se anunciaron pomposamente con un nombre ridículo: el FUET (Front Unitari per l’Emancipació de la Terra). Parecía una imitación o una burla de un pasaje de Punto de fisión que se abre con un grupo terrorista llamado el PICHY (Partido Independentista Chulapo ¿Y?), una banda de descerebrados que abogan por la independencia de Madrid y empiezan colocando bombas en la Cibeles y en Neptuno, porque no les parecen estatuas lo bastante castizas.

Para colmo de azares, en una prueba rutinaria hecha en enero se registraba un pequeño derrame pleural en mi pulmón derecho, nada grave pero era algo que había que vigilar. Yo le había prestado una buena ración de mi hipocondría a otro de los personajes de la novela, el editor Matas, a quien acaban diagnosticándole un cáncer de pulmón a través de una simple placa de tórax. De hecho, quería que la portada fuese una radiografía de tórax, imagen que al final conservamos para las guardas del libro. Como buen hipocondríaco que soy, anduve bastante preocupado hasta que contacté con una amiga médico que (¡bendita sea!) me hizo una revisión de arriba abajo y eliminó mis temores morbosos. Ahora sólo falta que, al igual que le sucede a Zubiri, otro de mis personajes, me caiga un rayo en la cabeza.

No creo que las novelas tengan un poder profético pero tampoco creo que se trate de simples coincidencias. Más bien sospecho que la literatura es una actividad misteriosa, una tarea en la que las fuerzas del inconsciente se movilizan y abarcan una realidad mucho más amplia y profunda de la que creemos percibir. En cierto modo, escribir un libro es como fabricar un satélite con todas las antenas desplegadas, botar un buque y lanzarlo a un mar tenebroso, un iceberg donde la parte sumergida es mucho más grande que la que se ve a simple vista. Lezama Lima decía que la potencia de un poeta se mide en relación a lo que ignora, no a lo que conoce. En términos estadísticos era casi fatal que un accidente nuclear tuviera lugar más tarde o más temprano, pero la coincidencia con la publicación de un libro que habla de Chernobyl (y es necesario recalcar que apenas se han publicado libros sobre Chernobyl en un cuarto de siglo) de repente dota a la novela de una resonancia siniestra.

Las palabras no caen en el vacío, dice el Zohar. Sinceramente no me considero un profeta ni un adivino (ni siquiera Paco Porras) pero siempre he maliciado que ciertos libros irradian un aura inexplicable. Para bien o para mal. Cuando se puso por escrito la declaración de los derechos humanos, ¿no alteró el rumbo de la humanidad? ¿Y cómo hubiera sido el siglo XX sin el Mein Kampf? Ese don profético de la literatura también es la facultad (como dice Zubiri en la novela) de dar un adelanto, un borrador de la realidad. De predecir el mundo. De ser, de algún modo, el mundo.

(P. D.: El viernes 25, a las 5 de la tarde, participaré en una mesa redonda sobre Stanislaw Lem en el Festival Kosmopolis en Bardelona. Y el sábado 26, a eso de la una, estaré en la librería Negra y Criminal, en la Barceloneta, junto con mis amigos Diego Prado, Raúl Argemí y Paco Camarasa, si ya está bueno otra vez).