David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Una gran alegría

Nunca entenderé por qué a la Semana Negra de Gijón la llaman Semana Negra. Sí, vale, está dedicada al género negro, pero no conozco fiesta más alegre ni gente menos fúnebre que la que pulula en los alrededores del hotel don Manuel durante esos 9 días que dura la parranda. Este año, además, a la alegría natural de encontrar a un montón de viejos y buenos amigos, se sumó la felicidad de conseguir el premio Hammett a medias con Guillermo Saccomanno. Aquí estamos los dos recién investidos y haciendo el cronopio:

Aquí estoy con Begoña Minguito, de Algaida, mi editor, Miguel Angel Matellanes y mi chica. Begoña y Miguel Angel compensaron un poco con Niños de tiza la desilusión de que El mapa del tiempo, la extraordinaria novela de Félix J. Palma, no regresase con el premio Celsius a la mejor novela fantástica del 2008. Noten mi expresión de imbecilidad absoluta:

Uno de los primeros amigos en abalanzarse y abrazarme nada más proclamarse el fallo del jurado fue Fernando Marías, un desconocido amable, divertido y magistral que se me acercó en la noche del Nadal del 2003, y con el que no he dejado de reír desde entonces:

Entre otros grandes amigos que compartieron abrazos estaba Carlos Salem, un argeñol de pura cepa cuya boca va a la misma velocidad que su mente (y eso es decir mucho), y Pedro de Paz, que paseó su sonrisa estelar y su pinta de patriarca gitano a todo lo largo y ancho de Gijón:

Vi a montones de viejos amigos (Ernesto Mallo, Raúl Argemí, Silvia Pérez Trejo, Paco Ignacio Taibo II, Mercedes Castro, Félix J. Palma, Juan Ramón Biedma, Jerónimo Tristante, Miguel Salarich, Marina Taibo, Félix Grande y otro montón que se me olvida, seguro), y conocí a unos cuantos nuevos: Willy Uribe, que ganó también ex aequo el Silverio Cañada con su novela Sé que mi padre decía; el escritor Alfonso Mateo-Sagasta, con quien charlé de Waterloo y de Gettysburg; su esposa, Emilia, a quien, aprovechando su condición de médico, le di una imponente brasa hipocondríaca a todo lo largo de la playa de San Lorenzo; Daniel Mordzinski, el gran fotógrafo de escritores que se empeñó en fotografiarme volando y a quien dedicaré una entrada aparte; Domingo Villar, un encantador escritor gallego con un extraordinario y ya internacional debut en la novela negra con quien aprendí un montón de restaurantes y vinos; Ismael Martínez Biurrún, que se llevó el premio Celsius con su novela Rojo alma, negro sombra; el gran Andreu Martín, a quien ayudé a presentar su novela sobre la Semana Trágica de Barcelona; Bruno Arpaia, escritor de novela negra que puso la nota italiana en el jurado del Hammett; un amable traductor francés cuya hija era el emblema mismo de la fiesta; un lector ciego del que no recuerdo el nombre y su maravillosa familia; y un largo, larguísimo etcétera.

Pero no puedo dejar de nombrar a dos más. Uno, Juan Bas, mi Bilbao connection, con quien mi chica y nos reímos hasta más allá de las lágrimas, hasta que acabé con agujetas en las tripas. He elegido esta foto donde hemos salido en plan Los Soprano, yo guardando las espaldas tremebundas de Juan mientras él avizora al próximo candidato a llevarse una hostia:

Y mi querida Cristina Macías, que lloró como siempre y como nunca a la hora de despedirnos en el autobús. Si Paco Ignacio Taibo II es la cara pública de la Semana Negra, el orador fastuoso que sería capaz de convencerme para ir a colocar barricadas, Cristina Macías es su rostro más íntimo y entrañable. Gracias por todo, guapísima:

En definitiva, regresar a la Semana Negra de Gijón es una de las formas más seguras y hermosas de la felicidad. Como se ha vuelto costumbre en mí, una mañana subí hasta lo alto del Elogio del Horizonte, a saludar el lugar donde Chillida decidió apresar el mar y el viento en un dolmen de belleza escalofriante.

Aquí, un monumento delante de otro:

 

Qué gran alegría. Vivir sintiéndose vivido.