David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


La banca Barrymore

Cuenta la leyenda que un día el gran actor John Barrymore bajó despeinado y tambaleándose las escaleras del hotel donde estaba alojado y llamó al encargado. Se quejó de que era increíble el escándalo que se oía en su habitación, gritos, golpes, sirenas, y que no había podido dormir en toda la noche. Pidió la cuenta, farfullando con voz estropajosa que no volverían a verle el pelo por allí. Barrymore, alcohólico de marca mayor, se agarraba unas curdas de muerte después de cada función. La de la noche anterior fue tan tremenda que el hombre no se percató de que acababa de sobrevivir al terremoto de San Francisco.

He recordado la anécdota al ver cómo los banqueros españoles brindan con champán después de superar las pruebas de resistencia impuestas por la Banca Europea. Están tan borrachos de felicidad que ni se han enterado del terremoto. Pero, a diferencia de Barrymore, que cotizaba religiosamente sus copazos, esta borrachera la pagamos nosotros. Todas aquellas inyecciones de capital que Zapatero y sus mariachis insuflaron al sistema financiero español con liposucciones de dinero público, no fuese a ser que nuestros desdichados ricos tuviesen que dejar de esnifar caviar.

No sé, no entiendo mucho de altas finanzas, pero me parece que hay algo atroz, algo profundamente obsceno en un país con cuatro millones de parados y unos cuantos banqueros impecables. Da un poquito de asco pensar que la inmensa mayoría de esos parados prolifera gracias a una banca que se niega a conceder créditos, que no deja circular el dinero extraído directamente de nuestros riñones para que ellos puedan seguir jugando al golf con calaveras.

Pero la economía es una señora que viaja en calesa y no se para a jugar con los pobres. Parafraseando a Stalin, un parado es una tragedia, un millón de parados es una estadística. Nuestros bancos son sólidos porque se asientan sobre huesos de primera calidad, porque tenemos los pobres más sufridos y mejor educados de toda Europa. Debajo de las opulentas sonrisas de felicidad y las centelleantes provisiones sobre ingresos netos yacen los ceros a la izquierda, la sangre insolvente de los números rojos. Ya lo dijo Bertold Brecht: ??¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo??

No hace falta recurrir a teóricos neoliberales para explicar una historia que se explica con una sola viñeta del tío Gilito. El día que los pobres comprendamos que nos basta una quedada en Facebook para retirar nuestros ahorros de golpe, el sistema se irá a tomar por culo y los ricos a lo mejor tienen que esnifar guisantes. Pero para ese día la banca Barrymore ya habrá embarcado en el Titanic y se quejará al camarero porque le ha puesto demasiados icebergs en el whisky.