David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Vivan las cadenas (comerciales)

La libertad es un concepto resbaladizo donde los haya y en su nombre se han forjado más cadenas que relojes. Los bolcheviques empezaron prometiendo la libertad a los siervos de los zares y luego convirtieron la URSS en el campo de prisioneros más poblado del globo. ‘¿Libertad para qué?’ dijo Lenin con su sabiduría mayestática y su ironía chinesca. En realidad, es mucho más fácil prometer que dar trigo y como los trabajadores agrícolas, según la teoría marxista-leninista, les sobraban, pues decidieron eliminarnos por la vía rápida. Así, despejaron la histórica ecuación mediante hambrunas forzosas y ejecuciones en masa (en Ucrania, se calcula que unos cinco millones). Para evitar las desigualdades de clase, es mucho más fácil convertir a todos en pobres que acabar con la pobreza. Una cosa parecida ocurrió en los Estados Unidos al término de la Guerra Civil, cuando los esclavos negros que habían luchado por su libertad en el matadero de los campos de batalla, se encontraron con que tenían que volver a las cadenas si no eran capaces de mantenerse por sí mismos. ‘Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien’ decía Cernuda. Se refería al amor, pero bien se podía haber referido al comunismo. O al liberalismo, ya puestos.

(El paraíso según Lenin)

La supuesta liberalización de horarios propuesta desde la Comunidad de Madrid participa de ese sonriente optimismo común a todas las utopías. Claro, así el pobre empleaducho que no puede acudir a hacer sus compras entre semanas podrá dedicar el sacrosanto domingo a vestirse como un señor y rellenar de paso el capazo. Pero, ¿cuántos comercios lograrán mantener la competencia de horarios? ¿De verdad pueden los pequeños comerciantes abrir sus tiendas los domingos? ¿Y entonces cuándo descansan? ¿Queremos de verdad que Madrid se transforme toda ella en una de esas tiendas de chinos?

Como una vez, hace no demasiados años, también vestí un uniforme de recluso en unos grandes almacenes, sé lo que se siente al ser un esclavo a tiempo parcial sólo para distraer el ocio de un tipo que no sabe qué hacer un día libre sin chamuscar la tarjeta de crédito. Incluso creo que fui uno de los primeros afortunados que trabajó completo un primero de enero, por cortesía de los sindicatos y el gobierno de entonces (que no eran del PP, precisamente). Todos somos esclavos, delante o detrás del mostrador, de la barra o de la máquina de escribir, pero siempre nos quedará el consuelo de que llegue el domingo para sacudirnos los grilletes y salir a la calle. Salvo si el domingo no es más que otra extensión del lunes: una sucesión de escaparates y cajas registradoras esperando las monedas que nos transforman a todos de seres humanos en un triste rebaño de borregos de consumo. ¿Libertad para qué? Para comprar, Lenin.

(publicado en el suplemento M2 de El Mundo el 29 de abril de 2008)