Viaje con nosotros
Parece mentira pero hubo un tiempo, allá por el Jurásico Superior, en que Iberia constituía un monopolio aéreo donde tenían cabida todos los vuelos peninsulares. Los que a Iberia le daba la gana, por supuesto. Como el Real Madrid de Di Stefano, Iberia ganaba siempre (sobre todo porque jugaba contra sí misma) y en los orgullosos colores de la compañía sólo faltaba el pollo de Franco. Eran tiempos ??cuentan los historiadores?? donde las azafatas parecían casi humanas, el pasajero podía pedir una almohada sin que lo despreciaran con una mirada de asco y hasta solicitar un vaso de agua sin tener que recurrir a la tarjeta de crédito.
Con el tiempo y para hacer frente a la competencia, Iberia decidió suprimir radicalmente cualquier muestra de amabilidad y deferencia hacia sus clientes. Empezaron por arrancar las muecas sonrientes de la tripulación, consiguiendo un perfecto ejército de zombis uniformados, y continuaron por extirpar comidas y bebidas a los pasajeros, cobrándolos a precio de oro, todo para intentar aligerar el peso del avión e incluir gratuitamente un servicio de sauna.
Todavía recuerdo un vuelo de La Habana a Madrid en que un amigo periodista con una pierna vendada pretendía hacer uso de sus puntos de la tarjeta oro para conseguir un posible asiento libre en primera y se encontró con la simpática respuesta de la compañía: sí había asientos libres pero no les daba la gana. El accidentado les recordó que en el vuelo de ida le habían proporcionado un asiento en primera y la empleada, con el tono neonazi que estila la compañía, dijo que aquello había sido una muestra de cortesía de Iberia. ??Ah? dijo el señor, ??entonces entiendo que han decidido dejar de ser corteses, ¿no??. ??Así es, señor. Buen viaje?.
Desde hace décadas, volar con Iberia se ha convertido en un perfecto ejercicio de masoquismo estratosférico. Podrán darte por culo más fuerte pero no más alto. Los cerebros grises de la compañía comprendieron muy pronto que quienes viajaban en sus aviones no buscaban más que una continuación subliminal de las humillaciones sufridas en el control de pasajeros e hicieron todo cuanto estuvo en su mano para hacer de un trayecto aéreo de Mallorca a Madrid o de Barcelona a Málaga una versión posmoderna del tren a Treblinka.
Según esa mentalidad mercantil donde el pasajero sólo es contemplado como una cabeza de ganado (o un culo, según el humor de la azafata), una oveja desprovista de estómago, de lengua y de sus derechos más elementales de oveja, según esa mentalidad (decía) era necesario dar un paso más y separar a la oveja de la lana. O sea, al pasajero de sus maletas. Lo siguiente, suponemos, será cobrar por la ropa.