David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Larga vida al circo

La aparición de Pepiño Blanco en el plató televisivo de La Noria marca más el primer acto de la patochada general en que los políticos coparán al fin el puesto que les corresponde en la pirámide social, esto es, el circo. Coincidentes en el tiempo, la muerte de Ángel Cristo y el auge televisivo de Pepiño se igualan a través de una plena carambola metafórica en que el heroico domador de leones hace mutis por el foro para dejar el centro de la carpa a un rugiente mejillón. Por algo habíamos notado en las últimas décadas que el mismo país que dio a Charlie Rivel, a Fofó y a Miliki ya no producía payasos del mismo nivel. El circo Price no puede competir con Génova ni con Ferraz.

Los payasos emigraron del circo a la tele en busca de un sitio donde respirar bajo la nariz de cartón. En realidad, la pequeña pantalla no significaba más que una prórroga en una sentencia de muerte dictada por la ley evolutiva natural. Como los dinosaurios ante la llegada de los mamíferos, como el mamut ante el acoso del homo sapiens, los domadores, trapecistas, funambulistas y especialmente los payasos se han ido extinguiendo ante la competencia desleal de la clase política. ¿Qué tragasables podría competir con Rajoy, capaz de comerse su propio código ético de una sentada y pedir dos jueces de postre? ¿Qué número de acrobacia podría compararse con el del PP valenciano, que se sostiene enterito sobre un solo zurullo de financiación ilegal? ¿Qué ventrílocuo posee la variedad de registros de Zapatero, que unos días habla con la voz de Cándido Méndez, otros con la de Ángela Merkel, otros con la de Obama y casi siempre con la de Bob Esponja?

Demasiado tiempo ha tardado en darse cuenta la clase política que, a estas alturas del tercer milenio, el ente catódico es su hábitat natural. Nada de erosionarse en el aburrido guiñol del mitin: ese tenderete decimonónico copiado de buhoneros y vendedores de crecepelo ya no tiene nada que hacer en la era de internet. Mientras las diferentes cadenas procesan bazofia en cantidades industriales para idiotizar a la audiencia, la política española fabrica día a día su propio reality show.

En pleno apogeo del paro, la mendicidad y el cacho pan, nos enteramos de que Esperanza Aguirre pasa hambre y al menos tres ministros socialistas declaran un patrimonio digno de mafiosos calabreses sin despeinarse y sin cortarse un pelo. Eso por no hablar de Bono, a quien los áticos, los purasangres y los crecepelos le van cayendo encima con la misma obscena serenidad que a un telepredicador.

Ángel Cristo ha muerto. Larga vida al mejillón.