David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


De egos y matanzas

El Cultural de la semana pasada llevaba en portada a Francisco Rico. Siempre que veo a Francisco Rico me acuerdo del japonés malo de Indiana Jones, aquel al que se le quedó un jeroglífico grabado en la mano y tenía voz de sádico temblón. Entre otras cosas, Rico decía que los debates intelectuales en España suelen tener poca altura y caen casi siempre en el chascarrillo. Tiene razón y lo malo es que la cosa no viene de ahora. Recuerdo una entrevista a tres de hace muchos, muchos años en que ese ente televisivo que responde al nombre de Mercedes Milá todavía no le había dado por la sociología genital y era muy capaz de sentar a un escritor y dos filólogos en una mesa. El escritor era Cela, los filólogos Blecua y Rico. Cela se despachó agusto con ambos. A Blecua le espetó: «Me acuerdo de aquella monumental edición de la poesía de Quevedo que hizo Blecua… Tú no: tu padre». Luego se puso a hablar de los tacos y de la renuencia de los judíos a usar tacos. Contó una discusión que habían tenido el arzobispo de Toledo y el Beato de Líebana. Según Cela, el Beato, lo máximo que llamó al arzobispo fue «borracho» e «impío» mientras que el arzobispo replicó, al estilo Cela, diciendo que el otro era «un cojón del Anticristo».

En ese instante la cámara enchufó un gesto de absoluto y baboso gozo de Francisco Rico, de tal intensidad que la Milá no pudo menos que preguntarle a qué venía esa cara de placer. «Es que estoy disfrutando con la lección de sabiduría del maestro» dijo sin el menor rubor el gran intelectual. «Pero si está en Sánchez Albornoz» coceó Cela a renglón seguido. «Elemental por otra parte».

Con un ego de mayor categoría, pero de parecida altivez, el director Claude Lanzmann es un cineasta que no tiene rivales, según él. Ni tampoco abuela.  Lo decía en esta entrevista en El País

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Vivimos/mundo/sabe/va/elpepucul/20100118elpepicul_1/Tes

Habla de su película Shoah (el mejor documental que se haya filmado sobre el Holocausto) en términos absolutos. Nunca se hará nada igual, dice Lanzmann, que se permite también dar lecciones de cine a Spielberg y clases de literatura testimonial al propio Imre Kertész, premio Nobel y superviviente en Buchenwald. Lanzmann, que desprecia de La lista de Schindler, defiende aquella frívola cursilería de Benigni, La vida es bella. Jehová sabrá por qué. Los caminos de Lanzmann son inescrutables.

Son muchos quienes piensan, empezando por Lanzmann, que Shoah es una obra de arte incomparable, que resume el horror del Holocausto en una suite horripilante de nueve horas, soberbia por su objetividad y su distanciamiento. Sin embargo (voy a decirlo en voz baja, porque esto es casi una blasfemia) a mí Shoah no me parece para tanto. No como obra de arte, quiero decir. No es algo del calibre de (por compararla con otros empeños megalómanos) la Capilla Sixtina, El Anillo del Nibelungo En busca del tiempo perdido. Es el material con el que trabaja (un crimen superlativo) lo que lo transforma en un documento excepcional, aunque también hay que subrayar el tesón y la sinceridad que puso en la tarea, así como el coraje de intentarla.

No obstante, si juzgamos Shoah según la implacable vara de medir de su autor pronto nos encontramos con varios problemas. El primero, el título. Lanzmann reprocha a Spielberg el que se limitara a reflejar un caso particular. Claro, así es como actúa un artista. El propio Lanzmann también habla de casos particulares (imposible contar la historia de los seis millones de víctimas) y también escogió un foco al titular su obra desde una perspectiva exclusivamente hebrea que reduce considerablemente varias dimensiones de la masacre: los enfermos mentales, los homosexuales, los gitanos, los polacos, los rusos.

El segundo, el método. La lentitud exasperante, la demora, incluso el tedio de esos planos que reflejan, en perfecta adecuación de forma y fondo, la terrible y mecánica repetición del asesinato. Sin embargo, en cuanto forma narrativa, el documental de Lanzmann no anda muy lejos de aquellas plúmbeas películas de  Andy Warhol que certificaban a un tío durmiendo durante seis horas o la sombra cayendo sobre la fachada del Empire State Building una tarde entera.

Lanzmann se niega a hacer ficción, lo cual está muy bien, pero dice que es inmoral hacer ficción con el Holocausto, lo cual no está tan bien. Goya llegó más lejos en sus Pinturas Negras que en sus grandes lienzos bélicos. La más profunda reflexión moral que conozco sobre el Holocausto no proviene de un historiador, sino de un escritor de literatura fantástica: Stanislaw Lem.  El valor testimonial de Archipiélago Gulag (el otro gran genocidio del siglo) queda ampliamente sobrepasado por el poderío artístico de los Relatos de Kolyma, de Varlam Shalamov. Quizá no sea casualidad que tanto Solzhenitsyn como Shalamov hablen en primera persona, mientras que Lanzmann, por suerte para él, habla de oídas.

Pero al final lo que cuentan son los resultados, no los métodos. Sebald intentó la misma táctica que Lanzmann en su Historia natural de la destrucción, una reflexión sobre la inútil carnicería de los últimos bombardeos aliados sobre Alemania, y no llegó ni mucho menos tan lejos. En Matadero cinco, Kurt Vonnegut, superviviente del bombardeo de Dresde, logró un monumento imperecedero a la barbarie humana mezclando sin cesar, casi a la manera de Goya, el testimonio con la ciencia-ficción, el horror y el disparate, el humor y la sangre.

Quizá la mejor conclusión posible sea esta frase lapidaria de Matadero cinco: «No hay nada inteligente que decir acerca de una matanza».