David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


A imagen y semejanza

Decía Borges que, salvo el libro, todos los demás inventos perpetrados por el hombre eran extensiones de su cuerpo. El telescopio, de sus ojos. El automóvil, de las piernas. El teléfono, del oído y de la voz. El libro, decía Borges, es otra cosa: una extensión de la memoria y de la imaginación.

En nuestra andadura seguimos los dictados del Génesis. Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y nosotros hacemos el mundo a semejanza nuestra. Es evidente que el ordenador, ese esclavo en miniatura cuyo advenimiento apenas si llegó a entrever el gran escritor argentino, es una extensión misteriosa y delirante de nuestra propia mente.

Todos mis amigos saben que mi pericia con el ordenador es más o menos comparable a mi familiaridad con el idioma inglés. ?nicamente me supera en el dominio del campo informático Álvaro Muñoz, a quienes los amigos llamamos en la intimidad ‘Vil Gueis’. Por esa misma razón, lo que yo no podía sospechar es que, igual que la mente humana posee ramificaciones ocultas que la emparentan con el bajo vientre (y que tanto molestaban a Platón), los circuitos del ordenata más elevado también tienen sus cloacas. Y que esa especie de supositorio portátil o central de datos llamada USB funciona igual que una polla. Follas con ella en un burdel de fotocopias o la introduces en la vagina metálica de otro ordenador y ya la has líado. Porque, cuando regresas a casa, puedes llevar dentro un virus troyano llamado autorun que no es la sifílis ni el SIDA, pero sí un verdadero coñazo. Un herpes genital en toda regla.

Entre la máquina y el hombre hay un deseo de emulación, de competencia, que Mary Shelley supo vislumbrar ya desde Frankenstein y que Kubrick puso en solfa en 2001 con la invención de Hal 9000, tan paranoico y tan humano. Se suponía que la inteligencia era El Álamo de la raza humana, los últimos de Filipinas de la orgullosa concepción antropocéntrica que Copérnico y Darwin habían echado por tierra. Y entonces llega Deep Blue y derrota ampliamente a Kasparov en un match, y el campeón (de entonces) se echa a llorar, aunque a cualquier velocista le importe un carajo correr menos que un Ferrari o a un aizkolari partir menos troncos que una motosierra.

Además Deep Blue sólo sabe jugar bien al ajedrez. Todavía no hay ordenadores que pinten cuadros (bueno, los cuadros de ARCO sí), compongan sinfonías o escriban novelas. O eso creía yo hasta que leí una entrevista con Alexander Prokopovich, un editor de San Petersburgo que ha editado la primera novela escrita por un ordenador. Y no va de átomos viudos ni de cigüeñales en celo. Su título es Amor verdadero.wrt y su autor, PC Writer 1.0.

Yo ya había leído, hace muchos años, poemas generados por ordenador, pero no pasaban del típico y farragoso aluvión de palabras al tuntún, un saqueo de diccionarios imitando el estilo del flujo de conciencia surrealista. Pero una novela exige unas cualidades de estructura y organización, de jerarquías lingüísticas, de gradaciones tonales y narrativas (por no hablar de la composición de personajes) que, en teoría, todavía andan muy lejos de las capacidades de un programa informático. Según Prokopovich, no. PC Writer 1.0 ha parasitado su estilo de Tolstoi (bien), de Murakami (?) y de otros trece escritores más.

La novela tiene 300 páginas, fue escrita en 3 días y la idea partió de una especie de apuesta en broma de la editorial Astrel de San Petersburgo acerca de la posibilidad de escribir un libro sobre el amor verdadero que no fuera escrito ni por un hombre ni por una mujer ni por todo lo contrario. Su argumento se desarrolla en una isla desierta donde los personajes se despiertan con una amnesia que les impide recordar nada de su vida pasada (parece que Auster también estaba en el chip). Así comienza el libro:

‘Alrededor sólo el mar maldito y las piedras malditas… Y en un lugar tan melancólico tengo que matarte’, pronunció la mujer. Estaban sentados a la orilla con sus camillas tan cerca del agua que las olas, pesada y torpemente como las focas embarazadas que salen arrastrándose, casi tocaban sus piernas.

Demasiado Murakami, me temo. Es posible también que a los programadores se les haya ido la mano con Antonio Gala.