David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Punto de fisión: recuerdos de Chernobyl

El jueves estuve en Barcelona presentando Punto de fisión en una comida de prensa a la que acudieron, entre otros, Sergio Vila-Sanjuán, Pablo Dalmases, Sergi Doria, Antonio Iturbe y Raúl Argemí. Lo pasamos muy bien. Raúl, un maestro de la novela negra al que conozco de alguna Semana Negra en Gijón, no sólo había leído el libro y le había gustado sino que demostró su placer (cosa rara en el gremio) con una sonrisa franca y uno de esos elogios de los que sólo es capaz un argentino: «Qué linda novela, pibe».

Más adelante, durante el almuerzo, Raúl comentó que mi historia de Chernobyl le recordaba la mejor novela negra que había leído jamás, que no era exactamente una novela negra sino una de ciencia-ficción: Picnic extraterrestre, de Boris y Arkadij Strugaccy. Casi me atraganto al sentir el lazo de un lector sagaz en el cuello: no, yo no había leído ese libro (más conocido en España por el título Picnic al borde del camino) pero sí había visto la película que realizó Andrei Tarkovsky a finales de los setenta sobre el libro de los hermanos Strugaccy. Por muchos motivos, y a pesar de su lentitud y su misticismo, Stalker es una de mis cintas favoritas. En efecto, la atmósfera de un lugar donde ha sucedido algo terrible y donde los viajeros tienen que entrar con pies de plomos se quedó grabada en el fondo de mi mente, una huella fósil para que sobre ella construyera años más tarde la historia de Sergei, el niño que recupera recuerdos de los exiliados de Prypiat por orden de la mafia ucraniana y que un día deberá volver a entrar en el cuarto reactor de Chernobyl.

Por culpa de la pura y simple desgracia, Chernobyl ha vuelto a ponerse sobre el tapete de la actualidad poco antes de un mes de su aniversario. Cuando tantos expertos y tantos aficionados hablan de la seguridad de la energía nuclear, en Japón vuelven a danzar los fantasmas de Hiroshima y Nagasaki. Un escritor ruso dijo que en Chernobyl el hombre había abierto la puerta del infierno y luego había intentado taparla con papel. En Punto de fisión hay un pasaje, justo al comienzo, en que recuerdo la filiación apocalíptica de la catástrofe. Juan de Patmos ya lo había visto todo:

Es difícil comenzar una historia por el fin. Sobre todo si es el fin del mundo, el final de todos los finales. Para ser precisos, esta historia debería leerse al revés, como si estuviera escrita en el espejo de otro idioma. De hecho, mientras la escribo, siento que estas palabras se van alineando en el reverso exacto de mi lengua materna. No podéis verlas pero yo siento las letras del alfabeto cirílico transparentándose al calor de cada página, igual que rayos X.

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. En el final el hombre los arrasó. Esta historia empieza con una explosión y continúa al día siguiente con una lluvia de primavera. Dios empezó a trabajar un lunes y se tomó el domingo para descansar. Casi nadie oyó la explosión el sábado pero la lluvia nos sorprendió el domingo cuando jugábamos a la pelota en la calle.

 Tiempo atrás, el maestro nos había dicho que el mundo había empezado con una explosión. Tesis: explosión. Antítesis: el vacío. Síntesis: el mundo. El Génesis, según la doctrina marxista-leninista, no consta de siete días. Alina levantó la mano y preguntó dónde estaba Dios en esa teoría. Al maestro casi se le caen las gafas de la cara.

??¿Dios? Dios no existe, Alina?.

??Pero mi padre dice que ?l creó los cielos y la tierra y los bosques y los campos de trigo, e incluso las patatas?.

Todo el mundo sabía que el padre de Alina era un borracho que recitaba la Biblia de memoria mientras se agarraba a las farolas. ??¿Ha hecho Dios estas gafas?? preguntó el maestro, quitándoselas de la cara y sosteniéndolas en su mano derecha. ??Dime, ¿ha hecho el edificio dónde vives? ¿Ha construido la central donde trabaja tu padre?? ??Ya, pero, ¿quién ha hecho el cielo y las estrellas?? preguntó Alina. ??Mejor que nadie te oiga decir esas cosas? susurró el maestro en voz baja (¿se puede susurrar en voz alta?). ??Ya, pero, ¿quién ha hecho todas esas cosas? ¿Y la leche? ¿Y el verano? ¿Y los perros? ¿Y las nubes??

Entonces Sergei, que estaba sentado en el último pupitre, castigado, aislado de todos, se echó a reír. ??Eso no se hace? dijo.

??Exactamente. No se hace? dijo el maestro. Y se colocó otra vez las gafas.

Para quien conozca ahora a Sergei le será difícil creer que una vez fue el niño más enclenque de la clase, el más charlatán, el más díscolo (¿se dice díscolo? ¿O es desobediente?).  Todas las cosas cambian, según la doctrina marxista-leninista, y por eso se hace difícil creer que aquel renacuajo de pelo rubio que no paraba quieto sea ahora un gigante de casi dos metros, quieto y silencioso. Tesis: Sergei uno. Antítesis: el mundo. Síntesis: Sergei dos. Me imagino que no quedan muchos que puedan recordar al primer Sergei, al enano revoltoso que tiraba de las trenzas a las chicas, jugaba al fútbol a todas horas y se sabía de carrera (¿se dice así? ¿De carrera?) la formación completa del Dínamo de Kiev.

Pripyat, nuestra ciudad, era apenas un poco más vieja que nosotros. Había crecido a las faldas de la central nuclear, para alojar a las familias de los operarios que iban a trabajar a Chernobyl cada mañana. ¿Quién hizo Pripyat? Los ingenieros, los arquitectos, los albañiles. Mi abuelo, que silbaba al tiempo que serraba y martilleaba en su taller. Mi madre, que regaba sus geranios por las noches. ¿Quién hizo Chernobyl? Dios no, eso seguro.

Gracias a su juventud, Pripyat parecía recién estrenada. Las flores, los bloques de casas, las avenidas. Los árboles aún carecía de cicatrices, el asfalto no se había agrietado. Casi no había lugar para los recuerdos, de verde que era todo. Sin embargo, recuerdo el color de las nubes aquel día, nubes grises de lluvia estampadas en un cielo de primavera. Recuerdo que cuando las gotas empezaron a caer sobre la tierra, Piotr chutó y Sergei no pudo detener la pelota. Piotr dijo que había sido gol pero Sergei, que se había estirado hasta el límite de lo que daban sus pequeños brazos, protestó. Dijo que la pelota había pasado por encima del larguero. Piotr dijo que no. Esa era una discusión bastante peliaguda (¿se dice peliaguda?) porque el larguero, en realidad, no existía. Mejor dicho, existía sólo en nuestra mente. Era un larguero imaginario sostenido por dos postes también imaginarios cuyas bases eran dos puñados de abrigos y jerséis amontonados en el suelo. El portero se movía enmarcado en esa dimensión fantasmal, ese trapecio vacilante que se achicaba en su mente y se agigantaba en la mente de los delanteros.

El camión llegó cuando el equipo de Piotr (Piotr y su primo Rania) todavía seguía discutiendo la validez del gol. La lluvia redobló a juego con las botas de los soldados repicando sobre el asfalto. Nunca habíamos visto soldados como aquellos. Para empezar, no tenían cara, sino una especie de máscara antigás, una bombona de oxígeno a la espalda, botas altas, guantes de cuero. Ni un solo trozo de piel al descubierto. ??Vamos, vamos, marchaos a casa? dijo un oficial con la voz que salía exprimida desde la máscara. ¿Os he dicho ya que era domingo?

Pensándolo después, hubiese sido mejor hacer caso a los soldados. Pero, ¿cómo podíamos saberlo? ¿Cómo podíamos saber que los comisarios y altos cargos del partido se marcharon en un avión de madrugada junto con sus familias? La alarma no saltó hasta que era demasiado tarde, cuando la gente ya había subido hasta la terraza del único rascacielos de Pripyat (catorce pisos) para ver la columna de humo elevándose hacia el cielo y las llamaradas del fin del mundo. Otra multitud se había agolpado en el puente, desde donde con unos buenos prismáticos se alcanzaba a vislumbrar, decían, la grieta del reactor y, dentro, el fuego del infierno. Algunos trabajadores de la central advirtieron del peligro pero la mayoría no hizo ningún caso y se quedó mirando el espectáculo. Fue como la discusión sobre el gol de Piotr: ¿pasó o no pasó por encima del larguero? ¿Dónde estaba el larguero? Una discusión peliaguda porque nadie podía ver ni sentir, ni siquiera dentro de su mente, la radiación que en ese mismo instante los estaba atravesando como pollos en un asador. ¿Fue gol o no fue gol?

 Alguien nos mandó volver a casa. De regreso, encontramos al padre de Alina sentado en un banco del parque, hablando solo, sosteniendo una botella de vodka en sus manos. ??Y el nombre de la tercera estrella es ajenjo? mascullaba, borracho perdido. ¿Sabéis lo que es el ajenjo? Yo entonces tampoco lo sabía. Una planta con la que se hace una bebida parecida a la absenta, más fuerte incluso que el vodka con que el padre de Alina, sin querer, regaba el césped de gotas a cada versículo. ??Y la tercera parte de los lagos se convirtió en sangre?. Negó con una mano, balbuceando, se frotó los ojos para recordar mejor y golpeó con la botella en el borde del banco. Luego eructó, rebobinó y recitó el fragmento completo:

?? Y el tercer ángel tocó la trompeta, y del cielo cayó una gran estrella, ardiendo como una antorcha: cayó en la tercera parte de los ríos y en los manantiales de las aguas. Y el nombre de la estrella es ajenjo, y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron a causa de esas aguas porque se habían vuelto amargas?.

Entonces tampoco lo vi pero ahora veo las palabras de mi idioma materno transparentándose en la boca pastosa del padre de Alina, una profecía ucraniana escondida en los pliegues hebreos del Apocalipsis igual que rayos X a través de los siglos.

Ajenjo quiere decir Chernobyl. Y esto no es una metáfora. Es una traducción.

El nombre de la tercera estrella es Chernobyl.