David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Crítica de la razón en pipa

Immanuel Kant era conocido en su ciudad natal, Könisberg, por sus costumbres frugales y espartanas, su profundo sentido de la amistad y, sobre todo, por su puntualidad matemática. Decía la leyenda que cuando Kant salía a pasear, los habitantes de Könisberg ponían el reloj en hora. Tenía la costumbre de dar un paseo diario a las cinco de la tarde y una vez que el reloj de la plaza dio las cinco y dos, y Kant no hizo acto de aparición, el ayuntamiento llamó inmediatamente al relojero porque no cabía otra posibilidad más que suponer que el mecanismo se había estropeado.

 

El pensamiento de Kant obedecía a una rutina fija, insoslayable, una especie de encadenamiento lógico que le ayudaba a mover los raíles de su maquinaria mental. Se levantaba a las cinco de la mañana, bebía una taza de té y después fumaba una pipa, actividad menos placentera que meditativa para la que se ponía un sombrero especial. Kant fumaba una sola pipa al día, hasta las siete de la mañana, y dedicaba exclusivamente ese lapso de tiempo cuajado de humo a la reflexión pura y dura. Dicen que la pipa de Kant fue aumentando de tamaño a medida que pasaban los años. Curiosamente no le gustaba el trabajo de llenarla y encargaba la tarea a un amigo suyo. Cuando este amigo murió, Kant volvió del entierro muy apenado y dijo a su criado: ??A partir de hoy, tú llenarás mi pipa?.

 

Tuvo la desgracia de sobrevivir a todos sus amigos. Murió a los ochenta años, tras una larga y penosa enfermedad que De Quincey relató en un ensayo magistral: Los últimos días de Immanuel Kant. Su última palabra fue Genug, es decir, ??Suficiente?. El libro de De Quincey salió editado en una colección de kiosco y un amigo de mi juventud tuvo la imprudencia de comprarlo sin fijarse en el apellido. Creía que era la biografía de Emmanuelle, aquella diosa del porno suave que nos traía por la calle de la amargura. ??Los últimos días de Emmanuelle. Vaya guarrada tiene que ser esto? me dijo camino de su casa y del cuarto de baño. ??No lo sabes tú bien? dije.