David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


El experimento azul (y 8)

El juego ha terminado. Y el detective fantasma al final… No puedo revelar el final por lo mismo que no me gusta desvelar el final de una novela o de una película. Baste decir que no es el mayordomo, pero ya advertí que le iba a gustar mucho a Vanessa. Y no doy más pistas. Todo está en esta pantalla pero, como advertía Jim Thompson, «las cosas no son lo que parecen».

En los créditos me ha impresionado la lista de colaboradores que han contribuido a crear el videojuego: ingenieros, músicos, programadores. Una lista casi tan larga como una película y que, al igual que algunas películas, se entrevera con algunas tomas falsas, guiños al personal y breves despedidas de todo el elenco.

Con Ghost Trick, en los mejores momentos, los que me obcecaba en una pantalla pensando por dónde andarían jugando el cabrón de Carlos o la malvada Vanessa, en esos instantes en que el universo azul se empeñaba en cerrarse y mi fantasma homólogo no acertaba con la llave de su pequeño mundo luminoso, entonces caía en la cuenta de que tenía la lengua entre los dientes, murmurando solo, hablando con nadie, igual que cuando era crío y no lograba resolver un acertijo.

Ya escribí en su momento que lo que más me gustó del videojuego no es su aspecto de video sino de juego, es decir, ese retorno a la infancia que tienen todas las experiencias verdaderamente profundas. Al menos, es lo que yo busco cuando abro un libro, entro en un cine o preparo la cena a mi chica: esa alegría extraña, esa inocencia siempre alerta, esa cómica seriedad de los niños al preguntar «¿Vale que yo era un indio?»