David Torres, blog, escritor, literaturaTropezando con melones, David Torres  El primer melón me lo encontré en una playa andaluza, un día de verano. El último lo veo cada mañana al enfrentarme al espejo. ¿Qué me dirá ese tipo hoy? ¿Qué inesperados regalos, qué decepciones, qué frescas dentelladas me tendrá reservadas el día?
  Yo no lo sabía pero eso que mis manos agarraban con el ansia de un talonador de rugby era un melón. Es decir, una réplica más o menos ovoide de mi cabeza, la materialización fáctica de una idea en el mundo de los objetos reales.


Amigos de cámara

Es curioso las vueltas que da la vida. O los caminos del Señor, que son inescrutables. Disculpenme este montón de frases hechas, pero la calor no le deja a uno pensar y eso es lo único que se me vino a la cabeza la semana pasada, cuando abrimos el sobre del jurado del Ateneo Joven de Sevilla y salió el nombre de Lorenzo Luengo, un tipo con el que he estado a punto de tropezarme varias veces a lo largo de los años. No recuerdo muy bien cuál es el orden de nuestros desencuentros pero me parece que Lorenzo me escribió una vez a mi correo, vía Román Piña, con motivo de no sé cuál novela mía. Quedamos en que nos veríamos y tomaríamos un café pero Lorenzo desapareció de mi vida con la fatalidad de una novia. Años después me envió un libro que había traducido y comentado, los Diarios de Byron. Me escribió diciéndome que su vida se había complicado mucho y que tendríamos que aplazar el encuentro. O más bien prolongar nuestro desencuentro. Y volvió a desaparecer, como el Guadiana. Hasta la noche del jueves en Sevilla no pude ponerle cara y la suya era la de la felicidad absoluta.

La mía también porque resulta que el ganador de la edición del Ateneo senior era nada menos que mi viejo amigo Andrés Pérez Domínguez. ¿Te acuerdas, aquel tipo que me hizo una entrevista como si yo fuese Roberto Esteban, al que luego le escribió una carta una pobre mujer de Barcelona para contratar los servicios de Esteban y que decidió escribir una novela basada en esa anécdota? Andrés subió a recoger el premio en los Reales Alcázares y se notaba que aquella era su noche mágica en Sevilla.

Eugenia Rico me acompañó de maestra de ceremonias. Por allí andaban también la guapísima Sivia, la editora de Imagine, Fernando Marías, Miguel Angel Matellanes, editor jefe de Algaida, Felix J. Palma, que ya ha exportado El mapa del tiempo a casi una veintena de países, el cabrón, y el incombustible Javier Puebla, que se atrevió a llevar sombrero incluso con ese calor.

Con Fernando Marías, uno de los mejores tipos que conozco, me acodé un rato en una terraza magnífica frente a la catedral chorreante de oro. Fernando me dijo que se sentía un poco desplazado en esas fiestas, tal vez porque no bebía, pero le dije que yo bebía y desde siempre me he sentido también un bicho raro en medio de una multitud de amigos. No me van las grandes reuniones ni aglomeraciones de gente, funciono más bien en dúos, trios o cuartetos. Soy más bien un amigo de cámara.

En Sevilla, además, echaba de menos a mi chica.