El primo de Zumosol
Si hay un personaje que se está haciendo famoso gracias al caso Matas (más allá del propio Matas y de ese juez al que sólo le falta levantar un patíbulo a martillazos en el tribunal) es el guardia de seguridad de los juzgados, un hombre de enorme perímetro pectoral y brazos como jamones. Matas, familiarmente, lo llama ??primo?, no sabemos si porque se da un aire a Primo Carnera, el gran campeón italiano del peso pesado, o por el primo de Zumosol, pero su nombre real es José Antonio Nieto.
Al igual que Primo Carnera y que otros muchos fortachones, Nieto parece una buena persona. Será porque estamos acostumbrados a ver montañas de músculos y a suponerles una bondad rayana en la estulticia, pero esa ecuación, como tantas otras fabricadas en Hollywood, es una engañifa, del mismo modo que un cuerpo de alfeñique no presupone una inteligencia de premio Nobel o que una rubia de bote tenga forzosamente el cerebro de Paris Hilton. Sin ir más lejos, el más bestia de todos los adversarios de Rocky Balboa, Iván Drago, estaba incorporado por un actor sueco de casi dos metros de altura, Dolph Lundgren, capaz de compaginar su cinturón negro de karate con una licenciatura en ingeniería química. Lundgren cuenta además con un cociente intelectual de 160.
Hay un desprecio casi unánime, teñido a veces de condescendencia y risa fácil, en la manera en que el respetable contempla a estas criaturas fuera de escala. En otros tiempos, Homero juntaba a Dolph Lundgren, a José Antonio Nieto y a tres o cuatro más como ellos, y se marcaba una Ilíada a pelo sin más problemas que irlos encajando en hexámetros. Hoy los miramos más bien como Diane Keaton en el papel de Kate miraba a Luca Brasi en el cumpleaños de don Corleone, dándole un codazo en el codo a Al Pacino y diciendo: ??Qué miedo da ese tío?. ??Es que su trabajo es dar miedo, Kate?. Pobre Luca Brasi, que en tres escenas más ya estaba durmiendo con los peces.
Uno se pregunta cuál es el sueldo de este hombre y, le respondan lo que le respondan, sabe que será demasiado poco. Desde luego, no lo suficiente para comprar las escobillas del cuarto de baño de Matas, por no hablar ni de una esquina del palacete. Sin embargo, lo seguimos juzgando por el traje de segurata, el mismo que llevó durante años mi buen amigo Jesús Urceloy, un poeta del tamaño de Ayax embutido en un uniforme marrón y que escribió un poema terrible sobre lo que supone llevar la máscara de vigilante. Lo tituló La profesión de Judas, un título que hubiese sido mucho más preciso de haberse dedicado a la política.